Cultura

"Que un líder político sea capaz de hacer soñar ya es mucho"

El propio Luisgé Martín (Madrid, 1962) recibe en su domicilio una perturbadora llamada telefónica: un desconocido le ofrece unas cartas inéditas supuestamente escritas por Salvador Allende, alguna de ellas días antes de suicidarse en el Palacio de la Moneda. Esos documentos -precisa el misterioso individuo, que se identifica como chileno- arruinarían el halo casi beatífico, de mártir de la decencia política, de ese presidente devorado por las conspiraciones internas de su país, las sucias maquinaciones de la CIA y definitivamente por el golpe de Estado de Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973. Así arranca Las manos cortadas (Alfaguara), una novela "esponjosa", dice su autor, en la que se confunden el folletín, la intriga, el discurso político, la minuciosidad del ensayo y el paisajismo de las road movies.

-¿Por qué le interesó Chile?

-La época de Allende y del golpe de Estado de Pinochet se convirtió para una generación en algo muy simbólico, fue un shock que supuso el principio del fin de una época.

-Una idea que atraviesa toda su obra tiene que ver con la ingenuidad y la irresponsabilidad que encierra todo dogmatismo. ¿Estamos hoy mejor o peor que antes en cuanto a cegueras ideológicas?

-Depende de en qué punto situemos el antes. Creo que en alguna medida, intento ser optimista, avanzamos hacia un cierto progreso. Los dogmatismos hoy día, comparados con los de los 60 y 70, están más tamizados. En ese sentido, creo que estamos mejor. Aunque viendo cómo la derecha española reconstruye la historia...

-La aparición de Pío Moa viene a decir que la novela no va sólo de Chile...

-Su caso es emblemático de esta manera de inventar la historia, de ese modo de llamar ideología a lo que es, simplemente, mentira.

-Su narrador, usted mismo, se queja de lo sospechosa que ha llegado a ser la literatura de compromiso...

-Soy muy crítico con ese relativismo absoluto en el que nos hemos instalado. Parece que todos los políticos son iguales, o que todos nos comportaríamos igual en la misma situación... No es verdad. Ni de lejos. Pero sobre todo me río de esa visión casi juanramoniana de la literatura, como algo puro más allá del bien y del mal, en la que lo único que importa es el lenguaje... A mí lo que me importa es el mundo, mi vida. Y todo eso tiene que ver con cosas que manchan y ensucian.

-¿Qué admira de Allende?

-Su insobornabilidad. Esa capacidad de ser fiel a una forma de ver el mundo, el estar dispuesto a pactar con sus oponentes, con los que estaban dispuestos a pactar, claro. Creo que fue consciente de que tendría que entregar su vida para convertirse en un símbolo, para hablar con su muerte. Su discurso radiado el 11-S del 73, justo antes de suicidarse, no es improvisado. Ahora bien, ¿qué habría sido sin ese final trágico, de mito? Sería un personaje totalmente distinto. Igual que Lorca, por ejemplo.

-¿Qué opina de la fe ilimitada que algunos tienen en Obama? Los dos, Obama y Allende, invitaban a soñar en sus discursos.

-Sí. Aunque no tienen nada que ver con lo programático. 1973 fue el final de la época de los soñadores. Ese año empezó una fase en la que se buscaba la satisfacción individual, y hemos llegado a lo que hemos llegado. Obama representa una vuelta a pensar que las cosas pueden hacerse de otro modo. Y que un líder político tenga la capacidad de hacer soñar ya es mucho.

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