Por fin la modernidad. Puesta en escena: un cine en Tarifa (I)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

En 1960 se planteó un nuevo y moderno edificio en el centro histórico por iniciativa de dos promotores privados

El proyecto se encargó a Antonio Sánchez Esteve, que ocultó su autoría

Cine de la plaza de San Hiscio, pocos años después de su construcción.
Cine de la plaza de San Hiscio, pocos años después de su construcción.
José Ramón Rodríguez Álvarez

03 de julio 2023 - 02:00

En 1959 el régimen franquista formuló el Plan de Estabilización como tabla de salvación frente al aislamiento internacional en el que venía ahondando desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que supuso el desmembramiento del eje ideológico que trazaba junto con Alemania e Italia.

Este cambio de agujas del franquismo, consistente en la sustitución del repliegue autárquico inicial por un modelo expansivo y liberal a base de industria y turismo, se tradujo en un fuerte crecimiento económico y en la conformación de un nuevo entramado socioeconómico y cultural que lo sustentara. Amalgama de estratos sociales: una floreciente e ilusionada clase media con la existente y gris clase trabajadora. Que tenía como material conglomerante unas renovadas aspiraciones vitales en consonancia con la nueva realidad de apertura al exterior.

Esa nueva sociedad, que despertó de un profundo letargo de contracción, demandó otros programas y contenidos con los que experimentar una nueva relación con la cultura y el ocio en paralelo al resto del mundo. Que precisaron de unas configuraciones espaciales, formales y materiales alternativas. Diferentes necesariamente de las operadas por el franquismo desde su instauración. Dadas por amortizadas, superadas.

Se propició así una producción arquitectónica que asumió finalmente, con años de retardo, aunque con toda naturalidad, la arquitectura moderna en su verdadero y pleno sentido. Liberada de imposiciones ideológicas y de contaminaciones historicistas o academicistas. Como había venido formulándose y contrastándose en contextos avanzados en lo económico y lo cultural ajenos a España desde comienzos del siglo XX. Esta arquitectura moderna sin ataduras saltó, al fin, en España, de las publicaciones extranjeras especializadas a la calle. Fue el caso de los cines.

El cine como emblema de modernidad

Alzado del cine de la plaza de San Hiscio. Carlos Solís Llorente, 1960.
Alzado del cine de la plaza de San Hiscio. Carlos Solís Llorente, 1960.

Pocos elementos como el cine resumen las innovaciones funcionales y constructivas de la arquitectura del siglo XX. Su evolución tipológica había ido corriendo a la par que la de las propias proyecciones cinematográficas. Desde que las primeras salas improvisadas en todo tipo de locales dieron paso a edificios específicos en los que un arquitecto debía conjugar espacio, materiales y técnica. Las novedades y avances inherentes a la arquitectura moderna terminaron de procurar para esta tipología su especial significación como elemento de experimentaciones funcionales, estéticas y tecnológicas.

A raíz del Plan de Estabilización, los cines alimentaron con más fuerza los sueños de los españoles. No solo durante las proyecciones. Más allá de ellas, la American Way of Life, con su atractivo relato de la modernidad, se instaló en un país donde buena parte de sus hogares carecía aún de servicios elementales. Con el beneplácito del Régimen que, sabedor de su alcance y popularidad, adscribió el cine a su servicio de propaganda y a su través difundió el NO-DO en todas las salas de España.

Los cines se erigieron así en emblemas de la modernidad en la España de la época. Construyeron y representaron la modernidad no solo en lo intangible, en el imaginario colectivo. También en lo material, en las calles. No solo reclamaron la atención de los ciudadanos con sus proyecciones, los contenidos. También de las ciudades con sus arquitecturas, los contenedores. Las pantallas y los sueños no solo estaban dentro. También fuera. La modernidad había llegado, por fin, para quedarse. Y podía accederse a ella.

Puesta en escena de la modernidad en Tarifa. Un cine en la plaza de San Hiscio.

Este fenómeno histórico de modernización social y arquitectónica a través de los cines no fue ajeno a la ciudad de Tarifa. Un lugar periférico por su situación geográfica, alejado de los centros de influencia y de emisión de las conductas modernas, y con una economía fuertemente dependiente aún del sector primario bien mediado el siglo pasado. Condiciones que la hacían más impermeable a priori a la recepción de los aportes de la cultura arquitectónica moderna.

Los antecedentes

Las proyecciones cinematográficas para el gran público en Tarifa comenzaron en el Salón Medina. La prensa local recogió una de ellas en 1924. Este centro de la vida cultural tarifeña, con una formalización derivada de la arquitectura teatral, fue objeto de diversas reescrituras funcionales y nominales a lo largo del siglo pasado. Devino espacio más idóneo para el cine en 1934, con la dotación de un equipo sonoro estable, y fue bautizado como Cine Avenida. Posteriormente fue renombrado como Cine Alameda. En el siglo XXI, culminó su vuelta a su función teatral inicial con la demolición y sustitución de la edificación existente por otra de nueva planta sobre las trazas de aquella. Con el nombre de Teatro Municipal Alameda, que mantiene actualmente.

En 1946 se abrió el cine de verano Punta Europa. Su única fachada representó la singularidad urbana de ese espacio cultural mediante una composición de corte art decó de líneas rotundas. Una expresiva escenografía y no una respuesta arquitectónica, dado que el cine no consistía en una edificación.

El reto de la ruptura

En 1960 se proyectó un nuevo y moderno cine en el centro histórico de Tarifa por iniciativa de dos promotores privados. Un cine "clasificado en el grupo 3º de la clase primera (…) por tener una cabida superior a 500 e inferior a 750, y por tratarse de una localidad inferior a 50.000 habitantes". Paradójicamente, y en eso coincidía con el cine de verano Punta Europa, en el lugar de la ciudad más "antimoderno". El menos propenso a la ruptura, a la herejía, moderna. Por concentrar el incuestionable peso de la historia, la alargada sombra de la memoria. De partida, el reto era grande.

El arquitecto

El proyecto se encargó al arquitecto Antonio Sánchez Esteve, que decidió ocultar su autoría al haber sido nombrado temporalmente arquitecto de la Junta de Espectáculos de Cádiz. El arquitecto Carlos Solís Llorente, colaborador habitual suyo, fue quien lo firmó. Según confesó este último al arquitecto Eduardo Mosquera durante la elaboración de su tesis doctoral sobre la obra del primero.

Sin desmerecer a Solís Llorente, Sánchez Esteve ha de ser destacado por su relevante rol de pionero de modernidad en el panorama arquitectónico andaluz del siglo XX. Nacido en Jerez de la Frontera en 1897, titulado en 1921 y arquitecto municipal de Cádiz desde 1924, Sánchez Esteve, tras una cierta indefinición en el inicio de su carrera, decidió emprender definitivamente la senda de la arquitectura moderna. Manteniendo una inusitada coherencia profesional en el escenario de indigencia cultural andaluza anterior a la irrupción de la arquitectura plenamente moderna según los cánones internacionales. Cuando esta comenzó a demandarse, él ya estaba preparado.

Sánchez Esteve acumulaba una dilatada experiencia en la tipología cinematográfica cuando recibió el encargo del cine en Tarifa. Con una producción que abarcaba las provincias de Cádiz y Málaga, en la que destacaban cines como el Torcal (1934) en Antequera, Málaga Cinema (1935) en esa ciudad, Municipal (1935), Imperial (1940) y Teatro Cine Andalucía (1950) en Cádiz, o el Cine Almirante (1947) de San Fernando, que es el que mayor parentesco formal presenta con el que proyectó en Tarifa.

Lugar y programa

Cine de la plaza de San Hiscio, pocos años después de su construcción.
Cine de la plaza de San Hiscio, pocos años después de su construcción.

El solar reservado para el nuevo cine de Tarifa, de dimensiones reducidas, tenía forma sensiblemente rectangular, con mayor fondo que fachada. Quedaba delimitado en su parte trasera por tres medianeras, en su parte delantera por la plaza de San Hiscio, y en los laterales por la calle del Lorito y por un callejón sin salida anexo a la plaza, respectivamente. Esta traza propició a Sánchez Esteve la disposición del cine en profundidad. Es decir, desplegando sus principales elementos según la sección longitudinal del solar: la pantalla al fondo, sobre las tres medianeras, y el acceso principal en el frontal, sobre la plaza de San Hiscio.

En cuanto al modelo, optó por el cine "a la americana". Esto es, según un espacio continuo que consta de una parte inferior en la que se dispone el patio de butacas y de una parte superior en la que se ubica el anfiteatro. Solución que maximiza el espacio disponible al no precisar de elementos superfluos, como palcos, etc.

Para desplegar el programa del cine sobre el solar, Sánchez Esteve recurrió a tres volúmenes de distinta escala. En primer lugar, estableció un zócalo de apariencia pétrea al que confió la resolución del encuentro de la arquitectura con la ciudad. Sobre este primer volumen, apoyó el cuerpo principal de la sala de proyecciones, que emergía dominando el conjunto y significado por su mayor altura, delimitada entre dos líneas horizontales a modo de impostas, en vuelo respecto al basamento, para acoger bajo él, a modo de porche al público. Finalmente, adosó en la medianera izquierda una pieza complementaria de dos plantas de reducida superficie, destinadas a contener los aseos y otros espacios servidores.

La aparente inserción desconsiderada de estos volúmenes rotundos, puros y elementales, determinados por líneas sencillas, de un rigor geométrico inusual en un centro histórico de traza árabe, no es tal. No respondió a una imposición formal insensible, meramente funcionalista. Sino que surgió de la confrontación arquitectónica entre lugar y programa. Así, los tamaños de los volúmenes enfatizaron su importancia en el conjunto y adjetivaron soluciones distintas en función de la relevancia urbana de los espacios circundantes. La gran representación urbana de la arquitectura se reservó para la plaza de San Hiscio, que tenía "normalmente a la fachada más de quince metros". En ella se formalizó la única entrada al cine.

Artículo publicado en el número 58 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (abril de 2023).

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