Los traductores | Crítica de cine

Literatura o mercadotecnia

Lambert Wilson (de espaldas) en una imagen de 'Los traductores'.

Lambert Wilson (de espaldas) en una imagen de 'Los traductores'.

Sátira de la voracidad mercantilista del actual mundo editorial en clave de misterio, la cinta gala Los traductores actualiza la vieja fórmula del encierro en busca del culpable (o whodunit) que remite a la literatura de Agatha Christie adoptando las formas del thriller de diseño con barniz de europudding.

Reunidos en un búnker subterráneo, traductores de distintas lenguas y nacionalidades tendrán que traducir la tercera entrega de un best seller bajo estrictas medidas de aislamiento y seguridad que eviten cualquier filtración o pirateo.

Servido el juego entre paredes de hormigón y vigilancia carcelaria, Régis Roinsard resuelve demasiado rápido el encargo, la inevitable filtración y el chantaje y tira de estereotipos para revelar una farsa no siempre bien manejada entre saltos temporales, cambios de punto de vista, anticipaciones, salidas al exterior, escenas de acción y demás recursos trileros que buscan airear el encierro a falta de mejores argumentos dialogados o dramáticos.

Los traductores se enreda así en su propia tela de araña, marca sus cartas, tira de efectismo y convierte a sus desdibujados personajes en marionetas de un guionista caprichoso que tal hubiera pedido más sentido del grand-guignol en la puesta en escena. En el duelo entre el editor y los traductores, o lo que pretende ser un explícito y simplista combate entre comercio y literatura (sic), el gran Lambert Wilson sostiene la función tirando de histrión, mientras que Kurylenko, Scammarcio, Lawther o nuestro Eduardo Noriega luchan denodadamente por sostener a golpe de tics el endeble esqueleto de sus personajes al otro lado de la sospecha.