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SALVADOR Romero, el del Chic, ha pasado a la reserva. Se ha jubilado con 76 tacos de vellón y trabajando desde los 15 en algo que sí sabe hacer: la hostelería.
El Chic, para quienes no lo sepan, es una coqueta cafetería ubicada en el centro de Algeciras, a escasos metros de la Plaza Alta, en cuya clientela me integré allá por 1989 coincidiendo con la creación de este periódico. Y he de decir que me enganché a su café de media tarde, al saludo amable de Salvador y al ambiente de amistad que allí se respiraba. Todo un lujo que, desgraciadamente, no menudea en una sociedad cada vez más alejada de sí misma y contagiada por ese virus de la televisión, las redes sociales y el distanciamiento de lo cotidiano.
Los paisajes no son eternos y el de la Algeciras de mi niñez no tiene nada que ver con el de ahora. En la calle del Chic casi todo es distinto del de hace treinta años, cuando Salvador se hizo cargo de sus cafés y sus tertulias. Quizás sea el propio bar lo único que queda ahí de la Algeciras nostálgica porque, en ocasiones, son las personas quienes se mudan para dejar allí donde estuvieron un halo de recuerdos y sensaciones difíciles de borrar.
El Chic sigue, a buen seguro, con los mismos clientes de ayer cuando Salvador Romero dijo hasta luego Lucas, que ya está bien de curro. Y con toda seguridad ofreciendo tan buen café como hasta ahora, pero sin el aroma añadido de quien hacía sentirnos como en nuestra propia casa.
Felicidades, don Salvador, sobre todo por esa impagable decisión de dedicar ahora su tiempo a los necesitados. Nobleza hasta el final.
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