120 años del incendio de la fábrica de corchos

El 13 de febrero de 1894 se produjo el segundo fuego en la factoría que estaba situada en el espigón de San Felipe Hubo varios heridos y dos fallecidos

120 años del incendio de la fábrica de corchos
120 años del incendio de la fábrica de corchos
Luis Javier Traverso La Línea

13 de febrero 2014 - 01:00

Hoy, 13 de febrero, hace 120 años que se produjo el segundo incendio en la fábrica de Corchos que estaba situada en el espigón de San Felipe. Era un cuadro desconsolador el que se presentaba a la vista de toda la población que a la voz de alarma acudió como un rayo hacia la playa del espigón, punto principal de entrada a la fábrica, a prestar su ayuda. Las víctimas empezaban a ser trasladadas por sus propios compañeros fuera de la fábrica, en busca de socorro y de los auxilios de la ciencia. El aspecto de aquellas era verdaderamente aterrador.

Síncopes por todos lados entre las operarias de la fábrica, que atropelladamente y espantadas huían del lugar de la catástrofe. Llamas en la parte sur del edificio, en las naves de ese lugar, y un temor horrible en todos los ánimos, por la inmensa y general amenaza que pesaba en aquellos momentos sobre todos los intereses acumulados en el importantísimo y populoso barrio de San Felipe.

Alcalde, juez municipal, secretario del Ayuntamiento, fuerzas de la Guardia Civil, municipal, de orden público, militar, carabineros y agentes de la Compañía Arrendataria de Tabacos acudieron instantáneamente a la fábrica a prestar los necesarios auxilios; adoptando las autoridades civil y judicial las disposiciones oportunas conforme eran posibles con la gravedad de las circunstancias. La potente fuerza del voraz elemento aumentaba con la inmensa cantidad de combustible allí aglomerado y la escasez de recursos con la que desgraciadamente aquí se contaba -¡pues se carecía hasta de agua!- para contrarrestar un incendio de tan gigantescas proporciones.

En el mes de junio de 1889 la misma fábrica fue reducida a cenizas por otro incendio terrible, pero no hubo víctimas como en este.

Existían varias versiones, como sucede siempre en estos casos; pero lo más verosímil, la que se considera más próxima a la realidad, es la siguiente:

El depósito de polvo de corcho parece que se inflamó; observado esto por los operarios, se dio la voz de alarma y se precipitaron a seguida sobre la puerta del depósito de referencia, con algunas mangas de incendio ya en funciones, don Juan Conte, gerente de la Fábrica y varios operarios. A los primeros golpes de agua el depósito explotó, arrollando las llamas a cuantos encontró más próximos y causando en los mismos horribles y graves quemaduras. El incendio se propagó a uno de los inmensos talleres de máquinas y depósito de tapones, que a las cuatro de la tarde eran consumidos por inmensas llamas, amenazando el fuego a todos los edificios colindantes; tanto, que el destrozo causado en los mismos para quitar mayores elementos de destrucción al voraz elemento fue de inmensa consideración.

El alcalde tuvo la precaución de ir acompañado de los médicos señores Quiñones y Rovira, a los que se unió después el señor Jiménez. Prestaron a los heridos los primeros auxilios.

A los demás médicos municipales se les indicó la necesidad de que se constituyeran en el hospital, a los que rogaron que hicieran lo mismo a todos los demás médicos a quienes se encontró al paso. Otra de las medidas adoptadas por la autoridad fue mandar a despejar la fábrica del inmenso público que en ella se había aglomerado para evitar nuevas desgracias y para que pudieran trabajar holgadamente los operarios dedicados a la extinción del incendio e impedir que éste se propagara a las inmensas pilas de corcho acumuladas en el patio.

Como las fincas colindantes estaban amenazadas por el voraz elemento, y en gran número albergaban multitud de vecinos en su mayoría pobres, y muchos establecimientos públicos, fue preciso empezar a desalojar las habitaciones y a depositar en medio de la vía pública todo el menaje contenido en aquellos locales, por lo que se produjo el destrozo consiguiente al tropel con que tales operaciones se tenían que realizar.

La mayoría de los edificios colindantes con la fábrica eran de pertenencia de los señores Larios. Entre las propiedades ajenas a estos señores, las que más daño sufrieron fueron las del señor Grandy, que se hallaban bajo el fuego del almacén de tapones cuyas llamas se comunicaban por dos ventanas a la casa-horno del expresado individuo, y sobre la cual caían los corchos incendiados, por cuya razón hubo que desalojarla, causándole forzosamente con tal motivo grandes destrozos en la misma.

El número de heridos ascendió a doce. Todos tenían quemaduras de primero o cuarto grado en la cara, pecho, manos, brazos y piernas.

Fueron considerados graves don Juan A. Conte; Antonio Díaz Cantero; José Pérez Lucena; Ignacio Miramontes, Juan Tejero, Pedro López, Antonio Torres, José Sanz Gracia y el niño Ángel García. Eran considerados gravísimos Antonio Peláez, Antonio Tello y Manuel Romero. Este último falleció mas tarde.

A las seis de la tarde se logró sofocar el incendio y poco después se dominó por completo gracias a una potente manga dirigida con gran acierto, que se utilizó a ultima hora, renaciendo con ello la tranquilidad en los espíritus, bastante necesitados de ella, muy especialmente en el vecindario del barrio de San Felipe.

Una vez sofocado el incendio fue extraído del interior del depósito que motivó la explosión origen de la catástrofe el cadáver del desgraciado Manuel Tello Padilla, segundo operario del molino de serrín de corcho.

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