El escritor invisible

Manuel Barea

29 de enero 2010 - 05:00

AYER no fue un día perfecto para el pez plátano. Murió el autor de uno de los mejores cuentos del siglo XX, el que protagonizan Seymour Glass y la niñita Sybil Carpenter, que en la playa oirá la historia de los peces que entran en un pozo a atiborrarse de bananas hasta morir inflados. No desapareció Salinger ayer, que se había hecho invisible desde su más aclamado éxito: una novela que llegó a las librerías el verano de 1951 sin más datos en sus tapas que su título, El guardián entre el centeno, y las siglas y el apellido de su autor. Nada más. ¿Para qué? Es difícil entenderlo en un mundo en el que un buen número de los escritores alimentan su popularidad con asuntos que muy poco o nada tienen que ver con su obra y más con sus fobias, sus vicios y sus cuitas. Un personaje del Ulises de Joyce de cuyo nombre no me acuerdo, la verdad, no sé si Bloom o Dedalus o cualquier otro, da igual, dice en un momento dado: "Cuando leemos la poesía del Rey Lear, ¿qué nos importa cómo vivió el poeta?".

Salinger hizo suya esa máxima. En la muy norteamericana tradición de los escritores fantasma, una lista que incluye a Traven, Pynchon, Gaddis, Gass y Barthelme, entre otros, Salinger se quitó de en medio, evitó los focos y abominó de las cámaras. Esquivo e iracundo, un objetivo era para él tan nefasto como lo puede ser para un navajo, y un reportero que lo apuntara con un visor alguien de quien había que huir o, si esto era imposible, contra quien liarse a golpes. El sólo escribía.

Tal vez fuera Salinger un egoísta. Pero con su propia existencia. Y la blindó contra la gente, tan dada a apoderarse de las vidas de los demás para inmiscuirse en ellas maleándolas, manipulándolas y deformándolas. Y oponerse a eso no es reprochable; al contrario, merece admiración. El comienzo de su afamada novela, esa que empieza con Holden Caufield advirtiendo que no va a contar una historia tipo David Copperfield y demás puñetas, fue una declaración de principios. A nadie le interesa todo ese rollo de la infancia, dónde nació o que hacían sus padres antes de tenerlo a él. Salinger es el hombre sin biografía. Sólo literatura.

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