Real Balompédica-Algeciras CF

Del pasillo a la liguilla (0-1)

  • Un Algeciras más implicado, sobre todo tras el descanso, se apunta un Clásico aburrido, en el que los defensas se imponen siempre a los atacantes. El pasillo al campeón, único premio para los de casa, mientras que los visitantes acarician la clasificación

El Clásico campogibraltareño fue para el que más lo necesitaba, el que más lo buscó y el que más lo mereció. El Algeciras salió del partido de máxima rivalidad con tres puntos que le dejan a la misma orilla de la clasificación para la mal llamada liguilla, al tiempo que muy reforzado en su moral y en su identidad. La Balompédica se queda con el consuelo del histórico pasillo de campeón y con la duda de por qué un equipo que no tenía absolutamente nada que perder no se fue en momento alguno decididamente a por la victoria.

Por encima de todo, el Clásico vuelve a dejar un satisfactorio poso de convivencia pacífica entre aficiones y ciudades que demuestra que aquellos que sostienen que en estos partidos debe haber algo más que balompié y todo lo que ello conlleva están algo más que trasnochados.

La primera media hora de esta enésima entrega del Balona-Algeciras fue más que nada una guerra psicológica. Los albirrojos propusieron un duelo en el que el balón no era más que una excusa y la Balompédica entró al trapo. Esa guerra táctica -que más que un intercambio de golpes lo era de  miradas- no transmitía nada a la grada, que desconectó tras ver salir a los suyos del túnel que formaban los jugadores y técnicos de su eterno rival. Pero el Algeciras había logrado cortocircuitar a los albinegros, que era lo que perseguía.

Era un partido malo hasta decir basta, en el que las defensas se impusieron siempre a los atacantes. Unos y otros se empleaban con ganas, no eran capaces de hilvanar una sola jugada que invitase a salir del letargo en el que estaba sumida la grada. Pocos partidos como éste se han jugado en medio de tanto silencio. En esa tarea de contención destacaron Carlos Guerra y Álvaro Benítez, que borraron del escenario del choque a May y Copi.

En ese periodo de intercambio de nada, dos fogonazos de Juampe desde fuera del área y un golpe franco lanzado por un Copi sobreexcitado fueron lo más parecido a ocasiones de marcar. Pero eso, parecido.

En el 41' llegó la réplica de los visitantes, mucho más clara. Una  falta ejecutada por el linense Roberto fue interceptada por Camacho con apuros, pero Javi Gallardo, jugándose el físico, acertó a meter la punterita para evitar que Johny rematase.

Desde que arrancó la segunda mitad se palpaba que el Algeciras había vuelto al césped con ese puntito más de intensidad que da la necesidad. O que la Balona se había dejado parte de sus ansias en el vestuario. Vaya usted a saber. El eterno debate sobre si las cebras son blancas con rayas negras o viceversa.

 Pronto Escobar tuvo que prescindir de Pibe y Javi Catalán, casi inéditos. Pero nada. La Balona no fue capaz de leer el partido ni antes ni después del descanso.

Todo lo contrario le sucedió al rival. Pablo Sánchez había preparado la contienda consciente de que el empate -que tampoco hubiese sido un marcador disparatado- no era mal botín, así que decidió no correr riesgos innecesarios y que su equipo esperase pacientemente esa oportunidad que siempre da el fútbol en este tipo de enfrentamientos.

Y llegaron, digo que si llegaron. La primera en el 59', cuando Alvi se adelantó a la hasta entonces infranqueable retaguardia local, pero Camacho enmendó el error con un auténtico paradón. La segunda, en el 70'. Raúl Domínguez lanzó una falta, la barrera se descompuso como un castillo de naipes y Johny, como si pasase por allí de casualidad, tocó con el tacón y desvió el cuero lo justo para que el meta balono no llegase.

Casi no habían terminado de celebrar el tanto los visitantes cuando el entrenador algecirista  efectuó un cambio que acabaría por resultar determinante. Prescindió del mediapunta Alvi Carrasco, dio entrada a Alexis para que su equipo, con ventaja en el luminoso, pudiese tener más el balón. Además, situó a Javi Chico entre la defensa y la línea de creación, como un nuevo obstáculo para el juego ofensivo de la Balona, que ya estaba de por sí más que espeso. La jugada le salió redonda, porque su equipo no pasó apuros y pudo redondear el duelo a la contra.

A partir de ese momento la Balona puso interés, pero con un fútbol descabezado y aunque logró crear tumulto en las inmediaciones de Reina ocasiones, lo que se entiende por ocasiones, no consiguió crear una.

El partido se había convertido en una ruleta rusa para los de casa. Y el Algeciras, que supo jugar con el tiempo del partido, tuvo en su mano el tiro de gracia, primero en un mano a mano de Alvi con Camacho que resolvió el cancerbero con los pies, y después, en un lanzamiento de Raúl Domínguez después de un buen servicio de Willy se fue a unos centímetros del poste. El pitido final de un desacertadísimo Nono Santos Pargaña guillotinó diez años sin triunfos del Algeciras en los clásicos -en La Línea no salía victorioso desde 1996- y una racha de los algecireños sin vencer a domicilio en toda una vuelta. La Balona se queda con su pasillo, con una estupenda taquilla y con su afición desencantada. Los Clásicos son así. No dejan indiferentes a nadie.

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