El suplente | Crítica

El aula de la vida

Juan Minujín es el profesor suplente en el filme de Diego Lerman.

Juan Minujín es el profesor suplente en el filme de Diego Lerman.

La historia la hemos visto muchas veces: un profesor (Juan Minujín) llega a un centro difícil para sustituir a un colega, tratar de domar a las fieras y trasmitirles cierto interés por la materia. “¿Para qué sirve la Literatura?”, les pregunta el primer día de clase. Los chavales eluden la respuesta, miran el móvil, dormitan o bromean.

Estamos en un barrio marginal de Buenos Aires y nuestro profesor viene rebotado de una carrera universitaria frustrada. Mientras intenta ganarse a los alumnos, trap mediante, lidia con un padre enfermo (Castro), figura respetada y fundador de un comedor social en la zona, también con una hija preadolescente, una ex-esposa (Lennie) y un piso nuevo.

A diferencia de un filme pariente como La clase, de Cantet, El suplente, a concurso en el último festival de San Sebastián, entra y sale del aula para abrirse a las circunstancias personales de su protagonista, también a las de uno de sus alumnos, utilizado por los narcos locales y pretexto para un intento de salvación.

Estamos ante un filme con demasiados frentes que aspira a naturalizar la lidia con el día a día, el entorno y la vida íntima entre pinceladas realistas, encuentros y tropiezos. Lerman (La mirada invisible, Una especie de familia) no siempre parece tener claro hacia dónde llevar su historia o a qué darle más peso, y el paulatino abandono del aula ahora vigilada hace que también perdamos foco e interés por el proceso educativo que conduce a una verdadera posibilidad de cambio, un cambio que termina llegando en todo caso de manera algo forzada.