Memorias (parciales) de un gladiador

Memorias (parciales) de un gladiador
Memorias (parciales) de un gladiador
Manuel J. Lombardo

19 de octubre 2014 - 05:00

A sus 97 años, Kirk Douglas resiste como una de las últimas leyendas vivas del Hollywood dorado. Y es precisamente de un episodio mítico de esa leyenda de lo que hablan estas memorias parciales (las completas, El hijo del trapero, se editaron en 1988) en las que el protagonista de Cautivos del mal narra las peripecias y avatares de la producción de Espartaco (1960), cinta que ha pasado a la Historia no sólo por su famosa frase-emblema, sus cuatro Oscar y su elenco memorable, con Laughton, Olivier, Ustinov y el propio Douglas al frente, sino por ser la película que devolvió la honorabilidad profesional a Dalton Trumbo, uno de los malditos de las listas negras que hicieron de Hollywood un lugar hostil o inaccesible para un puñado de guionistas y profesionales manchados por sus simpatías comunistas en la inmediata posguerra.

Estas memorias llegan envueltas en la polémica: en Estados Unidos han sido acusadas de mentirosillas, amnésicas o algo fantasiosas en su recuento de los acontecimientos y anécdotas. Parece innegable que Douglas tiende a recordar aquellos días poniendo demasiado énfasis en su batalla personal por las libertades, como también parece otorgarse más méritos de la cuenta en los hallazgos y resultados finales. Las memorias de Trumbo cuestionan muchas de las cosas que aquí leemos y ese importante detalle relativo a la cesión final de colocar su nombre en los créditos del guión.

Más allá de todo esto, Yo soy Espartaco nos muestra los entresijos de un sistema de estudios en plena transformación, en el que las estrellas ejercían ya de productores capaces de aglutinar a su alrededor a los mejores profesionales, negociando con los estudios (Universal) en pleno proceso de venta y poniendo en riesgo su propia fortuna. También podrá encontrar aquí el lector una cierta desmitificación de la figura del director en aquellos momentos, una pieza intercambiable (Stanley Kubrick, "una mierda con talento", sustituyó a Anthony Mann a las dos semanas del rodaje) al servicio de una producción de más de 12 millones de dólares, y chismorreos sobre los egos, vanidades y rencillas entre un puñado de estrellas que siempre quisieron llevar la película a su terreno.

Kirk Douglas. Prólogo de George Clooney. Capitán Swing. Madrid, 2014. 212 páginas. 16 euros

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