Dulce Navidad
Cuentos del Natal
La miró de arriba a abajo, no quería emplear la palabra “histeria” porque sabía de los clásicos y del origen del vocablo; le parecía machista. Pero esa alteración innecesaria, de acuerdo que era mucha gente, de acuerdo que venían dos o tres gilipollas, de acuerdo que su jefe estaba allí como es lógico, de acuerdo que la carne se había pasado un poco y ya sabe qué ocurre con la ternera, de acuerdo que ella se había encargado de todo y que el restaurante se suponía muy bueno, de acuerdo pero esa mala hostia tras la sonrisa, recordando que él no tenía por qué haber ido, que lo había hecho por ella, “Viene todo el mundo con sus parejas…”, que entendía que estas cosas sirven para consolidar la posición dentro de la empresa, lo que ustedes quieran decir, todo, sin duda, ya…
Pero una comida de Navidad no puede suponer la suspensión del amor, nunca, el amor está en aire y en Navidad, antes de salir a comer, en casa, ya se sabe, la ropa quitada, “encuera” se decía antes, y él se puso berraco, que ahora lo emplean los jóvenes pero en el pueblo era cosa de catedráticos, esos magníficos guarrinos negros derivando a su san Martín, total: que no quiso, y muy tonta ella, y teniendo en cuenta las circunstancias y la boda en marzo, le entraban ganas de pensárselo todo, mientras la veía reír falsa con los del trabajo, y el tontopolla del jefe, pensaba que la Navidad es la Navidad y una boda, como la Navidad, ha de ser dulce... porque si no ¿para qué se va a casar uno? ¿No?
-Feliz Navidad, y dulce —dijo la teñida de negro, sonriente.
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