Cultura

El campeón que no pinchaba

  • Gallo Nero publica las crónicas de Dino Buzzati sobre el Giro de 1949, en las que retrata la rivalidad Coppi-Bartali y un país ávido de héroes

Dino Buzzati. Trad. David Paradela. Gallo Nero. Madrid, 2014. 184 páginas. 17 euros

En una de sus crónicas del Giro de Italia de 1949, Dino Buzzati (Belluno, 1906-Milán, 1972) reflexiona sobre lo bonito que sería escribir acerca de la decadencia de un campeón como Gino Bartali. "Sería tan cómodo conmover al lector con un hecho tan amargo", dice, y se imagina a Bartali encerrándose en la habitación del hotel, cenando sin hablar con sus compañeros y despertándose atormentado por las pesadillas en mitad de la noche. "Sería estupendo y en extremo ventajoso para nosotros insistir en este fascinante asunto. Pero no es la verdad. Es más, para hacerlo habría que darle la vuelta a la verdad".

La verdad, cuenta Buzzati, fue que Bartali pinchó en el momento menos oportuno, se lo comentó a un compañero para que avisara al coche del equipo y éste cometió el error de gritarlo a viva voz. Los rivales, encabezados por el campionissimo Fausto Coppi, se enteraron y atacaron, que aquello era ciclismo de verdad y por entonces a nadie se le pasaba por la mente la idea de esperar a un rival que había sufrido una avería. Era una dura etapa de los Dolomitas. Bartali se lanzó a la caza de sus enemigos como un poseso y Coppi tuvo miedo cuando, una vez que echó la vista atrás, lo vio no demasiado lejos. Pero Bartali se olvidó de comer y sufrió una pájara de aquellas de antología, de esas que ahora son imposibles con tanto pinganillo, pulsómetro, cronómetro, GPS y demás aparatos tecnológicos que tanto daño han hecho al espectáculo.

Bartali no era el ídolo caído que Buzzati soñaba con describir. "No lloren por el campeón derrotado, todavía no. No lo compadezcan, no lo conviertan en un héroe crespuscular, no le envíen mensajes de desconsuelo (...) El señor Gino Bartali no es viejo, ni está desanimado, ni triste. Confía demasiado en sí mismo como para mendigar excusas. Esta mañana alguien le ha preguntado: 'Dígame, ¿es verdad que ayer pinchó dos o tres veces?'. Él ha respondido: ¿Pinchado? Yo no pincho nunca".

Unos días después, se cumpliría el sueño del periodista. Los hechos son conocidos: Coppi destrozó a Bartali tras una fuga de 190 kilómetros, en la que coronó en solitario La Madeleine, Vars, Izoard, Montgenevre y Sestriere. Una hazaña impensable en el ciclismo moderno. La crónica de Buzzati forma parte de la historia del ciclismo y del periodismo deportivo.

Y eso que era un absoluto lego en la materia cuando el Corriere della Sera lo envió a cubrir el Giro de Italia de 1949. Diez años antes, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, había estado como enviado especial en Addis Abeba. Al año siguiente había cubierto la contienda en un barco. Fruto de estas experiencias surgiría la que se considera su obra maestra, la novela El desierto de los tártaros. Pero de carreras de bicicletas sabía el hombre poco -y así lo admite en varias ocasiones- cuando desembarcó en Palermo con la caravana del Giro para cubrir otra guerra: la que iban a librar Coppi y Bartali.

Tampoco sabía Buzzati -porque nadie lo supo hasta más de 50 años después- que Bartali, durante la Segunda Guerra Mundial, había salvado la vida a más de 800 judíos de la Toscana llevando documentos falsos en los tubos de su bicicleta. Bartali sólo se lo contó a su hijo y le pidió que lo mantuviera en secreto. No fue hasta principios de este siglo cuando uno de los judíos salvados por Bartali descubrió quién fue su ángel de la guarda y lo contó.

El hijo del campeón, Andrea Bartali, lo explicaba así: "La misión de mi padre era llevar a las tipografías clandestinas las fotos y los papeles para fabricar los documentos de identidad falsos. Llegaba al convento (la resistencia se valía de los conventos e iglesias más remotos de la Toscana), recogía el material, lo escondía en los tubos de la bicicleta y se volvía a marchar. Otras veces servía de guía indicando a los fugitivos los caminos más seguros para llegar a un determinado lugar".

Buzzati escribió para el periódico 25 crónicas de aquel Giro de 1949, que hoy se reúnen en esta deliciosa edición que acaba de publicar la editorial Gallo Nero. En la portada de El Giro de Italia, Coppi bebe una botella de agua, enfundado en su maillot del Bianchi y con los tubulares colgados de sus hombros. Era ya uno de los ciclistas más grandes de la historia. Así lo describiría el cronista: "Fíjense en Fausto Coppi. ¿Escala? No, no escala. Corre, sencillamente, como si la carretera fuese llana como una mesa de billar. Desde lejos se diría que ha salido a dar un alegre paseo. Desde lejos, porque desde cerca se ve cómo poco a poco se le enflaquece el rostro y se le contrae el labio superior, lo que le confiere una singular expresión de ratón apresado en una trampa".

El periodista dota al duelo Coppi-Bartali de una fuerte carga de epopeya. Como si fueran dos héroes clásicos, el escritor se dirige directamente a ellos e incluso se enfada porque no atacan todos los días y prefieren guardar fuerzas para las etapas de montaña. La importancia de las crónicas de Buzzati radica más en la descripción de un país eufórico, ávido de héroes y mitos, que se va encontrando en cada pueblo por el que pasa la carrera. Aficionados que se desilusionan en los muelles de Palermo al no ver a sus ídolos, un anciano que acompaña a la carrera a su ritmo, un ex ciclista que monta una banda de música para el paso del Giro, un gregario que se desloma por ganar una etapa en su pueblo natal... Son sólo algunos ejemplos de la galería de secundarios que mueve el Giro. Y también la vida.

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