‘Una vida’: una década junto a la familia literaria de Alejandro Palomas
El escritor prolonga con la cuarta novela una saga que empezó en 2014 con ‘Una madre’ y que ha cautivado a más de 150.000 lectores l ‘Un amor’ logró el Premio Nadal en 2018.
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Hace ya más de una década que Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) conquistó al público con Una madre, la historia de una reunión familiar en la que Amalia, la matriarca del clan, conseguía que sus hijos un tanto erráticos volviesen a creer en sí mismos y a albergar confianza en el futuro. Desde entonces, Palomas ha vuelto a aquellos personajes como quien busca el calor del reencuentro con unos amigos: Amalia y su descendencia –Fer, Emma y Silvia– aparecían en las novelas Un perro y Un amor (el Premio Nadal de 2018), y regresan ahora con Una vida (Destino), un libro que pese a la amarga experiencia de la que habla –la enfermedad y el declive de los progenitores, el cambio de rol de los que les siguen– procura una rara esperanza a quien se acerca a sus páginas. Un buen ánimo que quizás sea el motivo por el que más de 150.000 lectores han caído rendidos en este tiempo a los encantos de esta heroína atípica y extravagante y sus vástagos.
En esta ocasión, el diagnóstico que apunta la enfermedad de Amalia hará saltar las alarmas. “En mitad del pasillo sentí que me faltaban fuerzas para seguir caminando. ¿Qué ocurriría después?”, se pregunta Fer, de nuevo el narrador de la historia. “¿Qué quedaría cuando el hilo se rompiera y al otro lado la luz no se encendiera ya? ¿Cómo iban a ser mi vida, mis horarios, las coordenadas básicas sobre las que funcionaba el Fer hijo? Entonces lo entendí. Entendí que todo eso, las preguntas, el dolor anticipado... todo eso tenía un nombre. Orfandad. Eso era. La carencia en mayúsculas. Lo que existe a pesar de. Vivir sin”.
Ese vértigo lo comparte el propio Palomas, que reconoce que “en esta obra el hilo entre la ficción y la vida es muy fino. Yo reaccioné de una manera extraña cuando los médicos nos anunciaron el cáncer de mi madre. Me puse a elaborar compulsivamente listas de cosas que yo tenía que hacer antes de morir, porque había entendido, dentro de mi negación, que era yo quien enfermaba”, contaba Palomas hace unos meses en la presentación de su novela en Sevilla.
A pesar del tema, el autor considera que la escritura de Una vida fue “gozosa. Yo suelo ser rápido, y con este libro he tardado. Me entretuve mucho, lo disfruté y alargué el proceso: tuve que recortarlo porque superaba las 600 páginas”. Palomas tiene una explicación al respecto: “Con estos personajes me siento a salvo, aunque ellos atraviesen un momento difícil como ocurre en esta novela. Frente a la velocidad de otras veces, aquí quise pararme, estar con ellos”.
El escritor exploraba en su trama una situación delicada, “pero había que salir de ahí empujados hacia arriba, eso lo sabía. Porque los últimos seis meses que acompañé a mi madre fueron el tiempo más bello que pasé junto a ella: a pesar de lo duro de las circunstancias, fue bonito. ¡Hicimos tantas burradas y nos reímos tanto! Tonterías peligrosas, nos desmadrábamos con la silla de ruedas, éramos dos niños que nos poníamos ciegos de chocolate sin que las otras, mis hermanas, se enteraran”. La abuela de la novela sostiene que querer a alguien es “darle la mejor vida y la mejor muerte”, y Palomas parece haberse grabado esa máxima. “Mi madre murió plena. Estuvimos todos juntos y pudimos despedirla bien”, asegura.
“Con estos personajes me siento a salvo, aunque ellos atraviesen un momento difícil”
Ese adiós amable llegó, sin embargo, después de la terrible tempestad que supuso asumir los primeros síntomas del fin, ese momento en que “tus padres empiezan a depender de ti y tienes que tomar decisiones por ellos, aunque ellos no quieran y se rebelen. Tú no quieres que tu madre sea tu hija, y ella no quiere que le den órdenes, así que empieza una negociación muy difícil. Y tú estás enfadado porque no quieres que tu madre se acerque a la muerte, que es lo que significa que se desoriente y se muestre cada vez más débil, y le gritas y después te sientes culpable. Así que yo me senté una tarde con ella, mientras ella veía Pasapalabra, y le expliqué: ‘Mira, mamá, yo te grito porque tengo miedo de que me faltes. No te grito a ti, es que tengo rabia con la vida’. Cuidar a alguien a quien quieres es lo más agotador del mundo. Como hombre, yo no había sido educado para eso, y lavarla y cambiarle la ropa me incomodaba mucho, sentía que profanaba su intimidad”.
Una vida reivindica que los muertos nunca se van del todo, que continúan presentes en nuestro día a día. “Yo vivo con mi madre, aunque no la vea. ¿Cuántos amigos tienes con los que no quedas nunca, y sin embargo siguen siendo tus amigos? Pues algo así me ocurre con ella. La ausencia de mi madre es más una incorporación”, explica Palomas, que admite habitar “un mundo paralelo. No vivo en un tiempo lineal. Si cruzo una calle y en la acera de enfrente hay una tienda de lotería, mi cerebro se dispara y empieza a pensar si conozco a alguien a quien le ha tocado la lotería, y me digo que sí y me pregunto desde cuándo trato a esa persona, y ya estoy en mi memoria cuando tenía 15 años, qué depresión tener 15 años, y entonces me entra la duda de cuándo empecé a ir a la psicóloga... Esta cabeza es complicada, y se agrava con la edad”, confiesa entre risas.
Una lógica alternativa que desplegaba también Amalia, esa mujer con ocurrencias surrealistas y argumentaciones disparatadas, aparentemente inhabilitada para el mundo y sin embargo capaz de salvar una y otra vez a sus seres queridos. Palomas no sospechó, cuando se atrevió a trasladar al papel algunas características de su madre, que la autenticidad de ese personaje calara tanto entre los lectores. “Ella se quedó sola de repente, en la calle, con 180 euros de pensión, y sus hijos temimos entonces que no fuera a saber valerse por sí misma. Pero descubrimos a una mujer que inesperadamente no le tenía miedo a nada, cuando antes le había tenido miedo a todo; alguien que antes de encontrar piso encontró un perro...”, evoca su hijo.
“Había estado a la sombra de mi padre, hasta que empezó a apreciar quién era y se gustó. Le habían dicho todos los días que era torpe, que era fea, que era tonta, que estaba ciega... Pero ella se quitó esa voz de encima, y se recuperó muy rápido. Para mí fue un hallazgo. Yo alucinaba. ¿Pero dónde había estado esta mujer? ¿Esto era lo que se escondía debajo? Yo escribí Una madre a medida que me iba maravillando. Esa sorpresa constante con Amalia no era de Fer, era mía. Lo imprevisto es que el resto del mundo la entendiera y la aceptara”, celebra Palomas.
El narrador barcelonés ha tomado la mirada alocada y certera de esa madre “para reírme de cosas de las que no puedo reírme en la vida. Me sirvo de esa candidez porque sé que Amalia está perdonada de antemano, porque todo lo que dice parece una torpeza bienintencionada. Yo también detesto esas expresiones de transversalidad, zona de confort... Pongo muchas de esas opiniones, cierta visión del mundo, en su boca porque sé que a una abuelita inocente no la culparán de ser políticamente incorrecta”, declaraba Palomas a este periódico en 2018, cuando presentaba Un amor, con la que ganó el Premio Nadal.
“Cuidar a tus padres cuando estos envejecen es lo más agotador del mundo”, señala Palomas
Por el momento, después de una tetralogía –“mi particular Cuarteto de Alejandría, que yo me llamo Alejandro”, bromea en un guiño a las obras de Lawrence Durrell que Palomas leyó muy joven, “cuando claramente no tenía la edad idónea para esos libros”– y una reciente novela gráfica, Amalia. Una madre incorregible, ilustrada por Carolina de Prada, el creador no tiene intención de despedirse de la familia que protagoniza esos títulos. “Los personajes no pueden irse, porque ¿qué hago yo? Lo mío es escribir. Lo intenté con un podcast, pero me pregunté qué podía aportar, no sentía que dijera nada original”, se excusa para justificar su insistencia en Amalia y su entorno. Pero Palomas sabe también que hay toda una legión de admiradores que aguardan una nueva aventura de esta singular tribu. Un público que, esencialmente, se compone de “mujeres entre los 80 y los 25 años. De los 25 para abajo, aún tenemos que trabajar cómo podemos llegar a ellas”, indica.
Las novelas reservan material suficiente para que alguna plataforma hubiese propuesto alguna serie con ellas. “Pero ningún productor se ha enamorado de Amalia”, afirma Palomas sin demasiada preocupación al respecto. “A veces creo que es mejor que cada uno tenga a su Amalia en la cabeza”, opina. Sí se ha adaptado al cine Un hijo, una ficción ajena a esta saga por la que Palomas logró el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, dirigida por el sevillano Nacho Lacasa y protagonizada por Hugo Silva, Macarena García y el pequeño Ian Cortegoso. “Participé en el casting del niño, era muy importante dar con Guille, el personaje protagonista, y leí los guiones que se escribieron”, dice sobre su implicación en el proyecto.
Palomas trabaja ahora en las adaptaciones al teatro de su tetralogía. “Yo sueño a lo grande, y me gustaría que cada año se estrenara una obra basada en uno de los libros, todas las producciones con los mismos actores, con la misma Amalia”. La escritura dramática le permitirá reunirse de nuevo con Fer, Emma y Silvia, esa familia literaria a la que tanto quiere, gente junto a la que recobra, siempre, “las ganas de salir a dar un paseo, las ganas de vivir”.
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