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Veinte años de nuestra Ryder

  • Hoy se cumplen dos décadas del comienzo, en medio de una tromba de agua, de la competición más importante que haya acogido la comarca

Severiano Ballesteros, capitán del equipo europeo, abraza el trofeo de campeón de la Ryder en 1997.

Severiano Ballesteros, capitán del equipo europeo, abraza el trofeo de campeón de la Ryder en 1997. / Real Club de Golf de Valderrama

Carlos Gardel sostenía en su incombustible Volver que veinte años no son nada. Pero la hemeroteca demuestra que se equivocaba. Precisamente hoy se cumplen dos décadas de aquel viernes 26 de septiembre en el que el Campo de Gibraltar amaneció literalmente anegado, casi incomunicado. No hubo muertos, ni heridos graves, ni siquiera pérdidas irreparables por culpa de las precipitaciones. Y sin embargo, la tromba de agua de aquella madrugada ocupa un lugar preferente en la historia de la comarca. Aquellas lluvias torrenciales obligaron a retrasar una hora y cuarenta minutos el comienzo de la XXXII edición de la Ryder Cup, la que se jugó en el Club de Golf Valderrama de San Roque, el acontecimiento deportivo más importante que haya albergado la zona.

Aquella edición que tuvo como escenario el mítico campo de los altos de Sotogrande es, aún al día de hoy, la única jugada en el turno europeo fuera de las Islas Británicas. Un sueño hecho realidad por mor de la inquebrantable voluntad del entonces propietario del club Valderrama, el recordado Jaime Ortiz-Patiño, y del inmortal Severiano Ballesteros, que ejerció de capitán del equipo europeo. Un sueño, todo hay que decirlo, mal aprovechado cuya herencia sigue siendo casi una incógnita tanto para San Roque como, por extensión, para toda la comarca.

El jueves 25 de septiembre de 1997 San Roque se había comenzado a convertir en el epicentro de todas las miradas. En la capital mundial del golf, como se afirmaba pomposamente en aquellos momentos. Los reyes de España, Juan Carlos I y Sofía, presidían ante nada menos que 20.000 espectadores la inauguración oficial, preñada de liturgia olímpica, en la que no faltó el desfile de los equipos de Europa y Estados Unidos y en el que la comarca sólo contó con un alcalde, el sanroqueño Andrés Merchán. El presidente de la Junta, Manuel Chaves, el de la Diputación en aquel momento, Rafael Román, y la entonces ministra de Educación y Cultura, Esperanza Aguirre, ocupaban lugares de privilegio.

El comienzo del juego no era más que la culminación de seis años de advertencias continuas de que llegaba a Valderrama un acontecimiento que ni gran parte de los ciudadanos de la comarca ni, lo que es peor, la totalidad de los políticos, fueron capaces de entender. Lo que, por añadidura, les impidió rentabilizarlo como hubiese sido preceptivo.

Setenta kilómetros de cableado llevaron, a través de trece canales, las imágenes de la competición a unos 700 millones de personas en todo el planeta. Este torneo ideado en 1926 por Samuel Ryder, el desocupado hijo de un comerciante de maíz de Manchester, para "defender el honor del golf británico" está considerado el cuarto en impacto mediático a nivel mundial, sólo por detrás de los mundiales de fútbol y atletismo y de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, la mayoría de los que lo siguieron por televisión y prensa acabaron por no saber si se jugaba en Valderrama o en Sotogrande y si estas indefinidas ubicaciones estaban en Cádiz o Andalucía o cuál de ellas era el todo y cuál la parte. De San Roque, nada. La empresa patrocinadora, Johnnie Walker, hizo lo imposible, bien por voluntad bien por desconocimiento, para que así fuese.

Además de un impresionante despliegue, sobre todo de la Guardia Civil, 1.014 voluntarios (137 de Algeciras, 109 de La Línea, 80 de San Roque y ocho de Los Barrios representaban a la comarca) velaron para que los alrededor de 50.000 espectadores que acudieron cada día al campo pudiesen disfrutar del espectáculo.

Entre los que se dejaron ver en calidad de espectadores, algunos casi levantaron más revuelo que los propios jugadores. Fue el caso del baloncestista Michael Jordan -que recibió un trato de monarca- del actor Michael Douglas o el ciclista Miguel Indurain. Ni la llegada del entonces presidente de la Comisión Europea, Jacques Santer, ni el del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch o de George Bush padre, ex presidente de EEUU, supuso tanto para la mayor parte de los que habían adquirido sus entradas como el de los antes mencionados.

Las carreteras fueron, con mucho, el talón de Aquiles de aquella Ryder. En un alarde de previsión, el ministro José Borrell había denegado el apoyo del gobierno socialista unos años antes para el desdoblamiento de la Carretera Nacional 340 entre Estepona y Guadiaro por considerarlo innecesario. La consecuencia fue que la Guardia Civil se veía obligada durante la noche a colocar conos en dicho trazado para crear un tercer carril artificial, que facilitaba el acceso a Sotogrande. Hacia la mitad de cada jornada esa vía cambiaba de dirección para favorecer la salida en dirección Málaga. Hasta dieciséis kilómetros de colas se registraron algunos días.

El desplazamiento desde los diferentes aparcamientos hasta las inmediaciones del campo se convirtió en el principal obstáculo, especialmente al final de cada jornada, cuando los aficionados abandonaban de forma masiva las instalaciones.

El gran desembarco de aficionados desde todos los puntos del mundo (10.000 del Reino Unido, 5.000 de Estados Unidos) puso patas arriba el mundo hotelero, poco dado a este tipo de retos. La leyenda afirma que se pagaron desde medio millón hasta dos millones de pesetas por alquilar durante una semana uno de los chalets de Sotogrande. Cinco grandes transatlánticos atracaron en el puerto de Algeciras para hacer las veces mitad de residencia mitad de casino.

A primera hora de la tarde del domingo 28 la Infanta Elena, en presencia del presidente del gobierno, José María Aznar, entregaba a Seve Ballesteros la Copa Ryder, cuyo triunfo había revalidado Europa en una última jornada de infarto a la que había llegado con cinco puntos de ventaja que estuvieron a punto de esfumarse.

Veinte años hace ya de todo aquello y Valderrama, después de un cambio notable en su dirección, puede alardear de, como poco, mantenerse entre las capitales mundiales del deporte que ha experimentado mayor expansión en el número de participantes en las dos últimas décadas. Veinte años. Y parece que fue ayer.

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