Juan Domingo Aguilar: “Los sentimientos, como los objetos, se desgastan con el paso del tiempo”

El autor publica con La Navaja Suiza ‘Cuántas noches son esta noche’, una novela sobre los afectos en tiempos de precariedad.

Las dudas del amor

El escritor Juan Domingo Aguilar (Jaén, 1993).
El escritor Juan Domingo Aguilar (Jaén, 1993). / Gonzalo de Lara
Braulio Ortiz

27 de julio 2025 - 07:00

Al comienzo de Cuántas noches son esta noche, la novela que el jiennense Juan Domingo Aguilar ha publicado con La Navaja Suiza, el protagonista sueña que una ballena se acerca dispuesto a tragárselo, y el hombre siente entonces miedo de ahogarse. Pero no hace falta el mar para la zozobra: el tipo, un joven escritor que recibe una beca, lleva consigo un corazón propenso a la confusión y a la nostalgia. Sin renunciar a la música y al poderoso imaginario de su poesía, Aguilar reflexiona en su narrativa sobre cómo la precariedad que nos rodea también se ha instalado en nuestros afectos.

Pregunta.“Somos incapaces de elegir a quien amamos”, lamenta el protagonista. En Cuántas noches son esta noche el amor y la destrucción se confunden.

Respuesta.Siempre se confunden un poco. Las cosas que más nos importan son las que más capacidad tienen para herirnos. No existe un manual básico para amar. Para mí escribir es un asunto de amor y no podemos amar algo o a alguien sin estar dispuestos a terminar destruidos: quedamos expuestos y somos vulnerables, igual que cuando escribimos. Como dice Fabián Casas en uno de sus ensayos bonsái: "la destrucción también es un acto creativo". Estoy convencido de ello, sin caer en la romantización de lo destructivo. En mi caso siento debilidad por todo lo que se pierde, que es otra forma de destruirse. En lo referente al amor, a menudo nos recreamos en el pasado, es fácil dejarse llevar por lo melancólico e inventar recuerdos, mejorándolos frente a cómo eran en realidad eran. Toda historia de amor es una historia de fantasmas, como dijo Foster Wallace y cuando escribimos ocurre justo eso: corremos el peligro de enamorarnos del fantasma de lo que fuimos.

P.El narrador asegura que a las personas deberían colgarnos algún tipo de aviso: peligro de derrumbe, conduzca con precaución. La convivencia, a menudo, es un preámbulo del desastre.

R.Mentiría si dijera que la novela o yo tenemos la respuesta. Quizá la clave para conseguir que no ocurra eso radique en entender la convivencia como una casa dentro de otra casa. Me explico: un pequeño búnker donde sentirnos a salvo cuando las cosas se ponen feas ahí fuera. También influye mucho la precariedad que atraviesa lo vinculado con la escritura. El capitalismo genera esta especie rueda de hámster en la que estamos atrapados: necesitamos dinero para el alquiler y los bienes básicos, pero también para comprar tiempo en el que escribir. Si a esto le sumamos que el trabajo creativo a menudo no se percibe como trabajo de verdad, se juntan varios factores que tienen como consecuencia el malestar general. El malestar al alcance de todos, como decía Mercedes Cebrián en el título de uno de sus libros. Los sentimientos, como los objetos, se desgastan con el paso del tiempo. Por mucho que cuidemos las cosas, a veces se rompen y es difícil arreglaras. Igual tampoco quiero sonar tan desesperanzador, a pesar de este panorama seguimos enamorándonos ¿no? Decidimos compartir nuestra vida con otro. No podemos (ni queremos, por suerte) evitarlo.

“Cuando amamos, quedamos expuestos y somos vulnerables, igual que cuando escribimos”

P.El personaje toma antidepresivos y un médico le confiesa que también los necesita… ¿Hoy nos cuesta más ser felices?

R.Cuesta tener una perspectiva clara de futuro. Y eso es complicado. Ahora tienes suerte si consigues acceder a un alquiler sensato. Por el momento histórico en el que estamos, con el avance de los posicionamientos reaccionarios, un neoliberalismo extremo y el giro global hacia la derecha, parece que en lo que más avanzamos es una rápida pérdida de derechos. Sea cual sea nuestra opción vital, no estamos en la misma posición que nuestros padres para decidir. Es más bien una huida hacia delante y ver dónde nos lleva eso. La felicidad depende de lo que tengamos alrededor: nuestra red afectiva, nuestra familia, amigos o pareja, los ratos que logremos para escribir o hacer lo que nos apetezca sin sentirnos culpables porque no estamos rindiendo. A veces no tenemos ni tiempo para pensar en lo que debería implicar esa palabra: felicidad. Podría ser algo tan sencillo como la certeza de tener las necesidades básicas cubiertas, un techo, algo de tiempo y un sueldo digno. La ansiedad es un monstruo que da mucho más miedo que los que salen en las películas y la salud mental debería ser una necesidad fundamental cubierta por un sistema de salud público, un tema central de batalla presente en todos los telediarios y es algo que no es nuevo, siempre ha estado ahí. Nuestras abuelas padecieron depresiones, pero no se llamaban así o las sufrían en silencio. Pienso mucho en un verso de Matthew Dickman, un poeta estadounidense que habla de "todos estos chicos tristes" para referirse a los que no pueden evitar sentirse así por mucho que lo intenten. Las expectativas frustradas, la falta de apoyo ante el fracaso y la comparación y competición constante por culpa de la sobreexposición en redes sociales, son consecuencias derivadas de un sistema que nos mastica y escupe, tarde o temprano, a todos.

P.Recurre en su narración a muchas referencias: a la obra de Fernando Zóbel, a una película de Jonás Trueba… ¿La cultura nos explica, nos ayuda a saber quiénes somos?

R.Nuestra voz es una ficción construida a partir de las voces de muchos otros. De eso va la escritura: de robar, apropiarse, romper en mil pedazos la percepción del mundo y con esos pedazos armar una nueva percepción desde nuestra perspectiva. No lo digo yo, lo dice la historia de la literatura y muchos autores que respeto y admiro, como es el caso de Vila-Matas, cuya obra gira alrededor de esta idea. Pienso, por ejemplo, en La soledad del lector, de David Markson, que construye una obra potentísima solo a base de fragmentos muy breves, como un enorme collage que se convierte en otra cosa al unir las piezas. ¿No es esa otra definición posible de la escritura? Sé que todo lo que escriba va a contar con la presencia de imágenes influenciadas por el cine, las artes plásticas, la música y otra serie de elementos vinculados con la cultura pop, entendida esta no como algo snob, sino como todo lo popular que nos rodea, desde una película súper alternativa de un director coreano al nombre de la peluquería del barrio en el que crecimos, esas canciones enlatadas que sonaban en la feria o en verano cuando éramos adolescentes y empezábamos a experimentar con el amor. Las artes plásticas dialogan con la literatura, del mismo modo que con el cine, forman parte de ese imaginario propio, de ese diálogo. Todo eso atraviesa nuestra obra queramos o no.

P.Se dice en la biografía del autor y se apunta en la novela: la letra de cualquier canción de Perales nos resume.

R.Ese resumen es algo que cada uno de nosotros va construyendo con los años: mezcla experiencias, algunos aciertos, influencias familiares, lecturas, viajes, películas, discos y muchos fracasos. Pienso en canciones de amor (o de desamor más bien) muy instaladas en nuestro imaginario colectivo como Hola, mi amor, de Junco que aparece en la novela o El amor, de Massiel, cualquiera de Perales como mencionas, alguna de Mocedades, de Ella Baila Sola o de Rocío Jurado. Todas son preciosas pero afiladas, capaces de desgarrarnos como un diminuto cuchillo. Hablo de estas, pero hay muchas otras que servirían como alguna de The Smiths, de Los Planetas o de Él Mató a un Policía Motorizado, por poner ejemplos más variados. Canciones que forman nuestra propia banda sonora personal e intransferible, que van asociadas a momentos y a personas concretas, pero al mismo tiempo hablan de un gran sentimiento común que todos hemos experimentado (y es probable que volvamos a experimentar) en algún momento. Solo escucharlas ya nos provoca un poco de felicidad y de daño.

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