Que te toque el Gordo de la Lotería de Navidad es equivalente a que, estando el estadio Santiago Bernabéu repleto, una paloma que lo sobrevuela alivie su cloaca y el perdigón te caiga a ti en la pechera. Eso dice la Ley de Probabilidad, algo forzada por el símil. Sin embargo, todos, salvo un puñado de racionales irreductibles, nos ensoñamos con nuestra propia versión del cuento de la lechera: qué haremos cuando estemos en el taco riguroso y repentino. Pero en la fábula, la lechera más bien pergeña un plan de negocio con escenario optimista, porque ella fantasea con integrarse verticalmente en el sistema de valor, desde el cántaro de leche hasta una explotación ganadera, pasando por el queso, los pollitos y los huevos. O sea, la chica quiere emprender, no un golpe de fortuna.

Con la lotería nos confiamos a la suerte. Hay un término en psicología -el locus de control- que ubica a las personas entre dos extremos: los que piensan que lo que les sucede en la vida depende de ellos mismos y los que piensan que su existencia depende de factores externos. Luteranos frente a hinduistas. Aparte del carácter que uno traiga de fábrica, las crisis suelen desplazar a mucha gente al extremo segundo: "Da igual lo que hagas, date por fastidiado". O su correlativo "abandónate y cree en cualquier cosa". Comenzamos a confiar en la suerte, buena y mala. En tréboles de cuatro hojas o gatos negros, en masaje de chepa ajena y en gente que tiene el cenizo. Y nos gastamos una renta perpetua de unos euros diarios en la (des)ilusión de todos los días. Llegadas estas fechas tenidas por entrañables, el chantaje del billete del bar bien visible, el otro del trabajo y el otro de la peña, más el locus de control externo de cada cual hacen que gastemos una bonita suma en lotería. Quien suscribe, vaya por delante, lleva unos cien euros.

Son muy tiernas las largas colas en ciertas administraciones de lotería, a las que se supone una mayor capacidad de dar premios. Hay brujas catalanas que se hacen de oro con esa creencia ingenua. Dan más premios, pero sólo porque vía superstición venden muchos más números: pura Ley de Probabilidad. Encontramos en la taxonomía del jugador de lotería a otro espécimen abducido por el pensamiento mágico, que si visita una localidad ajena compra décimos como si fuera la última cosa; gran peligro para un viajante, que además hace de cosario temporalmente: "Tráeme un decimito de la Venta El Frenazo de Villaconejos, como todos los años". Somos como niños. Mucha suerte. Espero compartirla con usted. Será por esperar...

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