El rey del barrio | Estreno en Filmin y Movistar

La comedia de la vida

Pete Davidson, en una imagen de 'El rey de la comedia', de Judd Apatow.

Pete Davidson, en una imagen de 'El rey de la comedia', de Judd Apatow.

No sé bien en qué momento nos olvidamos de que Judd Apatow es uno de los grandes cineastas norteamericanos de su generación. Y tal vez lo hayamos hecho porque no busca demostrarlo en cada película o, al menos, no de esa manera tan habitual en los directores de comedia que buscan legitimarse cambiando de registro o escorándose hacia el drama.

A Apatow no le hace falta, porque su sentido de la comedia (de la vida) está siempre unido a los sinsabores, taras e imperfecciones de sus personajes, extraídos de una observación de su entorno y, como en sus dos últimos trabajos, sacados de esa stand-up comedy de la que él mismo procede y en la que ha tenido siempre los mejores ojos y oídos para descubrir el potencial cinematográfico de sus nuevas promesas.

Si en Y de repente tú la invitada y cómplice era Amy Schumer y su post-feminismo descarado, en esta extraordinaria El rey del barrio el protagonista es el joven comediante Pete Davidson, cuyo trasunto autobiográfico y peripatético vemos desfilar entre escenas siempre generosas e hilarantes en este relato de salida del cascarón familiar, afirmación y maduración que, como en otras cintas de Apatow (pienso en Lío embarazoso), remite a esa inmadurez masculina tardía, forzada y congénita que tan buenos materiales le ha proporcionado a la nueva comedia norteamericana.

Davidson trata así de gestionar su propio fracaso como veinteañero sin futuro y sin otra actividad que la de fumar porros, holgazanear con los colegas y coleccionar tatuajes en su cuerpo, y en el camino se le cruzan una madre maravillosa (qué grande Marisa Tomei), una novia no menos comprensiva y enamorada contra todo pronóstico (gran descubrimiento Bel Powley) y el bombero calvo y bigotudo (Bill Burr, otra joya) destinado a ocupar el lugar del padre ausente como clave para entender su carácter y sus inseguridades.

El rey del barrio nos regala de nuevo ese gusto de Apatow por hacer de cada escena una pequeña fiesta para sus actores y un verdadero ejercicio de tempo, diálogos chispeantes e improvisación, ese gusto por dar espacio a los secundarios y dejar que roben protagonismo, esa querencia por las derivas y los caminos adyacentes que confluyen finalmente en un núcleo que demuestra sus habilidades como guionista, su eficacia narrativa y el infinito cariño por sus criaturas.

Sólo Apatow puede convertir a un puñado de bomberos veteranos (Buscemi entre ellos) en una coral de la comedia al tiempo en que les homenajea como héroes y figuras paternales para un huérfano descarriado; modelar y encajar en una historia moral los destellos y fragmentos procedentes de los monólogos cómicos. Sin apenas hacer ruido, silenciada y orillada por la pandemia y sus circunstancias, El rey del barrio fue, posiblemente, una de las mejores comedias del pasado año. Ahora pueden descubrirla.