Juan José Téllez: "Si un periodista entra en política ya no puede regresar. Y yo quiero morirme siendo periodista"

Entrevista

Vida y andanzas del más heterodoxo periodista gaditano de su generación: “Si alguna vez me tengo que hacer una tarjeta de visita, cosa que no tengo prevista, en profesión pondría: despedido”

Téllez, director de Europa Sur en los años 90, recoge este jueves el premio Agustín Merello que concede la Asociación de la Prensa de Cádiz

Téllez, en el Café Levante, el pasado miércoles
Téllez, en el Café Levante, el pasado miércoles / Jesús Marín
Pedro Ingelmo

17 de septiembre 2025 - 19:29

Si el éxito de una carrera periodística se mide por la cantidad de buenas anécdotas del oficio que uno atesora, de esas que rozan lo increíble, no cabe duda de que la de Juan José Téllez (Algeciras, 1958) ha sido un rotundo éxito. Si se midiera por el rédito económico que tan azarosa andadura ha cosechado, eso ya sería otro cantar: “Si alguna vez me tengo que hacer una tarjeta de visita, cosa que no tengo prevista, en el apartado de profesión pondría: despedido”. No podía ser de otro modo en un escritor que, tras su semblante de permanente bonhomía, se mueve entre lo quevediano y lo quijotesco y al que la Asociación de la Prensa de Cádiz ha otorgado su máximo galardón a una trayectoria, el prestigioso premio Agustín Merello. Y así el nombre de esta firma imprescindible en la historia del periodismo andaluz ya figura junto a otros notables como Iñaki Gabilondo, Almudena Ariza o José Saramago, por citar sólo a unos pocos hasta llegar a 34, que son las ediciones que cumple el reconocimiento.

Quedamos en su calle de referencia de Cádiz, Rosario, y en el lugar en el que siempre se puede consultar su paradero, el Café Levante. Y charlamos y charlamos. Para que la experiencia sea completa, les dejo con él, el premio Agustín Merello 2025. No hace falta más apunte biográfico, que sería astralmente extenso. Él se lo cuenta en métrica terrenal:

“Nací en Algeciras, pero me vine a Cádiz con doce años porque mi padre era albañil y lo trajeron para hacer la barriada de la Paz. A los catorce tenía decidido que yo quería ser escritor pero siempre he sido muy pragmático: escritor, hijo de un albañil en este país en el que escribir es llorar... pensé erróneamente que lo más parecido a la literatura con lo que te podías ganar la vida era el periodismo. Empecé a colaborar con revistas y a meterme en todo lo que podía. Hice teatro. Aquí había unos grupos de teatro increíbles: Cámara, Carrusel... Y música de todo tipo, de rock, de cantautores... A Sabina lo conocí en Cádiz antes de que grabara su primer disco, que era un disco espantoso. El venía con Krahe a ver a Rafael Sánchez Ferlosio y hacíamos recitales conjuntos de poetas y cantautores. Aquí había mucha vida en los 70.

En el 77 nos dio por montar una revista contracultural, Jaramago, que era más bien naif, con una dirección asamblearia, algo muy propio de la época. Publicamos una entrevista con Alberti recién llegado, después de la campaña electoral del 77, que la hice yo, y había cómics. Teníamos a Carlos Forné, que murió demasiado joven. Era un dibujante extraordinario. En Jaramago coincidimos un montón de gente entre 16 y 19 años que creíamos que nos íbamos a comer el mundo y no teníamos demasiada idea de nada. Tuvo éxito y fue uno de los primeros casos de fraude que he protagonizado. Nos gastábamos el dinero de la revista en tapas de pulpo a la gallega en Los Lunares. Pero en Jaramago publicó Quiñones, Ripoll, todo el establishment cultural de la época.

El premio Merello

Fue por entonces que debí conocer a Agustín Merello, que ahora me dan el premio con su nombre por un maravilloso error que yo no estoy dispuesto a subsanar. No sólo es prestigioso sino que sentimentalmente es muy importante. Es como cuando te dan un reloj cuando te jubilas, el reconocimiento de los compañeros... Agustín era uno de los referentes del periodismo en Cádiz porque él y Emilio López eran los redactores que tenían contacto con los partidos de la clandestinidad. Su crónica del viaje de regreso de Alberti a El Puerto, que él era sobrino, fue muy emocionante para mí. Hubo un encierro en La Pastora, que el párroco era al que llamaban Pepe, el comunista y allí coincidí por primera vez con él, que estaba entrevistando a los de Comisiones. Era un tipo del que la gente se fiaba y era complicado tener alguien de confianza en la prensa. Pero, como decía Fernando Quiñones, el Diario de Cádiz siempre ha sido discretamente algo. Entonces era discretamente franquista y discretamente demócrata... Gente como Agustín podía escribir y el Diario respiraba otro aire con él. Era Alberti, sus columnas de opinión bastante sensatas y conciliadoras. En este Cádiz que tanto habla de liberalismo yo he visto poca gente tan liberal en el sentido decimonónico de la palabra como Agustín. Era un librepensador que le tocó ejercer el periodismo en una época en la que ni la libertad ni el pensamiento estaban bien vistos. Y él logró ejercerlo. Su temprana muerte fue una desgracia para el periodismo de la provincia.

Yo quería irme a la Complutense a Periodismo. Aquel año era el 76. Fui a Madrid a hacer la preinscripción y metí todos los papeles menos el traslado de expediente, que eso había que hacerlo por correo y coincidió con la primera huelga de correos de este país. El traslado llegó tarde y me quedé fuera. Mi padre me dijo matricúlate en lo que quieras este año y ya el año que viene yo pido traslado a Madrid y por narices te lo dan. Entonces me metí en Historia y mi padre murió ese año, así que ni Historia ni Periodismo. Tenía que buscar un curro.

Aprobé unas oposiciones y me mandaron a Algeciras en la delegación de Cultura y simultaneé el periodismo por libre con mi tarea de funcionario. Fui corresponsal de Diario 16 ocho años. Eran los primeros del narcotráfico a gran escala y la presión era muy fuerte, con mucha corrupción policial. Recuerdo como una secuencia de cine un solar a las dos de la madrugada con un abogado de narcos en un BMW espectacular. Me estaba proporcionando información a favor de sus defendidos y me dice mira lo que llevo en la guantera. Abrí la guantera y había un revólver y yo me pregunté qué hace un chico como tú en un sitio como éste, a las dos de la mañana, sin que nadie sepa dónde estás en un solar abandonado con un tipo que tiene una pistola en la guantera. Aquí algo está fallando.

En esta provincia somos periodistas de pueblo, pero de un pueblo universal"

La cuestión es que estaba tan metido en los del periodismo que pedí una excedencia en la Consejería. No volví nunca y perdí la plaza. He sido de los pocos españoles que ha renunciado a ser funcionario.

Y entonces me llamaron los Joly para el periódico que iban a montar en el Campo de Gibraltar, el Europa Sur. Con ellos estuve 17 años en distintos cometidos, una parte de mi vida profesional impagable. Ellos me aguantaron muchas cosas y yo tuve que torear un poquito porque yo era la cuota jipi del Diario. En el Europa entré como redactor jefe y luego me nombraron director que fíjate yo dirigir nada... Tuve un conflicto gordo con Red Eléctrica por un cable que querían tender con Marruecos. Ellos se quejaban de que dábamos mucha cancha a los ecologistas. Me invitaron a un almuerzo en Madrid y yo me levanté de la mesa porque me prometían una campaña publicitaria a cambio de que no publicáramos nada más de los ecologistas. Les dije a mí jamás se me ocurriría deciros cómo dirigir Red Eléctrica y no admito que vosotros me digáis como dirigir un periódico. Y los dejé plantados. Eso me lo permitía la Casa.

La llegada de cadáveres de inmigrantes a la costa coincidió con el lanzamiento de Europa, en el 89. Lo vivimos con mucha intensidad con la idea un tanto peregrina de que no podíamos permitir que los inmigrantes se convirtieran en cifras. Queríamos contar la historia que llevaban atrás esos muertos. Era una sensibilidad que estaba muy extendida en las redacciones del sur de España y muy poco extendida en el resto de Europa. Una de aquellas veces que hubo bastantes muertos vino un periodista irlandés. Ponían a los supervivientes en unos calabozos inmundos de comisaría, no había ni CIE ni nada. Era una catástrofe y yo le pregunté al periodista: ¿a ustedes qué os preocupa, que los inmigrantes lleguen a Dublín o las malas condiciones con las que les estamos tratando? Que vengan a Dublín, me dijo.

Luego me vine al Diario de Cádiz para llevar un dominical para el Grupo cuando todavía no había salido de la provincia. La empresa montó un dream team y el producto era fantástico. Me lo pasé como un enano. Porque en esta provincia somos periodistas de pueblo, pero de un pueblo universal. Siendo periodista de pueblo terminas tratando temas de internacional. Cuando no es el bloqueo de los buques rusos, es un conflicto en Rota o en Gibraltar, la inmigración, el narcotráfico... Aquí no solo escribimos de baches o de líos en el ayuntamiento, sino que hay un habitat informativo que nos permite hacer un tipo de periodismo que no se hace en ninguna otra parte. A mí me ofrecieron que me presentara a la dirección del Adelantado de Segovia. Se lo dije a mi pareja, imagínate, allí lo más duro que tiene que haber es un grupo de cuatreros robando vacas y ella me miró y me dijo sí, hasta que tú llegues.

Dónde está Téllez

Una vez me fui a hacer un reportaje sobre la cosecha del siglo de hachís. Pero tú no te puedes presentar en Ketama y decir que eres periodista, naturalmente. Me inventé que iba a escribir un libro y tuve que comprarles 5.000 pesetas de hachís, un bolillón enorme. Llego aquí y le digo a Antonio Perea, el gerente, mira, que he tenido que comprar cinco mil pesetas de hachís. Sin problema, tráeme una factura. Pero cómo te voy a traer una factura. Pues dame algo. Y le di un vale por 5.000 pesetas de hachís en Ketama. A mí me lo pagaron, no sé lo que diría luego el auditor.

Y pasó lo de Colombia, un clásico de dónde está Téllez. Yo había ido a hacer un documental con la factoría Santiago (Fernando Santiago, responsables del Servicio de Vídeo de Diputación) y terminé antes de tiempo. Me quedaban varios días libres y mi sentido del patriotismo me llevó a conocer la Algeciras de Colombia, que estaba en zona de guerrilla. Estuve más tiempo de la cuenta y, claro, no había móviles.Corrió el rumor de que me había secuestrado la guerrilla y ya sabes cómo son aquí los rumores. Una alarma en Cádiz absoluta. Pero que no, nunca me secuestró la guerrilla, para qué me iba a querer a mí la guerrilla.

Juan José Téllez
Juan José Téllez / Jesús Marín

En Chiapas no llegó a tanto. Aprovechando un documental en Yucatán dije me voy a acercar a ver si logro entrevistar al subcomandante Marcos. Me fui a la oficina de la consulta indígena. Dijeron que me hiciera pasar por ornitólogo, que yo de pájaros no tengo ni idea. Me tenía que llevar un taxista que me iba a cobrar 20.000 pesetas al día y yo pensé que a Perea eso no le iba a colar como le colé lo del hachís de Ketama, así que me quedé en San Cristóbal de las Casas y allí se me apareció de la nada Vázquez Montalbán, que iba a presentar su libro sobre Marcos, El señor de los espejos. Él sí había hablado con él y allí le entrevisté, entre zapatistas con pasamontañas. Es posible que el subcomandante andara por allí. Con esa entrevista pude justificar el viaje.

Esta profesión me ha dado la oportunidad de conocer gente admirable. Cuando trabajaba con el Loco de la Colina, iba paseando por la Plaza Nueva de Sevilla y me dice ven, que he quedado con un amigo para desayunar. Y el amigo era Borges. Debí ser bastante impertinente porque lo único que le pregunté fue que por qué había apoyado a la junta militar. También trabé amistad con Saramago, que me prologó mi libro Moros en la costa. Poca broma, que yo conocí Lisboa de la mano de Saramago. Eso no lo puede decir cualquiera. O Manu Leguineche, el único corresponsal español en Vietnam. Lo visité en su casa de Guadalajara, en Brihuega, donde vivía con lo justo. Fíjate, posiblemente nuestro mejor corresponsal del siglo XX... O la vez que me llamó el director del Diario y me dice que una amiga suya de Jerez tiene un chino que escribe en casa, que si me interesa entrevistarlo. ¿Un chino que escribe? Cuando llego a su finca de Jerez la mujer me dice que el chino sólo habla francés y mandarín y que ella sólo habla español e inglés, que no tenía forma de comunicarse. Yo hablaba francés y ella me suplica: pregúntale cuánto tiempo va a quedarse. Eso era lo que le interesaba. El chino resultó ser Mo Yan, el autor de Sorgo rojo, al que luego darían el Nobel.

No hay cosa que me ponga más nervioso que alguien que quiera salvar a la humanidad con un poema"

Es que en ese tiempo todo era mucho más normal. La relación con las celebridades, con los artistas... Era un pipiolo y después de un bolo de Lola Flores he ido al camerino y estaba Lola Flores desmaquillándose y yo, mira Lola que soy de Diario 16... y ella me mira furiosa de arriba a abajo: y qué quieres tú, después de la mala crítica que me habeis hecho en el Tivoli, anda, lárgate. Y a mí se me encendió la chispa: Lola, por eso mismo, lo hemos estado hablando en la Redacción y que de verdad que no hay derecho lo que te han hecho y habíamos pensado que... ah, pues venga, si es así, anda pasa, salao.

A mí el periodismo me ha salvado de la poesía épica. No hay cosa que me ponga más nervioso que alguien que quiera salvar a la humanidad con un poema. No creo que podamos salvarla con un reportaje, pero hay más posibilidades estadísticas. Eso me ha permitido que cuando he creído ilusamente que podía transformar la realidad he recurrido al periodismo y cuando he querido transformarme a mí mismo he recurrido a la poesía.

La Coneja

De la época de Diario 16 me viene el mote que me pusieron y que se mantuvo después: La Coneja. Era porque producía mucho. Como corresponsal cobrabas por pieza publicada y eso era una primitiva, así que yo enviaba mucho para tener más probabilidades de que me publicaran y poder comer. Y ya se me ha quedado lo de escribir largo y lo de La Coneja. He dado grandes quebraderos de cabeza a las secciones de diseño, pero uno quiere pensar, quizá equivocadamente, que escribe para gente que le gusta leer. Mira, a mí me echaron de Público porque no daba bastantes clickbaits. Ahora en el diario.es no me ponen muchas pegas, aunque por lo que veo en twitter no parece que vaya a ser trending topic. Supongo que tengo mi público, aunque sospecho que deben de ser tan decimonóniocos como yo. Siempre recuerdo una frase de Umberto Eco que decía que no estuviera en contra del lenguaje audiovisual: el ser humano se ha expresado a través de la historia de muchas maneras, con jeroglíficos, con pìnturas rupestres... yo lo que digo es que el lenguaje audiovisual no permite las oraciones yuxtapuestas y sin las oraciones yuxtapuestas no puedes construir un pensamiento complejo y, sin un pensamiento complejo, no puedes afrontar los problemas cada vez más complejos de nuestras sociedades y a la vista está. Creo que vivimos una encrucijada en la que la comprensión no ya lectora, sino vividora, es absolutamente nimia. No establecemos una razón colectiva sobre la realidad, sino que transformamos la realidad a nuestro acomodo, una realidad a la carta y entramos en eso que un filósofo denominó demencia masiva. Y yo me llevo bien con los majaretas, pero no con los locos.

Hemos entrado en eso que un filósofo denominó demencia masiva. Y yo me llevo bien con los majaretas, pero no con los locos"

Yo vengo de un mundo y de un hábitat en el que durante décadas aprendí a tener amigos que no pensaban como yo porque tener solo amigos que piensen como tú es tremendamente aburrido. Entonces me he acostumbrado a discutir con amigos de toda tendencia y teníamos ese nivel de diálogo y empatía que nos hacía civilizados y ahuyentaba el estigma español del cainismo. Ahora no veo esos puentes, se han roto. Y lo que esperamos no ya solo de un amigo sino de un periódico, una radio o una televisión o un libro es que te confirmen tus prejuicios, no que intentes comprender que no todo el mundo tiene la razón todo el tiempo. Como decía George Brassens, que no estaba dispuesto a matar o a morir por una idea porque a lo mejor podía cambiar de idea a los diez minutos de conversación. Ya no nos damos esos diez minutos. Creo que a la Transición se le puede acusar de muchas cosas, de traición, de lo que tú quieras, pero había una voluntad expresa de que no llegara la sangre al río y ahora es lo contrario, ahora hay ganas de bronca todo el tiempo y por cualquier cosa.

Fui militante de Juventudes Socialistas pero me fui quince días después de las primeras elecciones generales con mi habitual sentido de la oportunidad porque empezaba a venir gente a la que no se la había visto el pelo en toda la clandestinidad. Siempre he tenido un olfato formidable para los trepas. Para otra cosa no, pero para los trepas... Y lo dejé, me metí en historias ácratas. Era la época de Jaramago. Empecé a ir a la CNT y los viejos nos echaron porque no hacíamos más que fumar canutos y poner heavy metal en la sede. Así que terminé aproximadamente en el Partido Comunista a finales de los 70 porque me di cuenta de que era lo que más cabreaba a los fachas. Decías anarquismo y los fachas te decían, ah, oye, pues muy bien porque tú sabes que José Antonio tenía así una veta anarcosindicalista. Pero eran cosas de juventud. En realidad, yo he sido siempre socialdemócrata y, de hecho, los comunistas también lo eran y no te digo ya luego Izquierda Unida. Es más, diría que soy tan conservador que sigo manteniendo las mismas ideas que cuando tenía diecisiete años con lo que ha girado el mundo. El mundo se ha hecho más de derechas y yo sigo con eso que decía Carrillo, que dictadura, ni la del proletariado.

Sólo me presenté una vez a las elecciones y fue para apoyar a Inma Nieto para la alcaldía de Algeciras. Iba el último de la lista. Di un mitin y dije que prefería pedir 5.000 pesetas prestadas que pedir el voto porque las 5.000 pesetas las podía devolver y la ilusión que se deposita en el voto no y siempre vas a fallar de un modo u otro. No tuvimos mucho éxito. Bueno, no tuvimos ningún éxito. Nos quedamos al borde de la minoría absoluta. Después me han ofrecido ser candidato partidos rojos y siempre me he negado porque siempre he pensado que el fin de un periodista es la política. Los periodistas deberíamos ser siempre del partido de las víctimas. Independientes siempre, imparciales nunca. Si un periodista entra en política ya no puede regresar. Y yo quiero morime siendo periodista. No por nada, por costumbre... Porque ya te digo que soy muy conservador y tampoco quiero dejar de hacer lo que he hecho durante toda mi puta vida".

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