FAIRYTALE | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

La pesadilla que no cesa

Los fantasmas que amenazan los sueños de la vieja Europa en 'Fairytale'.

Los fantasmas que amenazan los sueños de la vieja Europa en 'Fairytale'.

En 2005 el ruso Alexander Sokurov filmaba Solntse, dedicada al emperador japonés Hiro-Hito, tercera entrega de su ya pentalogía consagrada a los totalitarismos. Desde aquella, saludada por muchos como su obra maestra, hasta esta Fairytale, probablemente la peor y más ridícula película de su larga carrera, median 17 años que parecen haberlo convertido en un cineasta antediluviano. Es cierto que década y media da para mucho, incluso da, como en este caso, para no moverse ni medio milímetro del pensamiento teórico y los preceptos estéticos, aunque estos últimos luzcan ahora pobres, sin filo y mustiamente apolillados. Como para una final de Champions en el averno, Sokurov convoca a Hitler, Stalin, Churchill y Mussolini (Franco debió quedarse acalambrado en el banquillo e inexplicablemente saltó al campo Churchill en su demarcación) a las puertas de un limbo digital mientras mascullan chismes medio ininteligibles y recorren un paisaje que evoca las ruinas de la vieja Europa que ellos contribuyeron a devastar. Para rizar el rizo del batiburrillo, y previendo cambios tácticos de última hora en su dream team, se guarda a Jesucristo y Napoleón como ases en la manga.

Cierta vocación pictórica en el trabajo con los fondos, que imitan sin disimulo a Gustave Doré o a Masaccio, atrapan el ojo durante los primeros instantes, evitando que este se fije demasiado en un delirante deep fake que superpone digitalmente las caras de los personajes reales sobre los actores, o el uso ocasional de algún intérprete de parecido razonable. Pero pronto se revela que toda esa maquinaria machacona y huera le va a servir al cineasta ruso para bien poco y durante poco tiempo, dejándolo desnudo y a solas con su engolada pose de ese gran pensador y esteta que siempre quiso ser y que casi nunca, y hoy menos que nunca, fue. A su última cinta ni siquiera la salva, como sí les ocurre parcialmente a las de otros ilustres veteranos en esta sección, nadar a contracorriente y situarse fuera de cualquier moda efímera.