La ninfa feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'La ninfa feliz'
Ilustración de 'La ninfa feliz' / ChatGPT

Picoteando los barrotes de su cárcel perfecta, el huevo del que salió fue puesto en prisiones de hierro, la ninfa repite neuróticamente libre los metales sobre su boca picoteándolos. Balancea su cuerpo con la felicidad de lo conocido; cuelga su jaula de un árbol en una casa en mitad del campo, cerca de un arroyo donde en primavera oye el arrullo místico de los ruiseñores, y se mece al rumor de la brisa y la frescura verde aún del mes de febrero. Ve la ninfa bandadas de gorriones peleando por unas migas bajo la mesa del patio, a los rabilargos añorando las comidas del perro, a los mirlos saltando por el suelo bajo el seto en busca de un gusanillo perdido, al abejaruco ansioso de la miel viva del talle de las abejas, al colorido herrerillo partiendo los grises de la pared húmeda, chamarices, verdones, la línea célica de la tórtola que siempre está del cable al árbol, del árbol al cable, y al atardecer gusta la ninfa de oír los bandos de cuervos que antes del reino de la noche regolfan graznando a su casa, porque en algún lugar hay una casa común para todos los cuervos del mundo. Pero la ninfa sabe que como su celda, su bebedero, su comedero, su columpio, su caseta donde ha puesto a su vez también huevos cuando tocó aparearse, sabe que nada es como esto, a ninguna otra ave envidia y por eso es feliz.

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