La oveja feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'La oveja feliz'
Ilustración de 'La oveja feliz' / ChatGPT

Érase una oveja vieja que vivía en una finca tranquila. El sol se ponía pacífico y el helor de final de enero hacía que buscara el cobijo de unas moreras raquíticas, porque ninguna otra recova había y, a pesar de la sucia lana que la envolvía, a veces hasta hielo colgaba de sus vellones.

Estaba preñada, de dos, por su envergadura casi de tractor mecánico, sus ubres asomaban entre guedejas y su vulva anunciaba parto. Pero su compañera había parido antes una pareja de corderitos preciosos de cara, aunque uno de ellos renqueaba y tenía que saltar más de la cuenta para ponerse al ritmo del hermano, siempre mamando antes que él.

La oveja vieja se acercó al tullido, la pata izquierda trasera quizá no muy hecha, lo olisqueó un rato y éste, espoleado por la gazuza trincó la teta y ya no la soltó, y la oveja experimentada se dejó hacer, asumiendo su maternidad por ese instinto maravilla que ha hecho pervivir la vida en la Tierra.

Dos días transcurrieron cuando, al atardecer, mientras los pavos reales subían como lagartos antiguos a la copa de una de las moráceas para protegerse instintivamente de peligros que no existían, salvo alguna rata procaz de campo; mientras estallaban las vainas secas de una glicina asilvestrada esparciendo semillas a distancias de carrera animal, la oveja sintió que le venía el alumbramiento. Toda la noche estuvo balando regular, la lengua fuera y la baba cayendo, el corderito pegado a ella buscando su calor. Ya al amanecer expulsó una cubetada grande de sueros y cuajos, y después, con sufrimiento, una manta caliente y grasa de madre desembarazada. Lamió al corderito tullido, que brincó a su vera pleno, y la oveja vieja se puso a pisotear a los recién paridos, y liberado por azar uno de la bolsa cogió carrera su madre y le embistió no pudiendo disfrutar apenas de la finca tranquila y feraz.

La oveja vieja caminó hacia el prado donde un sol renovado hacía parecer más verde a la hierba, se calentó y comenzó a triscar. El corderito lisiado ya mamaba y un macho pavo real esplendía su cola universal mientras picoteaba la carne muerta.

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