Los malos de la película

Francesc Garrido.
Francesc Garrido.
Manuel J. Lombardo

29 de abril 2009 - 05:00

Aplaudida en el Festival de Málaga con ese entusiasmo excesivo que sólo puede significar que en el reino de los ciegos el tuerto es rey, 25 kilates, debú en el largometraje del navarro Patxi Amezcua, es un forzado ejercicio de género (criminal y policiaco) en el que se detectan muchos de los males, también algunas virtudes, del último cine español. Fiel a la escritura antes que a la puesta en escena, que quiere ser ligera y fresca sin conseguirlo del todo, la cinta hilvana dos historias destinadas a cruzarse en un paisaje urbano atenazado por ciertos clichés del submundo del hampa, de la figura del matón trascendental con pasado trágico a la del poli corrupto y malencarado, pasando por la ladronzuela soñadora y esa fatalidad transversal propia del cine negro.

Siempre un paso por detrás de su estructura dramática, Amezcua acierta al menos a seguir a sus criaturas con una prudencial distancia, temeroso tal vez de sobrecargar más de la cuenta su perfil de estereotipos trasplantados. Aun así, a 25 kilates le cuesta respirar esa autenticidad a la que aspira, ese fatalismo y esa llamada del destino (cruel) que se interpone entre la felicidad y las segundas oportunidades. Y tal vez se trate de un problema de tono, de interpretación incluso. Francesc Garrido no acaba de controlar el perfil taciturno de su personaje, y a Aida Folch tal vez le venga demasiado grande su adolescente al final de la escapada. Manuel Morón tampoco domeña su característico naturalismo y los actores encargados de interpretar a los policías corruptos no pueden quitarse de encima el estigma de ser los más malos de la película en cada plano.

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