In Memoriam
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Operación Tortilla
Norma número uno: nada ni nadie es lo que parece. Martes, 7 de julio, 04:30. El coche circula en solitario a toda pastilla en un tramo de la A-7 donde el límite está fijado a 80 km/h, aunque al volante no va ningún loco, sino Ramón, un experimentado sargento adscrito al Centro de Concentración contra el Narcotráfico (CCON Sur) de la Guardia Civil. Este grupo de agentes seleccionados es el cerebro de la Benemérita en las grandes operaciones que se desarrollan contra las redes del tráfico de drogas en Andalucía, especialmente en las costas del Estrecho. El padre de Ramón prestó servicio en la Comandancia de Algeciras y él no iba a ser menos. Conoce bien cada curva de la autovía.
El asiento del copiloto lo ocupa Guillermo, responsable de prensa del cuerpo, que prepara la cámara del teléfono para grabar la operación que en menos de dos horas va a dar comienzo. Su nombre es de los pocos reales de este reportaje porque su rostro se ha hecho ya familiar para muchos a base de salir en televisión. Como todos, ha dormido poco, aunque él lo ha hecho lejos del Campo de Gibraltar para evitar que un soplo ponga en alerta a los narcotraficantes. Nunca se sabe quién puede estar atento a una conversación privada ni quién se sienta en la mesa contigua mientras se cena. Las bandas saben que la presencia de Guillermo es un mal presagio para ellas.
Los dos periodistas viajan en el asiento trasero y escuchan las directrices de Guillermo sin tener idea aún de adónde se dirigen. “Tú te pegas a mí”, le insiste a Erasmo, el fotógrafo. Tras varios meses de espera hemos logrado empotrarnos en un gran operativo contra el tráfico de hachís. El coche llega, al fin, al punto de encuentro donde se concentran desde hace rato los 250 agentes que participarán en el dispositivo. Es un lugar bajo secreto, apartado y estratégico que permanece a oscuras. Los todoterrenos de la Guardia Civil y otros vehículos camuflados están aparcados en posición de salida mientras los agentes repasan en grupos los detalles de la operación. Cada uno tiene una misión concreta. “Esta es la casa. Vamos a aparcar aquí, bajaremos por esta calle y entraremos, por la puerta o saltando la tapia”, describe un mando del Grupo de Acción Rápida (GAR) con el mapa de la zona en la mano. Esta unidad es la avanzadilla del Organismo de Coordinación del Narcotráfico (OCON Sur), los responsables sobre el terreno de dar siempre el primer paso en la ejecución de las operaciones.
En el ambiente flota una sensación de sana rutina donde todo está en orden, pese a que a más de un metro de distancia apenas si se distinguen las siluetas de las personas y los objetos. Desde que en agosto de 2018 se activó el Plan Especial de Seguridad contra las redes del narco han sido detenidas más de 1.800 personas y se han incautado 258 toneladas de hachís, 8,5 de cocaína y media de heroína por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. La de hoy es una operación más, si bien por ello no se baja la guardia. “De nada serviría estar tensos o nerviosos”, explicará horas más tarde el capitán Slim, del CCON Sur. Asegura no tener problema en figurar con su nombre. Más bien parece al contrario porque no es la Guardia Civil la que debe esconderse, sino los delincuentes.
El reloj se aproxima a las 6:00 y comienza el baile. En menos de un minuto cada cual está montado en su vehículo correspondiente. Se inicia la marcha formando una larga caravana que, a medida que avanzan los kilómetros, se va dividiendo para cubrir los diferentes objetivos marcados. Solo entonces, Guillermo nos informa de que hay ordenadas ocho entradas simultáneas en otros tantos inmuebles, cuatro en La Línea, dos en Palmones (Los Barrios) y otros dos en Algeciras y San Roque. Nuestro coche se dirige junto con otros diez vehículos hacia el lugar donde se desarrollará este último.
Tras un buen rato, el convoy se detiene a oscuras en mitad de una carretera. “Si hay que hablar, que sea en voz baja. Y cerrad la puerta del coche sin hacer ruido”. Acatamos las instrucciones. Toca esperar. Estamos en El Albarracín, una urbanización en medio del campo donde muchas viviendas fueron construidas en suelo rústico.
Pasan los minutos y los gallos cantan al alba. Algunos perros se suman al coro intuyendo quizá algo. Un zumbido se hace presente, como un enjambre invisible de abejas que sobrevolase nuestras cabezas: es el dron de la Guardia Civil, que chequea la casa en cuestión con cámaras de infrarrojos. Llaman a Erasmo. “Tú te quedas ahí y no te muevas”, me advierten. Qué remedio. A lo lejos se intuye cómo los miembros del GAR ya avanzan en fila, agachados hacia el objetivo, con Guillermo y el metro noventa del fotógrafo cerrando el grupo en la misma posición. Doblan una esquina y se pierden de vista durante un par de minutos. Cuatro golpes secos y un grito rompen el silencio: “¡Guardia Civil!”. Los agentes han reventado la puerta de la casa con un ariete. Dentro no hay un alma.
La operación ha sido bautizada como Tortilla. El nombre suena a guasa, pero es más que acertado teniendo en cuenta el apodo de la persona a la que se busca: El Pincho, un conocido de la Guardia Civil que, con algo más de 40 años, es ya un experto en el negocio de la droga. La investigación diligenciada en el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción n.º 1 de La Línea le sitúa como responsable de una red de narcotraficantes que llevaba operando en el Campo de Gibraltar, Huelva y Málaga desde hacía aproximadamente año y medio. Se le investiga por tráfico de sustancias estupefacientes y blanqueo de capitales.
La casa de El Pincho destaca por sus dimensiones –con dos plantas y un amplio garaje en el semisótano- sus fuertes medidas de seguridad (cámaras de 360 grados y altos muros) y su decoración. No se ha escatimado a la hora de equiparla con un televisor de 150 pulgadas y de otros aparatos. Cada uno de los tres dormitorios de la planta superior está tematizado: uno parece dedicado a la serie Narcos, otro al mundo clásico -es un decir- y un tercero al egipcio, con una emulación de la máscara de Tutankamon que cuelga de la pared, iluminada con luces led de colores.
La vivienda, como suele ser habitual, no está a nombre del jefe de la banda, a fin de que no le pueda ser atribuido un patrimonio de procedencia dudosa y/o que se le pueda embargar. La dueña del inmueble dice ser una vecina que sobre las 8:00 se presenta en chanclas y con cara de circunstancias junto a quien parece ser su pareja.
La parcela exterior es amplia. Junto a la piscina hay un amplio comedor cerrado con cristales, un spa cubierto -con su azulejo identificativo sobre la puerta, por si hubiera dudas- y una especie de falso minizoo formado por figuras de resina de tamaño natural que cuenta, entre otros, con dos tigres de dientes de sable, una cobra, papagayos, flamencos, tucanes... y un gigantesco cocodrilo de varios metros de largo. A ellas se suman otras piezas similares y de escasa calidad, guardadas sin ton ni son en el garaje, con la apariencia de haber sido compradas al por mayor y a ciegas en la tienda de los horrores.
“Esta gente solo piensa en comer, en follar y en gastar dinero... ¡Les encanta el brilli-brilli!”, afirma con gracia Manolo. Este granadino que frisa los 50 es un veterano miembro de los GAR desde los tiempos duros en los que había que combatir a ETA en su medio natural, cuando las siglas de esta unidad especializada de la Guardia Civil correspondían a las de Grupo Antiterrorista Rural, antes de pasar a su actual denominación. Con su experiencia es difícil amedrentarle. A los pocos meses de ser destinado al País Vasco comprobó en carne propia a lo que se enfrentaba. “Salía de un cajero automático y vi venir una cosa negra hacia mi cara: era la pitón de una moto. Me metieron dentro y me dieron una paliza. No se lo conté a mis padres hasta muchos años después”, narra al periodista con una sonrisa en la cara mientras monta guardia ante la casa de El Pincho. Manolo se dobla con la mano la nariz, como si fuese de caucho o la de Mike Tyson, hacia un lado y otro. Hace treinta años, como recuerdo de aquel día, se quedó sin tabique nasal. Los gayumberos del hachís saben de sobra que el GAR no se anda con chiquitas y que más les vale echarse al suelo nada más verles aparecer.
Guillermo da nuevas instrucciones a los periodistas y los conduce al otro punto caliente de la operación, un narcoembarcadero en Palmones con salida directa a la playa. Es un enclave privilegiado que en tiempos bien pudo servir a un espía alemán para tomar nota de los movimientos de la flota británica en Gibraltar, al otro lado de la Bahía de Algeciras, pero que ahora alberga y facilita la salida y entrada de dos lanchas planeadoras de 15 metros de eslora (dotadas cada una de ellas con tres motores fuera borda de 300 cv) que se guardan en una nave.
La finca consta de una modesta vivienda, donde han sido sorprendidos y detenidos cuatro individuos que estaban al cuidado de las embarcaciones y del hachís, cuando llegaba. No en vano son frecuentes los vuelcos de droga entre bandas rivales. Junto a ambas lanchas, en la nave, hay un tractor de gran potencia y una góndola para transportar las embarcaciones.
No es la primera vez que la Guardia Civil desarrolla en este mismo inmueble una intervención contra las mafias del hachís, cuyo descaro es parejo al dinero que manejan: en cada viaje de una de esas embarcaciones (cuyo valor total ronda los 300.000 euros) se puede transportar unas tres toneladas de droga, cuyo valor en la calle ronda los 15 millones de euros. El negocio es redondo. Las numerosas erosiones que presentan las quillas de las dos narcolanchas son la prueba de que la inversión hecha en ellas por la organización de El Pincho ha sido más que amortizada.
Los agentes registran a fondo toda la propiedad mientras por el jardín deambulan tranquilos dos imponentes rottweiler que, lejos de intimidar a nadie, se entretienen dejándose acariciar, corriendo tras un palo lanzado por un bañista o mordisqueando los restos de una gaviota descarriada. Es mediodía, el calor aprieta y desde la playa despega un helicóptero de la Benemérita que por la mañana estuvo controlando desde el aire los movimientos de los ahora detenidos, por si intentaban darse a la fuga.
El portón que daba acceso a la casa y las vigas de hormigón que lo soportaban yacen en el suelo, dejando a plena vista la vivienda desde la playa. “Eso ha sido el levante y el aire que se ha levantado con el helicóptero”, sentencia con gesto socarrón uno de los agentes. Si alguien trata de usar de nuevo la vivienda y la nave para traficar con droga, va a tener que hacer una inversión previa. El juego del gato y el ratón continúa.
Toca hacer una pausa. El balance provisional de detenidos es de 15, si bien a eso de las 21:00 se elevará a 31. Ramón retira las pegatinas de la Guardia Civil que ocultaban hasta ese momento las matrículas del coche, en tanto el capitán Slim y el resto del equipo se desprenden de los petos que les identifican y de los pasamontañas. Son cerca las 13:30 y, en lugar de los pantalones faena, se han puesto unos cortos. Alguien lanza una pregunta: “¿Dónde se puede comer por aquí un bocadillo?”.
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