La Línea

La destrucción de los fuertes de Santa Bárbara y San Felipe

EL 2 de febrero de 1810 el teniente-gobernador de Gibraltar, con el previo consentimiento de las autoridades españolas, mandó destruir las fortificaciones de la Línea de Contravalación. La demolición de las baterías y fuertes españoles se extendió finalmente a las obras existentes en el arco de la bahía de Algeciras y a lo largo de la costa hasta la isla de Tarifa.

En tan sólo 15 días, los franceses habían ocupado casi toda Andalucía, excepto Cádiz, y se esperaba de forma inminente su llegada al Campo de Gibraltar, donde los primeros franceses aparecieron los días 13 y 14 de febrero en Tarifa y Algeciras. Coincidiendo con la llegada de las avanzadas napoleónicas y ante el temor de que pudieran hacer uso de las fortificaciones españolas de la Línea de Contravalación contra el Peñón, ingenieros británicos procedieron el día 14 a su voladura, continuando después con la completa destrucción de las baterías españolas situadas en el arco de la bahía de Algeciras y litoral hasta Tarifa.

Juan A. Padrón Sandoval, en su artículo 'La destrucción de las fortificaciones españolas en el entorno de Gibraltar durante la guerra de la independencia', que aconsejo que leáis, comenta que "todavía hoy se especula abiertamente sobre del origen de la orden por la cual se procedió a aquellas demoliciones, aceptándose la teoría -ante la aparente falta de documentos y no sin el recelo de ciertos historiadores- de que se hizo con el previo consentimiento de las autoridades españolas, pero sin descartarse la posibilidad de que la orden fuera dictada por iniciativa propia del entonces teniente-gobernador de Gibraltar, el mayor-general Colin Campbell. Así se manifestaba el historiador británico George Hills, quien consideraba esa posibilidad como la más probable mientras no existieran otras fuentes primarias que pudieran explicar si dicha demolición se solicitó o fue autorizada por alguna autoridad española o británica. Para Hills, con el tiempo surgieron tres teorías diferentes: Campbell ordenó la demolición por su propia autoridad, con instrucciones del gobierno británico o a petición del general Castaños. Los autores españoles, por lo general, han favorecido la segunda opción, mientras que para algunos británicos la destrucción de las baterías de La Línea se hizo a requerimiento del gobierno español. No han faltado, por último, historiadores que, lejos de opiniones interesadas, asumen que la destrucción de las fortificaciones españolas se hizo con el previo consentimiento de la Regencia, tal y como también afirmaba el investigador gibraltareño Tito Benady, aportando para ello nuevos datos sobre el particular que parecían no dejar lugar a dudas".

La existencia de las fortificaciones españolas siempre había incomodado a las autoridades del Peñón. Sin esperar a recibir instrucciones desde Londres, la ruptura del frente de Sierra Morena y la presencia del enemigo a una distancia de catorce días de marcha del Campo de Gibraltar, indujo a Campbell (que también actuaba como teniente-gobernador de Gibraltar) a contactar con el general Francisco Javier Castaños para plantearle la necesidad de preparar las obras de fortificación españolas del istmo y en torno al Peñón con el objeto de su eventual destrucción por medio de minas ante la amenaza que podrían suponer para Gibraltar en el caso de que hicieran uso de ella los franceses.

El 20 de enero, tras tener ya la aprobación inicial del general Castaños por medio del cónsul Emmanuel Viale, Campbell ordenó inmediatamente al comandante de ingenieros de la guarnición de Gibraltar, el teniente-coronel Sir Charles Holloway, que se preparara para minar los fuertes. No obstante, aún seria necesario el permiso del comandante general del Campo. Campbell pedía que se dejara pasar a un cuerpo de minadores para llevar a cabo la destrucción. La respuesta no se demoró. Al día siguiente, el comandante general interino del Campo de Gibraltar, José del Pozo y Sucre, mariscal de campo e ingeniero director subinspector de la provincia de Andalucía, contestó que "no estando en aquel día tan apuradas las circunstancias, ni siendo posible al enemigo el penetrar en el Campo con la rapidez que acostumbra, sometería su reclamación al Gobierno".

El teniente-coronel José González de Molina, capitán de la compañía de Escopeteros de Getares y comandante de la Línea de Gibraltar en la época que tuvo lugar su destrucción, declararía años más tarde que "en ese tiempo el estado hizo entender al comandante general del Campo que los ingleses querían demoler todas las fortificaciones de la Línea; que inmediatamente dicho general manifestó al gobernador de la plaza que no podía acceder a semejante operación mientras no fuese informado del asunto y le diese sus órdenes el gobierno del Reino, y que después de varias contestaciones le dijo el mismo general al declarante que no se podía resistir y que por lo tanto hiciera la vista gorda (palabras textuales) y dejase obrar a los ingleses".

Obtenido el permiso de las autoridades españolas, el teniente-gobernador Campbell ordenó comenzar los trabajos de minado en las líneas y los fuertes de la Contravalación aquel mismo día 2 de febrero. Inmediatamente se tomaron las disposiciones necesarias por parte del comandante de ingenieros de la guarnición, el teniente-coronel Hollway, quien ordenó al también teniente-coronel Henry Evatt y al segundo capitán George Judd Harding, del cuerpo de Reales Ingenieros, que procediesen con la demolición por minado de los fuertes de Santa Bárbara y de San Felipe, lo que en efecto, bajo la dirección del teniente-coronel Evatt y del capitán Harding, se destacó a los fuertes de Santa Bárbara y de San Felipe un fuerte destacamento de minadores perteneciente a las dos compañías del cuerpo de Reales Artificieros Militares acuarteladas en el Peñón.

Durante los trabajos se cubrió al destacamento con una fuerza de 500 a 800 soldados de la guarnición. Avanzados los trabajos de minado de los fuertes, el 10 de febrero comenzó la demolición de los muros de mampostería de contención del glacis o explanada de las banquetas de piedra y de los alojamientos de la guardia de las líneas españolas que cruzaban el istmo entre Santa Bárbara y San Felipe, labor que se encomendó a los oficiales y empleados del astillero gibraltareño, los cuales fueron asistidos a partir del día siguiente por comerciantes y habitantes del Peñón que se ofrecieron voluntarios, así como por una partida de minadores, todos los cuales arrasarían en apenas dos jornadas el muro o banqueta que conformaba la Línea.

Completado el minado, el 14 de febrero aparecieron en el horizonte los primeros franceses. A las dos y media de la tarde de ese día un destacamento de unos 240 dragones franceses procedente de Medina Sidonia se aproximó a Algeciras, entrando en la ciudad una patrulla de unos 20 hombres al mando de un oficial que, tras reclamar los caudales públicos existentes, se retiró una vez obtenida la entrega de 38.000 reales de vellón y una partida de tabaco. Enterado el teniente-gobernador Campbell de que los franceses estaban ya en Algeciras, a sólo 8 millas de distancia por tierra, consideró llegado el momento de proceder a la voladura de las líneas españolas tras haber ordenado la colocación de los barriles de pólvora en los hornillos. Mientras se colocaban las cargas en los lugares señalados que, según un oficial británico que participó en los trabajos, "eran en las partes que mas poder destructivo podrían causar y, en caso de que algo quedara, que se cuarteara hasta los cimientos para que fuese imposible su reconstrucción", algunos artilleros y artificieros del Peñón se dedicaron a tirar a los pozos, aljibes y lugares comunes lo poco que allí había quedado, la mayoría para ellos inservible, como balas, carcasas, bengalas y repuesto de cañones, "para que no lo pudieran aprovechar los españoles, que estaban atentos a cuanto hacíamos, pero sin intervenir".

Acordada la orden de prender las mechas a cierta hora, la contraseña para alertar a los de la plaza consistía en lanzar una bengala, que indicaría que todas las cargas estaban puestas tanto en los dos fuertes y plazas de armas como en los muros de la Contravalación. Una vez lanzada la bengala, todo el personal debía estar alejado de las líneas españolas y tan pronto se escuchó el ruido de un disparo de cañón desde la batería de Queen's Line se comenzó a prender fuego a todas las mechas, todos a una, para no ocasionar victimas ni accidentes en los artificieros. Cuando se produjo la explosión el espectáculo fue grandioso, fenomenal, elevándose una gran polvareda con suma majestuosidad hacia el cielo. Las minas colocadas en los fuertes de la Línea explotaron muy irregularmente, pero por la magnitud de sus cargas hicieron volar el fuerte totalmente en pedazos. Estas obras se encontraban completamente arrasadas el día 12, después de lo cual las mismas partidas continuaron con la demolición del pequeño fuerte de la Tunara, en la playa de Levante de La Línea. Según el cronista sanroqueño Lorenzo Valverde, los británicos destrozaron, además, el cuartel general de Buenavista (en Campamento) y otro edificio contiguo que fue hospital de la Sangre durante el bloqueo de Gibraltar en 1782 y que más tarde sirvió de cuartel de caballería también en Campamento. Asimismo, destruyeron el Parque de Ingenieros, el de Artillería y el cuartel de caballería llamado de Tessé en la margen del río Cachón. En el término de pocos días los aliados inutilizaron un caudal inmenso y, no quedando ahí la cosa, después algunos particulares se llevaron a Gibraltar muchas de las piedras de sillería de las ruinas con las que hicieron varias casas, entre ellas las que hay a la entrada de la calle Ingenieros, por la parte de la plaza de Artilleros, y otras dos en la calle Real, junto al Correo.

Solo quedan unas ruinas, vestigio de lo que fue el origen de la primitiva aldea de La Línea de Gibraltar. Si los ciudadanos conocieran bien su historia, creo que le tendrían mas respeto y ayudarían a su conservación.

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