Cultura

El 'western' como épica trágica y moral

Cuando Delmer Daves rodó en 1957 la película en la que ésta se inspira, obra maestra menor del género, hacía muchos años que el western se había convertido en un género maduro, es decir, capaz de ofrecer unos moldes temáticos y figurativos concretos con capacidad para expresar cuestiones universales (no sólo circunscritas al Oeste) y atemporales (no sólo acaecidas allí en la segunda mitad del siglo XIX). Si esa deriva hacia la madurez había empezado en 1939 cuando John Ford trasladó el Bola de sebo de Maupassant al Oeste con La diligencia, en 1957 hacía cinco años que Zinnemann había creado el western de cámara, claustrofóbico, basado en la tensión de la espera; y hacía un año que el propio Ford había culminado la dimensión trágica y universal del género con Centauros del desierto. Delmer Daves, realizador entonces moderno que había innovado el género con Flecha rota (1950), Tambores de guerra (1955) y Jubal (1956), dio a un relato con tintes de novela negra escrito cuatro años antes por Elmore Leonard un tratamiento que, prolongando las líneas de tensión de Sólo ante el peligro, crearía una moda (le seguirá El último tren de Gun Hill de Sturges en 1959) que culminará ese mismo año con la obra maestra absoluta del western claustrofóbico o de cámara: Río Bravo de Howard Hawks. Nada hacía presagiar que la década siguiente sería la de la extinción del género, que moriría allá por 1970, año de Monte Walsh de Fraker y de La balada de Cable Hogue de Peckimpah. Más allá del 70 sólo en la obra de Eastwood se halla una continuidad progresiva del género: El seductor y Joe Kidd -dirigidas por Siegel y Sturges-, 1971 y 1972; El fuera de la ley, 1976; El jinete pálido, 1985; Sin perdón, 1992. En estos últimos 38 años sólo un western, Bailando con lobos (Costner, 1990), ha triunfado de forma rotunda en la taquilla.

Por qué el western murió en 1970 es una cuestión que desborda los límites de esta crítica, aunque podemos apuntar algunas causas: la saturación de las series televisivas del Oeste; la erosión producida por las parodias (espagueti western) o por los ataques políticamente correctos (Altman, Penn, Ferreri…); la imposibilidad de crear una épica o de aceptarla en la América desencantada de la década que se inició con el asesinato de Kennedy (1963), prosiguió con los asesinatos de Luther King y de Bob Kennedy, se enfangó en la guerra de Vietnam y concluyó con el escándalo del Watergate (1972-1974).

Más fácil es imaginar por qué James Mangold ha abordado este género muerto para hacer una nueva versión del prestigioso título de Delmes Daves: Mangold es un artesano que gusta visitar los géneros clásicos, desde el policíaco (Copland), al melodrama (Inocencia interrumpida), la comedia (Kate y Leopold), la biografía (En la cuerda floja, biopic dedicada a Johnny Cash) y el thriller (Identity).

Es lógico que le haya atraído visitar el panteón del western, el género más grande del cine americano, el más muerto y el más difícil de resucitarse.

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