Décimo aniversario del cese de los atentados | Víctimas del Campo de Gibraltar

  • Los familiares de las tres víctimas que la banda dejó en la comarca alertan contra el olvido de lo que supuso la organización terrorista

  • No creen en el arrepentimiento de los etarras y reclaman que cumplan sus condenas

La herida de ETA sigue abierta

Aurora González, en su casa en Algeciras, con los retratos de su hermana Hortensia y de su novio Antonio Ramírez, asesinados en 1979. Aurora González, en su casa en Algeciras, con  los retratos de su hermana Hortensia y de su novio Antonio Ramírez, asesinados en 1979.

Aurora González, en su casa en Algeciras, con los retratos de su hermana Hortensia y de su novio Antonio Ramírez, asesinados en 1979. / Erasmo Fenoy

Escrito por

R. Máiquez | R. Montenegro

En el décimo aniversario del anuncio del “cese definitivo de su actuación armada” por parte de ETA, la herida sigue abierta entre los familiares de las víctimas de la banda terrorista del Campo de Gibraltar. Fueron tres: la sanroqueña Hortensia González y el guardia civil tarifeño Antonio Ramírez Gallardolos novios de Cádiz–, en 1979, y el guardia civil algecireño José Manuel Gómez Martiñán en 1980. La banda asesinó a más de 800 personas en 52 años.

Tanto la hermana de Hortensia como el hermano de José Manuel coinciden en el mismo mensaje: “ni olvido ni perdón” por el asesinato de personas inocentes, solo por el hecho de desempeñar un trabajo, el de Guardia Civil, “como otro cualquiera”. También tienen los mismos pensamientos en cuanto a los mensajes de arrepentimiento o las declaraciones de Otegi del pasado lunes con las que expresó su “pesar y dolor por el sufrimiento padecido” por las víctimas, de las que entienden que ya no tienen valor tras la pérdida de seres humanos irreparables.

Hortensia González y Antonio Ramírez

El recuerdo de la sanroqueña Hortensia González Ruiz sigue muy presente en casa de su hermana Aurora 42 años después de que fuera asesinada por un comando de ETA junto a su prometido, el guardia civil tarifeño Antonio Ramírez, cuando volvían de pasar la noche de Reyes en una discoteca en Beasain (Guipuzcoa). Hortensia tenía 20 años y estaba de visita en casa de su hermana, cuyo marido, Eugenio Santos, también era guardia civil destinado en Villafranca de Ordicia. Esa noche se intercambiaron sus alianzas, ya que tenían previsto casarse en el verano de 1979. Pero un comando los interceptó en un stop y los acribilló a balazos. El cuerpo de Antonio estuvo 27 minutos sobre el volante del Renault 5, haciendo sonar el claxon durante todo ese tiempo hasta que unos jóvenes acudieron al lugar. El guardia civil falleció en el acto y Hortensia falleció nada más llegar al hospital. Desde entonces son conocidos como los novios de Cádiz.

El día en el que se cumplen 10 años desde que ETA anuncio el cese definitivo de la violencia, su hermana echa la vista atrás y recuerda que no ha habido un solo día en el que no bese el retrato de su hermana que preside el salón, donde también hay fotos de la pareja. También las hay en el resto de habitaciones, lo que hace que Hortensia siga en el recuerdo de su hermana las 24 horas.

El anuncio caló en una familia castigada por la violencia terrorista. “Ese día nos alegramos porque no iba a haber más muertes. También pensé que lo podían haber hecho antes porque mataron a muchas personas. Se arrepintieron cuando ya habían matado a mucha gente inocente, incluso niños”, lamenta Aurora.

En primer plano, una foto de Hortensia González, y su hermana Aurora detrás. En primer plano, una foto de Hortensia González, y su hermana Aurora detrás.

En primer plano, una foto de Hortensia González, y su hermana Aurora detrás. / Erasmo Fenoy

¿Muestra la hermana de una víctima de ETA perdón tras todo este tiempo? La respuesta es clara: “Ni olvido ni perdón. Si con el perdón me garantizaran que mi hermana volviera a la vida lo haría, pero eso no va a pasar. Ella no hizo nada para que tuviera que morir”. Al hilo de la respuesta, Aurora González cuenta que cree que tuvo ante sí al posible asesino de su hermana (la Audiencia Nacional reabrió el caso en 2017 al no haberse encontrado al culpable), o al menos a alguien que estuvo implicado. “Aquí han venido varios periodistas, pero hace un par de años vinieron tres personas jóvenes y un hombre de unos cincuenta años que me insistió mucho en preguntarme si yo perdonaría al asesino de mi hermana. Yo le dije que ni perdonaba ni olvidaba y el gesto que puso me dejó extrañada. Creo que podría ser la persona que mató a mi hermana o alguien que tuvo algo que ver. Me dijo muchas veces “qué lástima, con lo joven que eras y lo que tuviste que pasar” y me tocaba mucho la cara. Cuando ha venido algún periodista siempre me han enseñado el recorte de periódico o lo he oído en la radio o visto en televisión, pero de aquella vez no he visto nada”, cuenta.

Aunque el caso se reabrió en 2017, aún no hay novedades en el procedimiento. El Juzgado Central de Instrucción nº2 apenas dio carpetazo al caso en 1979 y lo archivó en dos meses por "falta de autor conocido". Lo explica el marido de Aurora, Eugenio Santos. “Se reabrió el caso, pero aún sigue abierto sin que haya novedades a fecha de hoy. En la época no había medios. El problema era que el armamento que utilizaban en un atentado lo cogían, lo engrasaban y lo metían en un zulo. Así que no se sabe quién lo ha usado. Más adelante, un atentado que tuvo lugar en Madrid, en un piso que tenía un comando encontraron una de las armas que se usaron en Beasain y a raíz de ahí reabrieron el caso”.

Más de 40 años después, el sentimiento de Aurora no ha cambiado hacia su hermana. “El sentimiento es el mismo. Todos los domingos le llevo sus flores al cementerio. Yo me acuesto con ella y me levanto con ella porque la tengo en todas las habitaciones. Tengo fotos por toda la casa. Como la estoy viendo, no se me olvida. Muchas veces incluso le hablo. Siempre hemos estado muy unidas. Y todas las noches le doy un beso al cuadro que tenemos en el salón. Incluso uno de mis hijos, que no la conoció, le da un beso cada vez que viene. Yo tenía 24 años, fue una cosa que se me quedó grabada. Fue un golpe muy duro. A mi madre, que murió hace poco, le cambió la vida porque desde entonces dejó de salir a la calle y no fue a ninguna celebración, ni bodas de sus hijos ni bautizos de sus nietos. Mi padre también quedó muy afectado, pero ella murió con mi hermana”, reflexiona.

Dos días antes del décimo aniversario del anuncio de ETA, Arnaldo Otegi expresó su "pesar y dolor por el sufrimiento padecido" por las víctimas, que, afirmó, "nunca debió haberse producido". Aurora, sin embargo, no se cree ese mensaje. “Vi sus declaraciones, pero ¿te has fijado en que no pide perdón? No tiene remordimientos. Se pone a hablar, pero el perdón no lo pide por nada del mundo. Donde se ha visto que un criminal haya estado en las instituciones... Su brazo a torcer no lo da, el perdón no lo pide”, explica.

Sobre los acercamientos de etarras a cárceles próximas al País Vasco, indica. "Si están cumpliendo condena en un sitio, que la cumplan ahí. Cualquiera hace cualquiera cosa y se queda en la misma cárcel. A mí no me entra, pero si es así hay que aguantarse".

El recuerdo de Hortensia González Ruiz permanecerá para siempre en el patio de armas de la Comandancia de Intxaurrondo, que desde 2019 lleva su nombre, situado en una placa bajo el mástil que porta la bandera de España. Hay una similar en puesto de Ordizia y sus hermanos también tienen una reproducción.

José Manuel Gómez Martiñán

El 1 de febrero de 1980, José Manuel Gómez Martiñán estaba escoltando junto a otros cinco guardias civiles un vehículo que transportaba dos morteros y varias cajas de granadas. A las 8:15, en la carretera que une Ispaster y Ea, fueron atacados por una decena de terroristas que estaban emboscados en el monte. Fueron asesinados con fuego directo a corta distancia, incluso con granadas, en un ataque brutal en el que aquellos que sobrevivieron a los primeros disparos fueron rematados. Junto a él murieron José Martínez Pérez-Castillo, Antonio Martín Gamero, Alfredo Díez Marcos, José Gómez Trillo y Victorino Villamor González. Ese día, “mataron a mi hermano y enterraron a toda mi familia”, recuerda Mario Gómez Martiñán, que tenía 18 años cuando asesinaron a su hermano mayor, de 24 años. Y “empezó mi condena, que dura ya 41 años, mientras los asesinos de mi hermano están en la calle”.

Dos de los terroristas murieron a causa de las heridas causadas por el asalto y la Guardia Civil terminó deteniendo a la mayor parte de los criminales. La Audiencia Nacional condenó a 27 años de prisión por cada asesinato a Francisco Esquisabel Echeverría y a Ángel Recalde Goicoechea como autores; a Jaime Rementería Beotegui a 19 años como cómplice; a Juan Ibarrucea Zubialdea y Ana Guerenabarrena Meabebasterrechea a 2 años como colaboradores; y a María Isabel Mendiola Zuazo a un año. Todos ya en libertad.

Mario Gómez asegura que es una persona a la que no gusta hablar en público, pero quiere contar su historia a Europa Sur porque “la historia no se puede perder. Ahora hay gente que no conoce lo que ocurrió, lo que fue ETA. En los colegios no se habla de ello. Y no podemos dejar que se olvide. Esa sería la verdadera muerte de mi hermano”. Eso que Mario no quiere que se pierda son los atentados día sí y día no, el miedo, el secreto, que los guardias civiles no tenían coches protegidos y que cuando salían de la academia se les enviaba directamente al País Vasco “y eso era una lotería”. El no poder usar el uniforme, sentirse amenazados y poder morir cualquier día.

Aquel atentado, conocido como la matanza de Ispaster, causó una gran conmoción social contra los asesinos de ETA. El mismo día del atentado, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, ordenó en Consejo de Ministros la creación de la Delegación Especial para el País Vasco y Navarra.

El asesinado dejó una joven viuda, Manoli, con la que se había casado siete meses antes en Tarifa. Sus padres, José e Inés, nunca se recuperaron de lo sucedido. “Mi madre canturreaba cuando hacía las labores de la casa; ya no volvió a hacerlo en su vida. Yo me encerré en mí mismo. En aquel entonces no había ayuda psicológica, atención a las víctimas. Enterrabas al fallecido y te quedabas en tu casa con todo. Mis padres no lo superaron y yo no sé si todavía necesito ayuda. No se borra nunca”. Como víctimas se han sentido desatendidos. Sí tiene palabras de agradecimiento hacia el coronel jefe de la Comandancia de Cádiz, Jesús Núñez, que cuando estaba en Algeciras organizó homenajes a los asesinados por ETA.

Cuando hace 10 años la banda terrorista hizo el anuncio público del cese de la violencia (“lo que ocurrió en realidad es que las fuerzas de seguridad del Estado los acorralaron, si no hubieran seguido”), para Mario no había posibilidad de hablar de perdón. “Aquí no hay nada que negociar, ni que decir, ni que hablar con ellos”. “Lo único que se puede hacer es meterlos en la cárcel y que cumplan su condena íntegra”.

El día que ETA anunció que dejaba las armas, en el centro penitenciario de Botafuegos había 15 terroristas, a 1.000 kilómetros del País Vasco. Hoy no queda ninguno tras una política de acercamiento de los presos a las cárceles vascas que se ha impulsado en los últimos años. “Dicen que para acercarlos a la familia. Pero aquellos a los que asesinaron tenían familia, mujer, hijos, y ellos lo destruyeron todo. Ellos escogieron ser asesinos, pero mi hermano no pudo escoger”.

“Los políticos tienen que acordarse de los que murieron, de sus nombres y apellidos, y dejar el diálogo”. Mario Gómez se refiere ahora a la irrupción de Bildu en la política nacional, que considera completamente errada. “Están negociando con etarras. Cuando pasen 30 o 40 años puede que ahí estén personas normales, pero ahora no puedes hablar con ellos”.

¿Y los etarras arrepentidos? “Pienso en si tuviera que contar a mis padres que los asesinos de mi hermano se han arrepentido. Mi madre me diría, ¿sí, y mi hijo viene para aca? No me sirve. Que cumplan su condena”.

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