ciencia-ficción

Otros mundos tras el Telón de Acero

  • El Museo Ruso de Málaga acoge este fin de semana el ciclo 'Estrellas Rojas', con conciertos, conferencias y proyecciones sobre el desarrollo de la ciencia-ficción en la Unión Soviética

Fue en 1920 cuando el ingeniero y escritor Yevgueni Zamiatin (Lípetsk, 1884 - París, 1937) escribió su novela Nosotros, considerada pionera del género distópico dentro de la ciencia-ficción. En ella, el protagonista, ingeniero como el autor, trabaja en la nave espacial en la que una sociedad futura e hiperavanzada, estructurada según férreos e infalibles principios matemáticos, tiene previsto enviar a una civilización extraterrestre cierto material divulgativo sobre las bondades de su modelo organizativo, para así exportarlo a otros planetas. El personaje avanza de manera determinante en su trabajo pero la entrada en juego de una disidente le permite entender que el modelo no es tan perfecto como él mismo quiere hacer ver a los alienígenas, con lo que entra en un infierno de dudas bajo la tentación poderosa de enviar un mensaje muy distinto. Zamiatin publicó su novela en 1921 en Inglaterra, donde antes habían aparecido sus relatos Los insulares y El pescador de hombres. En la URSS, sin embargo, Nosotros no vio la luz hasta el definitivo deshielo de 1988. Las autoridades soviéticas comprendieron muy bien, a pesar del disfraz genérico, que aquel modelo social de infabilibidad matemática hacia el que Zamiatin dirigía sus dardos era la propia URSS, y la censura, como era de esperar, se mostró implacable. Más aún, a finales de los años 20 Nosotros empezó a distribuirse por entregas y de manera casi clandestina en Praga, lo que estuvo a punto de meter al escritor en un problema aún más serio.

La publicación del libro en Europa hizo que Nosotros se convirtiera en un fenómeno de enorme influencia. Aldous Huxley admitió haberse inspirado en la obra de Zamiatin para Un mundo feliz, y George Orwell no sólo manifestó su absoluta admiración hacia Nosotros (que consideraba una de las mejores novelas de su tiempo), sino que reconoció que algunos elementos de 1984 estaban directamente vertidos desde el mismo libro (cuando Orwell quiso criticar el stalinismo, acudió sin más a las fuentes principales). A este lado del Telón de Acero, por tanto, la obra asentó para siempre el género distópico, tan reivindicado de nuevo en el presente; en la órbita soviética, el silenciamiento parecía condenar a Nosotros al olvido, pero lo cierto es que la influencia dentro no fue menor: toda una legión de escritores soviéticos encontraron en la ciencia-ficción un mecanismo ideal para escribir sobre su entorno de manera crítica pero a la vez indirecta, con la esperanza de que la apariencia futurista pudiese distraer a la censura. Así, EEUU y los países de Occidente se convertían en planetas lejanos, sus habitantes en extraterrestres que o bien espiaban a los rusos para copiar sus avances científicos o bien pasaban de largo dejando algunas muestras fragmentarias de su asombrosa tecnología, la propaganda en mensajes enviados a lo largo y ancho del espacio y los espías infiltrados en exploradres galácticos. Un buen ejemplo son los hermanos Arkadi y Borís Strugatski, que a través de novelas como Qué difícil es ser Dios (1964), La segunda invasión marciana (1968), Ciudad maldita (1972), Mil millones de años hasta el fin del mundo (1976) y Picnic a la vera del camino (1977, adaptada al cine por el director Andrei Tarkovski en su película Stalker, con guion de los propios Strugatski), en su mayor parte también censuradas y prohibidas en la URSS hasta 1988, dejaron un testimonio fidedigno de la vida bajo el poder soviético, con personajes sometidos al miedo, la violencia y la vigilancia y aún así portadores de la esperanza. Otros escritores como Viktor Saparin, Vladimir Dudincev y Valentina Zuravleva siguieron la misma estela que hizo de la URSS una verdadera potencia mundial en la ciencia-ficción. Algunos autores como Alexéi Tolstói fueron afines al régimen soviético (aunque no lo fueran a la Revolución), y cabe mencionar al polaco Stanislaw Lem, referencia fundamental de la ciencia-ficción que, aunque no fue ruso, sí mantuvo evidentes vínculos con el espectro soviético (también Tarkovski llevó a la pantalla su Solaris en 1972, así como el checo Jindrich Polák había adaptado su relato La nube de Magallanes en el filme Ikarie XB-1, de 1963).

De todo esto se hablará largo y tendido este fin de semana en el Museo Ruso de Málaga gracias al ciclo Estrellas Rojas, que revisará el esplendor de la ciencia-ficción soviética en una propuesta multidisciplinar y no exenta de hallazgos interesantes, en paralelo a la exposición Radiante porvenir, dedicada al realismo socialista. Para empezar, hoy viernes, a las 18:30, el centro acogerá el diálogo que compartirán Julián Díaz y Juanma Santiago, dos de los divulgadores, críticos, analistas y exégetas de la ciencia-ficción con más parlamento en España, que revisarán algunas de las cimas de la ciencia-ficción que alumbró (u ocultó) la URSS tanto en la literatura como en el cine. Mañana sábado, a la misma hora, el músico y compositor Joaquín Medina ofrecerá un concierto de theremin (el instrumento más recurrente en la recreación de sonidos evocadores del espacio) con obras de su propia factura así como Fajermann, Satie y Leonard Cohen. Y el domingo, también a las 18:30, los cinéfilos más aficionados a la ciencia-ficción podrán degustar una delicatessen de altura con la proyección de Pérdida de sensación, una maravillosa película, bizarra y resuelta a base de poderosísima imaginación, que dirigió Alexander Andriyevsky en 1935 y que narra las desventuras de un ingeniero empeñado en fabricar robots que sustituyan a los obreros en las fábricas. ¿Alguien dijo especulación dialéctica?

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