Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Para una vez que acertaba…
Ciudadano Cero, ¿qué razón oscura te hizo salir del agujero?". Así cantaba Joaquín Sabina, en 1985, a un individuo que, libre de toda sospecha, abandona de repente su escondite y perpetra una masacre: "Nunca dio el menor motivo de alarma, señor comisario. Nadie imaginó que escondiera un arma dentro del armario", seguía el cantautor. El episodio del supuesto desequilibrado que se echa a la calle a asesinar no ha dejado de repetirse, con matices, en los titulares y sumarios de los medios de comunicación durante las últimas décadas.
Creo que a nadie, forenses y académicos aparte, nos preocupa lo que pudo pasar por la cabeza de un sujeto como el que, el último miércoles de enero, dejó Algeciras sumida en sombras. Los vecinos del más que heroico Diego Valencia, que perdió su vida protegiendo a la iglesia y los fieles a los que se debía, sentimos una repugnancia indescriptible hacia su asesino. El desprecio, en mi caso, se hace extensivo a todos los que, como él, profesan esa doctrina supremacista, mal llamada yihadismo, según la cual quienes no secundan su distorsionado conjunto de dogmas son enemigos, infieles a abatir.
No hay revelación divina ni libro sabio ni arquitectura moral que pueda sustentar unos crímenes como los perpetrados la pasada semana por el indeseable Y. K. (me niego a seguir escribiendo su nombre). Si hubiera, en las entrañas de esa rata, alguna razón sobrenatural que amparara su conducta sería de carácter exclusivamente diabólico.
Algeciras, esta tierra desenfadada y jocosa, tardará en reponerse de semejante zarpazo y, aun cuando eso suceda, el corazón de la ciudad, que es la Plaza Alta, mostrará ya para siempre una profunda cicatriz. Pero los objetivos del autor de los crímenes (y no me refiero solo al portador del machete sino a toda esa otra escoria cobarde que, a través de foros, audios y vídeos, captan, adoctrinan y activan a débiles mentales como Y. K.) no eran solo el cura y el sacristán. El objetivo del ataque, como en toda acción terrorista, era el de menoscabar la convivencia, alterar gravemente la paz pública y desestabilizar el funcionamiento de las instituciones políticas. Y no, despreciable Y. K., no te has salido con la tuya, no has conseguido nada de eso.
"Todo había acabado cuando llegaron los maderos", terminaba Sabina con una voz que aún no habían ennegrecido el Johnny Walker y el Ducados. Y los maderos que llegaron fueron dos policías locales (ni los GEO ni los hombres de Harrelson) a los que Y. K. espetó: "Lo he hecho por mi dios".
Pues no sé a qué dios te refieres, pero te garantizo que tú y tu gente habéis vuelto a fracasar.
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