Análisis

Emilio Fernández Espejo

El Procès y la Acadèmia de Medicina

Cataluña está triste…Y España tiene una actitud muy negativa". Estas palabras, pronunciadas por un expresident de la Generalitat, de conocido apellido y corruptelas varias, las leía en el avión de vuelta desde Barcelona. Volvía de ser invitado a impartir una conferencia en la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya. En realidad, durante mi visita no detecté ni tristeza catalana ni negativismo hispano, más bien frustraciones y contradicciones. Haré un resumen de mis vivencias.

Una semana antes de mi conferencia, recibí la llamada de un colega académico, afamado médico catalán. Me sorprendió diciendo que él, en contra de su voluntad, tenía que impartir su conferencia, previa a la mía, en la lengua de Pla. Me llamaba por teléfono para exponerme su razonamiento según el cual yo, como invitado castellanohablante, merecía un respeto, debía entender su presentación, y por tanto él debía hablar en español. Sin embargo, ante sus quejas, los directivos de la Reial Acadèmia le espetaron que "la lengua oficial de la Acadèmia es el catalán". Decidió enviarme por vía digital su conferencia en lengua cervantina para que la leyera con antelación.

La charla la preparé, lógicamente, en español. Nadie me sugirió lo contrario, y los directivos de la Acadèmia se dirigieron a mí siempre en dicho idioma. Podría haberla preparado en inglés, pues leí en las noticias que el catalán era declarada lengua propia y el inglés lengua franca - y al castellano que le den - por la Universidad Pompeu i Fabra de Barcelona, tras apretada votación del claustro universitario. Quizás no era cuestión de contradecir a tan prestigiosa Universidad.

Pienso que todos estos hechos son indicativos del ambiente actual que vive Catalunya, y es que el fallido procés ha removido esferas ciudadanas, como la lengua y la enseñanza, generando frustración y desconcierto en amplios sectores de la población. O como decía el expresident en la entrevista, "hay mucho desbarajuste".

Mis paseos por Barcelona me redescubrieron una bella ciudad con su antiguo barrio gótico, hermosos monumentos, antiguas y altas murallas, y modernas avenidas ajardinadas con casas neoclásicas o de estilo modernista. Y un mar mediterráneo acogedor. Había una notoria presencia en las calles de hispanoamericanos - prefiero este término al de latinoamericanos -, y el idioma franco era el castellano, aunque se oía catalán con naturalidad. Eso sí, todos los letreros se empeñan en ponerlos en catalán, como si temieran ser salpicados por el idioma de Cervantes. - Será cosa de la inmersión, me dije. No hay nada más llamativo que un local de una conocida cadena americana de hamburguesas repleto de gente hablando en castellano, y con todos los letreros y anuncios en catalán.

El día de la conferencia, me dirigí a pie a la Acadèmia de Medicina, un bello edificio que es fusión del antiguo Hospital de la Santa Creu y del viejo Edificio de Cirugía, ambos datados alrededor de 1401. Fueron el núcleo hospitalario del pasado sanitario de Barcelona durante más de quinientos años, y son de gran belleza gótica. Los directivos académicos me recibieron en castellano, cuando esperaba lo contrario; comprendí perfectamente la excelente conferencia en catalán de mi colega; el presidente me presentó en las dos lenguas, y me hicieron preguntas en castellano. El trato fue amable y correcto.

No comprendo donde está la problemática lingüística, pues la convivencia idiomática fue fácil en la Acadèmia. Parece evidente en Cataluña - y en otros lugares- que los políticos y los ciudadanos están en esferas diferentes, y el desbarajuste idiomático creado por los primeros parece que es superado por un equilibrio natural de lenguas que fluyen libremente en los segundos. Espero que el sectarismo y la frustración creados por el procès se irán diluyendo. Como dice Jesús Laínz, autor de varios libros sobre el nacionalismo catalán, la "normalización" lingüística es una farsa, pues "la normalidad es lo que se ve en la calle".

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