21 años después Boyle regresa al universo de los infectados
28 AÑOS DESPUES | CRÍTICA

La ficha
**** '28 años después'. Terror. Reino Unido. 2025. 115 min. Dirección: Danny Boyle. Guion: Danny Boyle, Alex Garland. Música: Young Fathers. Fotografía: Anthony Dod Mantle. Intérpretes: Alfie Williams, Jodie Comer, Aaron Taylor-Johnson, Ralph Fiennes, Jack O'Connell.
Danny Boyle arrancó bien con la pequeña e interesante Tumba abierta (1994) y triunfó con la aclamada (no por mí) Trainspotting (1996). Después vinieron los bajones de Una historia diferente (1997) y sobre todo de La playa (2000), de los que se recuperó, tras un regreso a la televisión de la que procedía, con 28 días después (2004), una excelente película de terror que logró dar nueva vitalidad al super explotado tema de los zombis (que contribuyó a hacer aún más rentable) optando por la variante de los muy parecidos no humanos infectados por un virus.
Desde entonces ha seguido una inteligente y ecléctica línea dando un cierto aire de novedad u originalidad al cine de género, ya sea drama con enseñanza moral (Millones, Slumdog Millionaire), ciencia ficción (Sunshine), aventura extrema (127 horas), thriller (En trance), biopic (Steve Jobs) o comedia con ribetes musicales (Yesterday). Con un regreso en parte fallido a su primer éxito (T2: trainspotting) y ahora otro a 28 días después, su segundo gran éxito que le redimió de los bajones en los que cayó tras él. Tuvo una primera secuela dirigida con buenos resultados por Juan Carlos Fresnadillo en 2007, 28 meses después. Ahora, otra vez con Boyle al timón, lo que fueron días y meses se convierten en años.
El regreso de Boyle a su éxito de 2004 -en este caso no 28, sino 21 años después- es más que el estiramiento de un éxito. Tiene sentido por sí misma. Pasados los años que indica el título un grupo de supervivientes incontaminados viven en una isla fortificada. Pero tan tribales se han vuelto en su retroceso a una sociedad fuertemente unida a la naturaleza que tienen un peligroso rito de paso para los adolescentes: cruzar el camino que les une a la tierra devastada y enfrentarse a los aterradores peligros de los que la isla les protege. Le acompañará su padre porque suceden más cosas que hacen necesaria la incursión.
La película es un festival gore puesto en imagen con inteligencia, por opuestos que sean lo primero y la segunda. O, por decirlo mejor, con astucia. Boyle filma muy bien, crea tensión emocional (incluso cuando no hay casquería) humanizando algunos personajes y trufa el relato con posibles lecturas paralelas sobre el Covid, el Brexit, el desmoronamiento de las conquistas del bienestar o el retorno (imposible) a lo natural como huida de un mundo corrompido y degradado.
No es, por supuesto, una película de denuncia o de tesis. Pero trenza con habilidad el mensaje (hasta con citas directas evangélicas y de Kipling e indirectas de Conrad: atención al personaje de Ralph Fiennes), el asco, la aventura de iniciación con un toque folk/fantasía heroica y el drama familiar. Y lo rueda con un estilo -lo que subraya su habilidad para conjuntar lo opuesto- de retórica de lo oscuro a la vez que de realismo gracias al uso de modernos dispositivos de captación de imágenes. Y la cosa funciona.
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