Té y especias made in La Línea

LINENSES POR EL MUNDo

Juliana Perpén. Trotamundos, descendiente de linenses y gibraltareños, esta empresaria posee una particular tienda en el barrio madrileño de Malasaña: Spicy Yuli

Rubén J. Almagro

24 de febrero 2014 - 01:00

JULIANA Perpén Pérez es de esas linenses [en su caso ni siquiera se puede aplicar con propiedad el término "de adopción"] metida a trotamundos que acaba asentando su proyecto vital lejos de casa. En su caso, en Madrid, que, paradojas de la vida, también fue la ciudad en la que vio la luz. Juliana Perpén es la propietaria de lo que ella denomina "una tiendecita" de tes y especias en el barrio de Malasaña. Eso sí, no permite que ahí acabe su actividad porque, además, imparte clases de cocina y escribe para alguna revista especializada y algún que otro blog. El caso es no estar parada.

Hija de una conocida familia de linenses -los Perpén- y otra que es seña de identidad de Gibraltar -Pérez Licudi- llegó a La Línea con solo cinco años. Treinta y cinco después se considera hija de esta ciudad, que es en la que tiene sus raíces. No había cumplido 20 cuando se marchó a Cádiz a estudiar filología francesa, lo que le abrió las puertas para pasar sus primeros meses como Erasmus en Brest, en la Bretaña Occidental. Tampoco era aquel su primer viaje de largo recorrido, porque le apasiona conocer mundo y ya había estado en Londres en un par de ocasiones. Egham, una pequeña población cercana a Windsor, Eaton y Ascot, fue su segundo destino como Erasmus.

Juliana se marchó a residir a Londres en plena celebración del centenario de la Reina Madre y tuvo la desgracia de vivir de primera mano los atentados de la capital del Reino Unido, aunque a pesar de todo guarda un excelente recuerdo de su paso por aquella ciudad. Curiosamente fue en La Línea, a su regreso, donde, junto a su amigo Javi, se fraguó lo que hoy es Spicy Yuli, su tienda de especias y tes en Malasaña.

"Ya hay más de 190 especias y unos 100 tes", explica su propietaria sin ocultar su orgullo. "No me aburro, mi trabajo me encanta y aunque es duro salir adelante me considero una afortunada".

"Mi sueño, aún sin cumplir, escribir un libro sobre especias y un artículo de comida fronteriza, porque aquí [en Madrid] aún no saben lo que es una tortilla de acelgas o unas calentitas", asegura.

Juliana Perpén vuelve la vista a su pasado: "Conocí Gibraltar antes y después de que se abriera la frontera. Cerrada me pareció un lugar irreal pero se vendían chuches distintas (tiburones de colores, galletas de higo...) y juguetes absurdos pero alucinantes como ese rollo de papel pegado a un palo que lanzabas, se estiraba y se volvía a encoger".

"En los primeros meses de su apertura, yo ya más consciente, me pareció como suspendida en el tiempo, las casas con cortinas de flores sesenteras, los suelos de linóleo y agua salada en uno de los grifos de las cocinas", recuerda. "No había pulpo asado en las esquinas, ni vendedores de higos chumbos, ni bares de tapas, ni un mercado repleto de pescado fresco como en La Línea, pero a mi me cautivó de lleno y lo sigue haciendo".

"Con gran pesar veo como Gibraltar prospera mientras La Línea decae; y como vuelve a ser la esperanza de muchos linenses que han conseguido trabajo", reflexiona. "Y, si bien Gibraltar está lleno de políticos patanes, la gente siente aprecio por su Roca y la defiende con argumentos razonables o absurdos pero ahí siguen, luchando".

"Cierto es que La Línea está desprotegida, abierta no sólo a las inclemencias de un temporal de Levante, si no al olvido de los políticos de arriba y a la necedad de los de abajo", opina. "Y sin caer en los tópicos de llamar ladrones a los que administran y gobiernan, algo está enfermo en La Línea, una especie de desolación que se apodera de calles, de terrenos baldíos, de escuelas, de parques, de playas".

"Toda esa alegría de sus gentes, ese sabor compartido de tapitas y de vino, esas risas de caseta de Feria se pierde en la vulgaridad de los barrios ya no tan deprimidos, en la suciedad acumulada de meses, en la ausencia de esperanza para los que buscan trabajo o que hace meses que no se les paga y en la falta de vida cultural que ha quedado reducida a un teatro, un museo y poco más", subraya la empresaria.

"Unos lo llamarán perspectiva, otros sin duda arrogancia, pero la verdad es que estés donde estés lo que te duele es tu pueblo", puntualiza.

"De mi infancia en La Línea guardo el recuerdo de los sábados en el patio de la casa de mis padres, excavando junto a mi madre y mi amiga Mari Carmen para encontrar tesoritos que en su mayoría eran trozos de loza con dibujos chinos que yo acumulaba para algún día tener una casa como la de los Chinitos", en referencia a la que existe en la carretera del cementerio. "Aún hoy me parece una de las cosas más bonitas de La Línea".

"De adolescente estudié en el instituto viejo", es decir, el Menéndez Tolosa. "El primer año mi hermano y yo cruzábamos a toda prisa por el Mercado de Abastos para no llegar tarde. Al siguiente él había terminado y yo prefería salir con más tiempo porque me gustaba caminar tranquila y disfrutaba del olor a mar al acercarme al instituto, sobre todo cuando empezaba a amanecer".

"Más de una vez me habría quedado en la playa y me habría saltado las clases pero creo que hice novillos sólo dos o tres veces", recuerda.

"No fui una adolescente muy ruidosa. Saqué notas normales, hice buenos amigos y me llevé disgustos amorosos como cualquiera. Asumía con respeto la autoridad de los profesores y me burlaba de ellos por detrás como todos.

"De mis amigos de entonces, Rubén fue el más importante y hoy lo considero un hermano. A pesar de la distancia, los tengo siempre cerca a él y a su familia y no dejo escapar ni una ocasión de ir a verlos si voy a La Línea", acaba.

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