Basta con recorrer calles y avenidas de nuestras ciudades para comprender que los seres humanos actuamos a la vez, en manada, sin que las huellas de la soledad interior, se proyecten en nuestras miradas. Ocurre de manera especial en estos días.

Vamos de acá para allá sin saber bien qué queremos, parece que únicamente a comprar. Aun así, los rostros reflejan desolación e incertidumbre salvo en aquellos que deciden olvidarse consumiendo otro tipo de cosas: literatura, amistades, alcohol… En el tráfico rodado se nota la violencia de gente insatisfecha con su destino. La agresividad en las relaciones ha hecho acto de presencia en diversos rincones de la geografía urbana, y espero que no se incremente en la medida en que los “días señalados” se acerquen. Las discusiones políticas incrementan los decibelios, mientras, no muy lejos, mueren hombres, mujeres y niños a consecuencia de dos guerras en las que se pretende imponer un orden dictatorial.

Un panorama extraño que poco tiene que ver con el sentido de las celebraciones que marca el calendario. Es Navidad. Para mucha gente, tiene aspectos profundamente religiosos, para otros, consiste en una invitación a sacar de dentro lo mejor que tienen, sus buenos sentimientos, y entregarlos a los demás, de manera especial a los que la vida no les ha sido favorable. Esa idea primigenia que el cristianismo aportó se ha diluido a favor de un consumismo atroz que nos ha hecho cada vez menos felices.

Nunca es tarde para retomar aquellos valores más humanos que elevan nuestros sentidos por encima de la vulgaridad que pretende imponernos un sistema económico despiadado.

Me contaba un amigo que, hace unos días, estuvo en un concierto en el que se interpretaban sinfonías de autores muy conocidos en el mundo de la música clásica. A su lado, una señora parecía seguir con interés la evolución de los distintos movimientos. En un receso del concierto, se acercó a la mencionada señora y le preguntó: “¿Le está gustando?” Tras unos instantes, ella le respondió: “Soy sorda y tengo problemas con los audífonos”. “Entonces, ¿para qué viene a este tipo de actos?”, insistió mi amigo. Ella con lágrimas en los ojos respondió: “para no estar sola”.

Ojalá se hicieran realidad esos deseos de felicidad que se difunden por el mundo. Ojalá que esta celebración no sea una vez más la fiesta de la soledad.

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