El mundo de ayer | Crítica

Ayer ya es mañana

Léa Drucker, extraordinaria como Presidenta de la República francesa en el filme.

Léa Drucker, extraordinaria como Presidenta de la República francesa en el filme.

Basada libremente en la novela El mundo de ayer de Stefan Zweig, la nueva película de Diastème (Sangre francesa) especula con un más que probable marco político donde la amenaza de la llegada de la ultraderecha al poder activa los mecanismos de alarma de la Presidencia de la República, en este caso en manos (esto ya es menos probable) de una mujer a la que la gran Léa Drucker (La habitación azul, Custodia compartida) presta una credibilidad institucional y unas formas realmente extraordinarias.

Nos encontramos pues en un escenario de especulación más que plausible, no hay más que ver los resultados de las recientes elecciones galas y el panorama mundial en su conjunto, como territorio para indagar en los juegos de poder, las intrigas y estrategias de la alta política, el inestable equilibrio entre la lealtad y la traición y los conflictos morales llevados también al ámbito personal, asuntos que Diastème articula en las formas sobrias y secas del thriller conspirativo (con música bartokiana de cuarteto de cuerda), con cierta condensación teatral y la entrega plena a las prestaciones de un elenco de altísimo nivel donde, además de la gran Drucker y el cada vez mejor actor Benjamin Biolay, un enorme Denis Podalydès (Borrar el historial, Los amores de Anaïs) en el papel de asesor sostiene el doble pulso moral y afectivo a una presidenta en la tesitura de tomar una decisión crucial sobre el futuro de la nación mientras lidia con la enfermedad y su agenda diaria.

Filme de despachos, conversaciones privadas, diálogos elocuentes, reveladores y precisos, atención al detalle del ritual protocolario y alta tensión dialéctico-ética, El mundo de ayer pisa firme por su terreno y actualiza las premoniciones y augurios del lúcido y malogrado Zweig en tiempos de (nuevo) ascenso del populismo y la barbarie para dejar al espectador con la incógnita de una resolución satisfactoria del ejercicio del poder y sus peajes.