NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Por razones cronológicas, me encuentro en esa franja que lleva a la vejez en un soplo y, por tanto, junto a la mayoría de mis amistades, pertenecemos a una de esas generaciones para las que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y fue mejor, no porque las circunstancias del país lo fueran; de hecho, es incomparable el bienestar actual, a las necesidades que teníamos en España cuando carecíamos de derechos políticos y laborales, cuando reinaba la censura, cuando no había lugar para la protesta, cuando los servicios sociales eran un tremendo agujero negro, ya que no existía protección para personas enfermas, ancianas, sin recursos...; fue mejor, por la inocencia.
Aquel país en el que se instalaron los primeros saneamientos enladrillando nuestras playas para los guiris que acababan de descubrir que España era diferente. Aquel país de misas y rosarios, de niños militarizados y de sumisas niñas bordadoras, en el que, por suerte, nacimos después de las terribles hambres y secuelas de los años 40. Ya somos la generación del Gibraltar español, pero Rota americana; la del baño en Palomares –algún día habrá que analizar el daño que hizo aquella imagen–; la de Massiel y el Lalala...y, un poco más tarde, la de la transición.
Pues bien, hay gente y también colectivos con intención política, que se dedican a difundir fotos y noticias de aquellos años, para dejarse llevar por la nostalgia. Evocan aquellas tardes de juegos en polvorientas e impracticables calles terrizas; eso sí, ejercitando la imaginación, casi nuestro único juguete. Pero olvidan el número incalculable de niñas y niños que tenían que trabajar y no podían ir a la escuela, al menos, a aprender a leer y escribir la historia sagrada –asignatura troncal– y a cantar los límites de España y las tablas de multiplicar, únicas ciencias que traspasaban los umbrales de las aulas, debidamente separadas en base a las entrepiernas.
De estas nostalgias, fácilmente se llega a evocar aquellos tiempos de Nodos, pantanos y truchas, como algo extraordinario ¡Oh, los escenarios de la infancia! Idealizados porque teníamos, justamente, de lo que ahora carecemos: futuro. Sí, es estupendo recordarla, pero no debemos confundir la esperanza que la niñez comporta con la evocación de los valores tiránicos de la dictadura; con dar la impresión de que se aprecia la existencia de un régimen autoritario que se impuso a sangre y fuego, llenando los campos de muertos y cruces, expulsando a buena parte de la población y reprimiendo a quienes quedaron dentro. ¡Y, ojo, a un sector de la juventud, especialmente masculino, estos edulcorados recuerdos se lo están llevando no al huerto, sino al erial del fascismo!
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