Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De facilidades
La Constitución ya ha cumplido 47 años. La Constitución, hasta fechas recientes, era joven, no sólo lo parecía, pero ya ha llegado a una edad en la que debe cuidarse para prevenir antes que curar. Es decir, una edad en la que es adulta y madura, en la que aporta realismo y sensatez a la política española. En este país, según las encuestas, las personas mayores de 60 años son las que más votan a los partidos que contribuyeron a esa Constitución, mientras que los jóvenes son más propensos al populismo.
A los jóvenes de la generación Z, que nacieron cuando la Constitución ya había cumplido más de 20 años, se les debe explicar que no sólo tuvo padres, como se dice. Aún quedan dos padres vivos, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón y Miquel Roca Junyent, que la hicieron junto a José Pedro Pérez-Llorca, Gabriel Cisneros, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé Tura y Manuel Fraga, que en gloria estén. Sin embargo, la Constitución no fue una invención de esos políticos, sino el resultado del acuerdo entre los principales partidos de entonces. Pertenecían a UCD, PSOE, AP, PCE y CiU. El único líder que participó como padre fue Manuel Fraga por AP. Los otros líderes eran Adolfo Suárez (UCD), Felipe González (PSOE), Santiago Carrillo (PCE) y Jordi Pujol (CiU), que optaron por delegar en juristas expertos de sus partidos. Todos ellos bajo los auspicios y bendiciones del entonces Rey, don Juan Carlos I, que aún no había escrito sus memorias, ni había sido rebajado de su regia condición, hoy emérita.
Los artífices de la Constitución fueron el PSOE, el PCE, la UCD y AP (que en 1989 se refundaron en el PP), y la CiU de Pujol, cuyos herederos dicen que son los de Junts. Y la Monarquía, que desde entonces fue constitucional y aprobada en referéndum.
Con el tiempo, han ocurrido alteraciones de la normalidad política. A lo que se ha llegado no hay derecho que lo resista. No obstante, las malas conductas personales no deben empañar el fondo moral y ejemplar de aquel acuerdo, en el que todos renunciaron a una parte de sus ideas para favorecer el bien general. Romper el pacto constitucional sería ir contra la propia historia. Y eso vale para todos, incluso para Puigdemont y su tribu, o para los que han restado en vez de sumado, o para los que se burlan del felipismo, el suarismo y el juancarlismo.
La Constitución está fuerte, y le queda tiempo hasta la edad de jubilarse.
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