Nada que celebrar
En versión original
'El infierno' es una película extremadamente crítica con la situación de un país al que Estrada no duda en retratar como un "narco-estado" de facto
La persecución ha llegado a su fin. Joaquín Guzmán alias 'El Chapo', el mayor narcotraficante del mundo, ha sido detenido. El hombre que ha humillado con sus fugas a la República de México y cuya historia ya forma parte de la leyenda criminal, ha caído en un motel de Los Mochis un pueblo de Sinaloa ( el estado natal del gánster) a manos de los comandos de élite de la Marina mexicana (al parecer, el único cuerpo incorrupto de sus fuerzas militares).
Con su captura, oficializada por el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, termina una gigantesca operación de caza y captura iniciada hace seis meses cuando el líder del cártel de Sinaloa se escapó -una vez más- por un túnel de la cárcel de máxima seguridad de El Altiplano. Su inexplicable fuga dejó en ridículo al gobierno mexicano que poco antes había negado su extradición a Estados Unidos bajo la excusa de que México garantizaba que tan peligroso criminal sería juzgado y condenado por sus crímenes. Paradójicamente, ha sido la megalomanía del propio narco la que ha propiciado su localización y posterior apresamiento. Desde la clandestinidad 'El Chapo' se había empeñado en que se realizara una película sobre su propia vida y a través de sus abogados se puso en contacto con diversos actores y productores, siendo estos sorprendentes acercamientos entre un prófugo de la justicia y las gentes del cine los que proporcionaron las pistas que llevaron a su detención.
No sería de extrañar que este afán de notoriedad cinematográfica que tanto obsesionaba al forajido mexicano tuviese -al menos en parte- su origen en la película rodada en 2010 por el director Luis Estrada, El infierno. Hijo del también director de cine José 'El perro' Estrada, desde comienzos de su carrera Luis se aleja del cine mexicano frívolo, complaciente y folclórico para implicarse en el empeño de enseñar la verdadera realidad de la sociedad mexicana: pobreza, corrupción, desigualdad, violencia e impunidad.
Después de La ley de Herodes y Un mundo maravilloso (ambas, notables muestras de la putrefacción y el envilecimiento de las instituciones políticas mexicanas), Luis Estrada aprovecha la convocatoria estatal de apoyo económico a la realización de películas destinadas a conmemorar el bicentenario de la independencia de México, para abordar un asunto que difícilmente podría considerarse como una exaltación de los valores y virtudes del pueblo mexicano: el negocio del narcotráfico y el crimen organizado .
El infierno es una película extremadamente crítica con la situación de un país al que Estrada no duda en retratar como un "narco-estado" de facto, en lugar de un tan deseable como utópico estado de derecho. Deportado de los Estados Unidos, Benjamín García 'El Beny' (Damián Alcázar) regresar a su pueblo y encuentra un panorama desolador: su hermano 'El Diablo' ha sido asesinado y su cuñada y su problemático sobrino pasan a estar a su cargo. Ante la falta absoluta de trabajo, un amigo de la infancia, 'El Cochiloco' (Joaquín Cosío) le involucra en el negocio del narcotráfico al introducirlo en el cártel de D. José Reyes. Por primera vez en su vida, 'El Beny' gana el dinero fácil, le acompaña la suerte y conoce lo que es la prosperidad.
Sin embargo, la muerte del hijo de su patrón, desencadenará una lucha entre cárteles que obliga a 'El Beny' a convertirse en soplón de la policía para salvar la vida de quién había delatado al hijo de Reyes: su sobrino, 'El diablito'. Las autoridades, manejadas por D. José, lo torturan hasta casi matarlo pero 'El Beny' logra escapar y decide vengar la muerte de su hermano y su cuñada asesinando a los Reyes y todas las autoridades aprovechando la ceremonia del bicentenario que, cómo no, presidían el "honorable" narcotraficante D. José y su esposa. Con un innegable aire (que en algunos momentos se convierte en ventolera) tarantiniano, Luis Estrada realiza un film tan excesivo en su violencia como en su humor negro.
La sátira y la crítica sobre la situación del país son brutales y, a pesar de su desproporción, los personajes -apoyados en unas extraordinarias interpretaciones- resultan extrañamente convincentes. Damián Alcázar (habitual en todas las películas de Estrada) y Joaquín Cosío escenifican a la gente del pueblo que se dedica al narco porque no tienen otra manera de ganarse la vida y mantener a sus chamacos. Son a la vez víctimas y culpables y lo expresan muy bien en una conversación camino de uno de los "trabajos" que les encarga D. José: "Dígame la neta (la verdad) mi Cochi" -pregunta 'El Beny' a su compañero al volante- "¿No siente nada de matar a alguien así como así? ¿No le da miedo irse al infierno?". Tras unas cuantas reflexiones acerca del hambre y de lo "putas" que las han pasado desde chavales, el ya veterano sicario Cochiloco le responde a su güey: "Me cae que esta vida y no chingaderas es el cabrón infierno". Luis Estrada tuvo muchos problemas para estrenar El infierno, no solo molestó al gobierno sino que fueron muchos los que le acusaron de hipócrita al aprovechar la financiación estatal justamente para atacar al país. En la escena final -y culminante- de la película aparece un letrero con el logo oficial de las fiestas del Bicentenario. Justo debajo aparece un grafiti con tres palabras: "Nada que celebrar".
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