Al contrario que el lince ibérico, la malvasía cabeciblanca o el urogallo cantábrico, el cuñao es una especie en peligro de extensión al cual, no obstante, queremos y necesitamos para explicarnos. Detestamos y adoramos al cuñao, ese cantamañanas impúdico que lo mismo te dice que Cervantes es universal con extraordinaria banalidad que suelta un "hostia, he pisado un sapo" después de eructar. Ese que cuando cata el vino que acaba de abrir el camarero dice que está muy bueno, pero que le falta aire, y que pide "la dolorosa" después de una opípara comida.

El cuñao se arroga capacidades que no tiene y es el máximo exponente de la teoría de la predicción tardía, porque al cuñao le gusta profetizar a toro pasado. Y si, por inspiración, se envalentona, se convierte en un adivino precavido. Presagia que el Real Madrid va a remontar un partido cuando, con empate en el marcador, Benzema se planta solo delante del portero; o vaticina las inminentes muertes de Clint Eastwood o Dick van Dyke. Cuando todo ocurre, de manera histriónica grita: "¡Os lo dije!", para después quedarse mirando a los demás como si le debiesen algo. El "te lo dije" del cuñao es el Arbeit macht frei de los nazis, es decir, una broma pesada.

El cuñao es, además, un excelente analista político, observador social y exacerbado patriota. El cuñao no es ni machista ni feminista, sino defensor de la igualdad, ni de izquierdas ni de derechas, sino español, y considera que no está en la obligación de dar explicaciones cuando afirma que todos los políticos son iguales porque cree que su ardua labor de investigación convierte su aserción en axioma y la sitúa a la altura del contractualismo de Hobbes, Locke y Rousseau. Este engendro estimable que es el cuñao dice que qué listo es el rey, que se pone a tocar el cajón flamenco en Cádiz porque es año electoral. Y se la pela.

El cuñao es también un defensor acérrimo del tópico autonómico. Ese que dice que los pueblos gaditanos son muy bonitos pero que sus ayuntamientos deberían contratar a traductores simultáneos para entender lo que dicen sus gentes. Ese que duda del andaluz que entre frase y frase no suelta una gracia y que se echa las manos a la cabeza cuando le dice que le importa poco la Semana Santa. "Qué andaluz menos andaluz", afirma. Y el andaluz, herido en su regionalismo, piensa: "A ver si te crees que Blas Infante estaba todo el día contando chistes y que cada año sacaba a hombros a la Macarena, hijo de puta".

El cuñadismo es inherente al hispano, y todos, por mandato natural, hemos sido sin excepción un poco cuñaos alguna vez. Porque durante un tiempo todos fuimos muy dados a encomendarnos al voluptuoso regocijo que implicaba coger a un francés y decirle: "Tú, francés, soy español. ¿A qué quieres que te gane?".

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