Ernesto Delgado Lobato, in memoriam

Ernesto Delgado era un alcalde bien recibido y estimado por doquier, y Algeciras se benefició mucho de su gestión Muere Ernesto Delgado Lobato, el alcalde que moldeó la Algeciras de los años 80

Alberto Pérez de Vargas, Ernesto Delgado y Juan Antonio Palacios, en el pregón de la Feria del Libro de 1987.

Alberto Pérez de Vargas, Ernesto Delgado y Juan Antonio Palacios, en el pregón de la Feria del Libro de 1987.

No hay nada más natural que la muerte y, sin embargo, nos quiebra el alma saber que un amigo o que alguien que ha ocupado tu atención y tu afecto se ha marchado para siempre de este limitado mundo de las diferencias, de las desigualdades, de los desencuentros y de las pasiones.

Ernesto Delgado Lobato llegó a la política sin proponérselo y, a decir verdad, nunca se sintió cómodo en su ejercicio y mucho menos cuando tras una moción de censura arbitrada por un inesperado acuerdo, el del Partido Popular (PP) con el Partido Andalucista (PA), se vio obligado a abandonar la Alcaldía a poco de haber ganado las elecciones con algo más del 35% de los votos emitidos. La extraña pareja PP-PA sumaba 14 concejalías frente a las 13 de la izquierda. Había que excluir de este lado del espectro político al PA, pues se alejaba de él para pactar con la derecha. El alcalde depuesto con esas artes de la política que confunden al ciudadano se mantuvo algún tiempo en el escenario hasta abandonarlo poco después.

Cuando fue elegido para encabezar la lista del PSOE en las elecciones municipales de 1983, primó más su elegancia personal y su tono reflexivo y moderado, que cualquier otra cosa. El PSOE arrasó en las generales de 1982 con más del 48% de los votos emitidos. España se había vuelto socialista. Culminaba así un complejo entramado diseñado para acabar con cualquier otra cosa de izquierdas que no fuera el PSOE, se abandonaba el marxismo y se coloreaban las siglas con el rojo suave de la socialdemocracia.

En Algeciras, en los comicios de 1983, con la nación volcada con el socialismo de nuevo cuño y acento andaluz, el Partido Comunista de España (PCE) acusó el golpe y el PSOE recogió los frutos del cambio. Ernesto Delgado presidiría el Consistorio a costa del PCE, pero con su complicidad. Entre ambos sumaban más del 70% de los sufragios y 19 concejales de los 25 posibles.

Mucho se hizo en los años que transcurrieron hasta 1991. Ernesto Delgado era un alcalde bien recibido y estimado por doquier, y Algeciras se benefició mucho de su gestión. Casi todo lo que hay se inició entonces y los algecireños se habituaron a sentir a la izquierda como lo más natural. Personalmente, jamás, ni antes ni después de ese período me he sentido mejor acogido en mi pueblo y eso me hace pensar que Ernesto era un demócrata de muy señor mío. Estuve a su lado no siendo de su cuerda y me sentí bien. Su buen estilo ayudaba a una actitud bien dispuesta a entenderse con los demás. Lo conocí con proximidad y participé con él en no pocas iniciativas. Comprendí con él que queríamos las mismas cosas y estábamos en lo que nos convenía como algecireños, por encima de nuestras disensiones.

Le escribía hace unas horas a un paisano que nunca pensé que sentiría tanto su ausencia como la siento. Que recordaría tantas cosas como recuerdo. Que desearía tanto encontrar a gente así en la política como deseo. Aquella moción de censura me supo mal. Era ininteligible, incluso contradictoria. Pero así es lo que es así. Fui muy crítico con el alcalde Ernesto Delgado Lobato y, sin embargo, tuve con él una amistad bien dispuesta a activarse cuando hiciera falta. Qué suerte tuvimos los que supimos interpretarle y aprender cómo ha de ser la convivencia con quien no sintonizas del todo.

De aquel alcalde que terminó decepcionado de los modos de hacer política en sus alrededores y que fue un maestro de los silencios oportunos, me quedo con casi todo. Una terrible desgracia que sufrió antes de convertirse en político activo, ayudó a su definición ideológica, y una experiencia de decepciones lo fue alejando del partidismo empobrecedor. Así nos dejó un ejemplo de bonhomía poco común y un sabor a saber estar que se nos ha quedado de modo indeleble en el paladar de los sentimientos. 

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