Simone Weil, la judía no judía
Simone Weil y la cuestión judía | Crítica
Robert Chenavier analiza el antisemitismo que se le achacó a la autora.
La ficha
Simone Weil y la cuestión judía. Robert Chenavier. Traducción de Alejandro del Río Herrmann. 160 páginas. 18 euros.
De padres judíos pero laicistas, la francesa Simone Weil (1909-1943) no supo que era judía hasta cierta edad. Tridentina a su modo (heterodoxa, sincrética y contradictoria), la biografía de Simone Weil forma parte de las grandes circunvoluciones del pensamiento intelectual del siglo XX.
Hasta su muerte por tuberculosis (tenía 34 años), su vida fue siempre como la curva y la contracurva. Pensadora judía pero no judía, miliciana en la columna de Durruti en la guerra de España, trabajadora en la Renault francesa para sufrir en carne y alma la alienación obrera (de ahí su famoso Diario de fábrica), miembro de la Resistencia francesa contra los nazis, pacifista hasta la radicalidad y conversa al cristianismo en sus postrimerías, Simone Weil es todo esto, lo opuesto y mucho más.
Simone Weil y la cuestión judía aborda con todo pormenor qué hay de aversión íntima y qué de exceso en cuanto al antisemitismo que se le achacó a la autora. Robert Chenavier, experto mayor en su obra, refuta todo trazo grueso. No es fácil, dado que Simone Weil se explica por sus contradicciones en muchos aspectos. Chenavier aclara, por un lado, que la filósofa y activista política renegó siempre de su condición de judía cuando se le atacaba como judía. Y, por otro lado, concluye que su recelo –a menudo visceral– a la cuestión judía es un asunto marginal en el entero de su obra.
Su proyecto fue otro en verdad: fundar una sociedad nueva. En comparación con la cuestión colonial o su idea sobre la supresión de los partidos políticos, la cuestión judía no es más que una menudencia. Que llegara a decir que “los antisemitas propagan por naturaleza la influencia judía”, que “los judíos son el veneno del desarraigo”, que también “Israel era el capitalismo” y que “el totalitarismo es Israel”; pese a estos denuestos, sin duda impactantes (hay que saberlos interpretar), en el fondo tal incontinencia respecto a lo judío no deja de ser un asunto marginal, aunque sirvió –y aún sirve– de provecho a oportunistas y tendenciosos.
Reacia a un estado-nación para los judíos en Palestina (también Hannah Arendt se opuso y mostraría sus temores en Salvar la patria judía), Chenavier desliza otro aspecto de género interesante. Simone Weil no sólo mostró su rechazo a su condición de judía por nacimiento. No quería ser tratada bajo etiqueta alguna. Ni como francesa. Ni como socialista. Era reacia a todo encasillamiento a partir de una colectividad. Incluso, como dice Chenavier, mostró hasta cierta aversión visible en su condición de mujer. De ahí, por ejemplo, que soliera vestir con aspecto de hombre o que incluso se considerase más hijo que hija en su trato con su madre. Este aspecto lo estudia Simone Pétrement en su biografía Vida de Simone Weil, publicada también por Trotta, a la que debemos, por cierto, su estupenda Biblioteca Simone Weil.
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