Ingeniosa bufonada con final emocionante

Una escena de 'El concierto', con la actriz Mélanie Laurent en el papel de una violinista.
Una escena de 'El concierto', con la actriz Mélanie Laurent en el papel de una violinista.
Carlos Colón

15 de marzo 2010 - 05:00

Comedia, Francia-Italia-Bélgica-Rumania, 2010, 119 min. Dirección: Radu Mihaileanu. Guión: Alain-Michel Blanc, Matthew Robbins, Radu Mihaileanu, a partir de una idea original de Héctor Cabello Reyes y Thierry Degrandi. Fotografía: Laurent Dailland. Música: Armand Amar. Intérpretes: Aleksei Guskov, Mélanie Laurent, Dmitri Nazarov, Valeri Barinov, François Berléand, Miou-Miou, Lionel Abelanski, Vasile Albinet. Cines: Cinesur. Bahía de Cádiz.

Hijo de un judío rumano que tuvo que cambiar de apellido y ocultar su condición para sobrevivir bajo los nazis, primero, y los comunistas, después, exiliado en Francia desde 1980 huyendo de la dictadura de Ceaucescu, el actor, director teatral y realizador Radu Mihaileanu parece lógica y obsesivamente centrado en las imposturas que permiten salvar la vida o, como en el caso de esta película, recuperar la dignidad y cumplir el modesto sueño -pero tan difícil de alcanzarse allí donde la libertad es asfixiada por los regímenes políticos o las injusticias estructurales- de dedicarse a la tarea vocacional. En El tren de la vida unos judíos se hacían pasar por deportados para escapar de los nazis. En Vete y vive -podría ser el lema de todos los prófugos y exiliados- la madre de un chico etíope refugiado en Sudán lo hacía pasar por judío para que pueda acogerse a un plan de repatriación en Israel. En El concierto un director de orquesta ruso que ya no lo es reúne a unos músicos retirados para hacerse pasar por una prestigiosa orquesta que no son y actuar en el Chatelet parisino. En este caso la suplantación tiene que ver con la venganza y la restitución. En la era Breznev el director de la orquesta del Bolshoi fue despedido por oponerse a que se expulsara a los músicos judíos. Años después, trabajando en la limpieza del teatro en cuyo escenario halló la gloria, intercepta una invitación del Chatelet dirigida a la orquesta titular y decide vengarse reuniendo a los viejos músicos para viajar a París haciéndose pasar por la orquesta titular del teatro.

Con un sentido de la farsa barroca que parece fundir el gusto por el exceso propio de las cinematografías del Este y la caricatura latina de raigambre felliniana, monicelliana o berlanguiana, Mihaileanu estructura su obra en cuatro tiempos: la búsqueda de los músicos, las mil y una picardías para hacer posible la suplantación, la llegada a París y el concierto. Las tres primeras son bufas, voluntariamente exageradas y grotescas: un retablo de pícaros sobreviviendo en un mundo de sinvergüenzas que antes fueron opresores políticos y ahora son estúpidos y arrogantes nuevos ricos sin escrúpulos. El cuarto y último tiempo -tras un intermedio de suspense melodramático a cargo de la violinista solista- es de una arrebatadora emoción. Porque el concierto para violín de Tchaikovski que interpretan es a la vez la prueba definitiva a la que se enfrentan, la culminación de la vida del director -que antes de ser expulsado de la orquesta estaba empeñado en dominar esta obra- y la celebración del poder de la música. Las notas de Tchaikovski son así una celebración que recuerda a la fiesta de unos presos que hubieran derribado los muros de su prisión y celebraran la libertad. Es mérito de Mihaileanu haber pulsado al máximo todo lo que hace el demérito de una película -exageración, inverosimilutd, trazo grueso, melodrama, exaltación sentimental de la mano del más sentimental de los grandes músicos- para lograr el tour de force de convertirlos en elementos positivos que divierten indignando o indignan divirtiendo -lo propio de la sátira que elige el humor como arma- y acaban emocionando.

stats