Mártires del ideal
Otros vendrán... | Crítica
Espuela de Plata recupera la novela en la que Marina Ginestà, miliciana comunista durante la Guerra Civil, recreó la historia del sindicalismo libertario durante los llamados años de plomo
La ficha
Otros vendrán... Marina Ginestà. Trad. Manuel Periáñez-Ginestà. Prólogo M. Periáñez-Ginestà y Rocío González Naranjo. Espuela de Plata. Sevilla, 2019. 368 páginas. 19,90 euros
Nacida en Toulouse donde sus padres, pertenecientes a familias obreras de acreditada tradición socialista, se habían exiliado por razones políticas, Marina Ginestà (1909-2014) fue esa jovencísima miliciana de las JSUC que aparece en una fotografía famosa desde su redescubrimiento en los archivos de la agencia EFE, tomada por un fotoperiodista alemán –Hans Gutmann o Juan Guzmán, luego instalado en México– poco después de la rendición de los sublevados en Barcelona, en los primeros días de la Guerra Civil. Se conservan otras donde aparece junto a su hermano en el frente o en presencia de Buenaventura Durruti y del corresponsal y agente de Stalin Mijaíl Koltsov, para el que Ginestà trabajó como intérprete antes de trasladarse a Valencia y en cuyas memorias, Diarios de la guerra española, cuenta el ruso –purgado tras su regreso a la URSS, pese a los importantes servicios prestados– cómo ella le confesaba que nuestro gran defecto era ser demasiado sentimentales.
A una edad ya avanzada, después de volver por unos años a Barcelona con su segundo marido, un diplomático belga que trabajó en el consulado de la capital catalana, Ginestà publicó dos novelas: Les antipodes (1976), donde recogía en parte sus vivencias como refugiada en la colonia española de la República Dominicana durante la brutal dictadura de Trujillo, y Les précurseurs (1977), recuperada ahora por Espuela de Plata en la traducción castellana de su hijo Manuel Periáñez-Ginestà. A él se debe el nuevo título, tomado de la última frase en la que se sugiere la continuación de la batalla a pesar de las pérdidas, y el prólogo coescrito con Rocío González Naranjo, donde ambos dan noticia biográfica de la autora y contextualizan el libro en relación con su evolución ideológica de la posguerra. Su madre, nos dice Periáñez-Ginestà, no se consideraba una heroína, no formaba parte del núcleo prosoviético –al contrario que su antiguo novio Ramón Mercader, el asesino de Trotski– ni fue testigo directo de la represión del POUM. Sólo después, ya en el exilio, tomó conciencia de la guerra interna que había devorado a su bando y desarrolló, sin ser anarquista, simpatía hacia los doblemente derrotados.
Es significativo que cuando Ginestà echa la vista atrás, en el reencuentro con la ciudad que abre la novela, elija centrarse no en la épica de la resistencia durante la Guerra Civil que había vivido de primera mano, sino en la mucho más olvidada de los libertarios de la generación de sus padres durante los llamados años de plomo. En esa Barcelona del pistolerismo, poco después de que la gran huelga de La Canadiense, liderada por los anarquistas en febrero de 1919, consiguiera el logro histórico de la jornada laboral de ocho horas, se sitúa la acción de Otros vendrán..., que refleja muy fielmente el debate del sindicalismo revolucionario entre los defensores de la unidad política de las organizaciones obreras –veteranos volcados en la mejora de las condiciones de vida– y los jóvenes partidarios de la acción directa. La durísima respuesta de la patronal, a través de los matones del Sindicato Libre o de las propias fuerzas del orden, se tradujo en cientos de asesinatos, deportaciones y encarcelamientos preventivos, que en el presente de la novela se sobreponen a huelgas pasadas como la de los tejedores de Carme, a las levas para la Guerra de África o los disturbios de la Semana Trágica.
Las dos familias de Ana Giner, trasunto de la autora, y Llibertat Alzina, con alguna derivación que retrata las miserias de la pequeña burguesía, retratan ejemplarmente el imaginario de esa clase humillada que alternaba el trabajo, la militancia y la formación autodidacta, desde una perspectiva idealizada pero no inexacta que celebra la profunda solidaridad, la pureza de los principios y el alto coste que pagaron por defenderlos. Usando un estilo sencillo e ingenuo, sin pretensiones, pero elocuente y a ratos conmovedor, Ginestà reivindica el espíritu de lucha y la voluntad de hierro que caracterizó a hombres y mujeres generosos, abnegados, curtidos en mil desgracias. "El ideal libertario no es solamente una doctrina, una esperanza para el futuro. Es también una moral, una regla de conducta", sentencia uno de los presos cuando en la celda se duda sobre el camino a seguir. Dice mucho de la antigua miliciana que prefiriera este discurso edificante a tantos como entonces presagiaron y parecían desear que corrieran ríos de sangre.
Los precursores
Aunque comparten rasgos y destino, no es seguro que como afirmó el escritor y economista francés Bernard Maris, una de las víctimas del atentado yihadista contra la revista parisina Charlie Hebdo, en una reseña publicada sólo unos meses antes de su muerte e incorporada a la edición como homenaje a su memoria, el personaje de Miquel Alzina esté directamente inspirado en Salvador Seguí, gran líder anarquista que abanderó junto a Joan Peiró y Ángel Pestaña la facción más posibilista. Todos ellos aparecen en la novela de Marina Ginestà –que otorga especial protagonismo a este último, de quien se cuenta su difícil infancia, el aprendizaje del oficio de relojero, el modo en que llegó a Barcelona y cómo logró ganarse la confianza de sus recelosos anfitriones– y aparecían también en Apóstoles y asesinos de Antonio Soler, una narración mucho más elaborada –y expresamente dedicada al Noi del Sucre– que viene a contar la misma dramática historia. Menos mitificados que los Solidarios, los Durruti, Ascaso y García Oliver de la canción de Chicho Sánchez Ferlosio –"si se hicieron anarquistas, no fue por casualidad–", estos bravos precursores no podían oponerse a la creación de Grupos de Defensa cuando los suyos estaban cayendo por decenas, pero comprendieron que la espiral de acción y reacción no beneficiaba a sus intereses. Forzado a radicalizarse, viene a decir Ginestà, por la acción conjunta del terror blanco, el cierre patronal o "pacto del hambre", los estragos de la Ley de Fugas y el acoso a los dirigentes, el sindicalismo libertario dejó atrás una etapa en la que llegó a aspirar a la representación mayoritaria. Fueron muchos los méritos de estos líderes templados y valerosos, firmes creyentes en la educación como herramienta emancipadora. No se dejaron cegar por el espejismo soviético ni siquiera en la primera etapa de la Revolución bolchevique, cuando todas las izquierdas e incluso algunos liberales observaban con admiración los retos de la nueva Rusia. Tenían claro que cualquier forma de dictadura, incluida la del proletariado, era una forma de opresión intolerable.
También te puede interesar
Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS)
Teatro Lope de Vega de Sevilla: objetivo abrir en 2025
Lo último