El recodo
Inmaculada López Marcenaro
Tiempo y amistad
La ciudad y los días
Nadie vota ignorando qué y a quién lo hace. Otra cosa es que vote con la cabeza o con las tripas, guiado por la razón o la emoción. Nada más peligroso en política que las emociones. Son mucho más manipulables que la razón y más porosas para absorber bulos. No es que la razón sea inmune a la seducción de bulos o ideologías perversas. Baste pensar en la fascinación de Heidegger por Hitler o en la de la intelligentsia europea por el soviético Stalin, primero, y Mao, después. Pero, con todas sus debilidades, es el único instrumento fiable para intentar no dejarnos llevar por las tripas, los prejuicios o las emociones.
Se pone a prueba en situaciones de mediocridad política, corrupción institucionalizada y líderes cortoplacistas. Elegir entre lo malo y lo que lo sea menos no es tarea grata. Es más cómodo y gratificante dejarse embaucar y votar creyendo que se está eligiendo lo mejor. Sobre todo, cuando la propaganda demoniza al contrincante. Ángeles progresistas contra demonios fascistas, como sucedió el 23 de julio de 2023. O ángeles patrios, blancos y cristianos contra demonios rompepatrias, morenos y musulmanes, como pretende Vox sin que el PP acabe de mandarlo a la porra, ya sea por convicción ideológica o por estrategia de supervivencia.
Al votante católico de Vox que ve a Abascal como un Don Pelayo o, mejor, como una fusión de Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra en las Navas de Tolosa derrotando a Miramamolín, con chaqueta ajustadita a punto de disparar un botón en vez de con armadura, no le importa que dirija a la Conferencia Episcopal los más groseros insultos.
El votante católico de Vox es de la estirpe celtibérica de los más papistas que el Papa, de los que, al igual que ahora Abascal hace con los obispos, insultaban al hoy santo Pablo VI por su oposición al franquismo (“tontini”, en vez de Montini, lo llamó el diario Pueblo) o rezaban por su conversión. Nada nuevo en la derecha dura.
En el polo opuesto están los comulgantes con las ruedas de molino de la amnistía, los cinco días de pataleta, las mentiras (no dormir por las noches si gobernaba con Podemos, “con Bildu no se acuerda nada”, “la amnistía no entra en la Constitución”), Koldo, Ábalos, Cerdán, Álvaro o Leire. Y tragan. Digámoslo con Chiquito: está la cosa muy mala.
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