Cultura

La política

Drama, Argentina, 2011, 111 min. Dirección y guión: Santiago Mitre. Fotografía: Gustavo Biazzi, Soledad Rodríguez, Federico Cantini. Música: Los Matas. Intérpretes: Esteban Lamothe, Romina Paula, Ricardo Félix, Valeria Correa.

A Roque Espinosa, el estudiante protagonista de la primera película de Santiago Mitre, que viene avalada por dos pesos pesados del Nuevo Cine Argentino como Pablo Trapero (El bonaerense) y Mariano Llinás (Historias extraordinarias) y ha sido premiada en Gijón, Locarno y Bafici, no lo vemos coger un libro ni estudiar bajo el flexo. Porque no es esta una película sobre la Universidad, el saber o el conocimiento, sino una película sobre la política, sobre los mecanismos, de indudables resonancias clásicas, para moverse en el filo de las leyes de la democracia para alcanzar el poder mediante estrategias, conspiraciones y traiciones.

Ambientada en los activos movimientos estudiantiles universitarios de izquierda en Buenos Aires, El estudiante juega la triple baza del realismo (en la superficie de sus formas digitales low cost y su convincente textura documental), el género (con indudables marcas, aires y ritmo propios de un thriller) y el distanciamiento (marcado por una voz en off externa que relata los perfiles, motivaciones y movimientos de sus personajes), para proponerse como un afilado cuento moral sobre la toma de conciencia y el ascenso al poder de un joven para el que la Universidad no es más que el campo de pruebas para la manipulación, el arribismo y la autoafirmación.

A través de los movimientos y estrategias de Roque (Esteban Lamothe) en un microcosmos cerrado, Mitre parece querer hablarnos de cómo se cuece a fuego lento ese caldo de cultivo de la política argentina con mayúsculas (de toda política, en realidad), cómo ya desde los escindidos grupúsculos estudiantiles se forjan todas esas estrategias, alianzas, pactos y traiciones encaminados a un único objetivo final.

Con todo, la estructura y el esqueleto conceptual de El estudiante se nos hace a veces demasiado visible y en exceso verbalizado, con unos personajes que por momentos parecen tener demasiada autoconciencia y elocuencia política o que, en su defecto, parecen estar estratégicamente perfilados o colocados para afirmar tesis y no realidades.

Con todo, la película de Mitre conquista por su arrolladora maquinaria narrativa, sus efectivas elipsis y los pequeños gestos y detalles en los que cristalizan de forma más sutil sus corrientes subterráneas: la traición primera (y más cruel y dolorosa) a la amiga enamorada, la seducción y el sexo como armas conscientes para el ascenso, la observación, el movimiento y la acción como gestos cinematográficos y etapas definitorias de la sucia realidad de la política. Así las cosas, ¿quién quiere hablar de ideología?

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