Así comienza 'El sótano', la nueva novela de Julio Verdú sobre el narcotráfico en el Estrecho

Adelanto editorial

'Europa Sur' ofrece las primeras páginas de la cuarta obra del autor, inspector jefe de Vigilancia Aduanera

'El sótano' se presenta este martes 16 en el Auditorio Millán Picazo de Algeciras

La portada de 'El sótano', cuarta novela de Julio Verdú Baeza.
La portada de 'El sótano', cuarta novela de Julio Verdú Baeza.

El escritor y inspector jefe de Vigilancia Aduanera Julio Verdú Baeza presenta su cuarta novela, El sótano. La historia, ambientada en el Estrecho de Gibraltar, mezcla crimen, narcotráfico y un asesino en serie. La puesta de largo de la obra tendrá lugar este martes, 16 de diciembre, en el Auditorio Millán Picazo de Algeciras a las 18:00.

Europa Sur ofrece en primicia un adelanto del primer capítulo de la novela:

Adelanto editorial

Capítulo 1. El rapto

Muchos atestados policiales que he leído estaban escritos con el culo, apresuradamente, por funcionarios a los que les importa un pijo los hechos relatados. Otras veces son incomprensibles amasijos de letras amontonadas por un agente, de esos de los que uno se pregunta cómo coño lograron aprobar, no ya las oposiciones al Cuerpo Nacional de Policía, sino el graduado escolar.

Pero este que me habían hecho llegar subrepticiamente era una excepción, describía los hechos con claridad y de forma metódica. En cada diligencia, por orden cronológico, exponía un aspecto de lo sucedido y no dejaba de lado detalles que más tarde podrían cobrar importancia.

Leí que fueron cinco individuos, que hablaban en lo que parecía árabe, los que llevaron a cabo el asalto, sobre las veintiuna horas del trece de julio. Cuatro entraron en el restaurante (si se me permite la grosería de llamar «restaurante» al local de una cadena de hamburguesas), y parece que un quinto se quedó al volante del vehículo con el que llegaron. Llevaban pasamontañas y dos de ellos enormes fusiles ametralladores; por lo que es comprensible que nadie se fijara mucho en sus vestimentas ni acertara a dar una descripción aproximada de los delincuentes.

Abrieron fuego de inmediato, sin mediar palabra, lanzando ráfagas contra las paredes y el techo del local con la intención de intimidar a los presentes. Objetivo que no debió ser muy difícil de alcanzar, imaginando el estrépito de los disparos y la lluvia de yeso, polvo y casquillos. Era pleno verano y aquello estaba atestado de jóvenes y padres con niños de vacaciones.

El caos que siguió al tiroteo en el comedor de la hamburguesería, en las afueras de Algeciras, tuvo que ser indescriptible; aunque, milagrosamente, nadie resultó herido, por lo menos de bala. Ataques de histeria, chillidos, golpes, caídas y esfínteres descontrolados formaron tal barahúnda que nadie fue capaz de contar a la Policía, cuando finalmente llegó, lo que en realidad había sucedido.

Estas cosas nunca pasan aquí, nos solemos decir, y en este caso era más que cierto.

Los agentes tardaron casi veinte minutos en convencer a un célebre constructor de que ya podía salir de los aseos, donde se había encerrado durante el incidente, presa de un ataque de histeria, y desentendido de la suerte de sus dos hijos, a los que había dejado degustando el menú infantil con refresco tamaño extra.

No habían robado nada ni herido a nadie, y durante un buen rato los agentes se preguntaron qué coño era lo que de verdad había pasado allí. Cuando el inspector Romero fue capaz de poner un poco de orden logró que cada uno de los clientes volviera al asiento que ocupaba durante el suceso. Se dio cuenta entonces de que había una mesa vacía, cerca de la entrada, en la que alguien se dejó una hamburguesa casi entera, un juguete de regalo sin abrir y un refresco por la mitad.

Había una mesa vacía, cerca de la entrada, en la que alguien se dejó una hamburguesa casi entera, un juguete de regalo sin abrir y un refresco por la mitad

Ninguno de los clientes había visto nada, todos estaban aterrorizados y tirados por los suelos. Nadie se había fijado en la persona que faltaba, incluso podía haberse ido antes de que llegara la primera patrulla, pero Romero comprendió que todo el alboroto estaba pensado para camuflar la verdadera intención de los asaltantes. No se monta un follón de ese calibre para pasar el rato. Era muy pronto para sacar conclusiones, pero el policía debió intuir enseguida que aquello era un secuestro. Era obvio que no querían matar a nadie, porque balas no les faltaron.

Una de las empleadas logró, por fin, acordarse de él. Era un crío de doce o trece años que venía de vez en cuando, se sentaba solo en alguna mesa apartada y no se mezclaba con el bullicio que formaban otros jóvenes de su edad. No tenía ni idea del nombre ni lo conocía de nada, pero sí dijo que era un niño guapo, aunque parecía triste y solitario.

Romero no necesitó ser un genio para descubrir, entre sorprendido y alarmado, que las armas usadas eran fusiles de asalto AK-47, como los que se ven, por desgracia, en todos los telediarios. Había casquillos y proyectiles del 7,62 por todos lados y un pesado cargador de acero en el suelo con la típica curvatura del Kalashnikov.

Julio Verdú.
Julio Verdú. / Erasmo Fenoy

Una vida dedicada a Aduanas

Julio Verdú Baeza (Valdepeñas, 1962) reside en Algeciras desde mediados de los 70. Es hijo y nieto de aduaneros, por lo que su trabajo en Vigilancia Aduanera es la continuación de una saga. Desde su ingreso en el SVA, Verdú ha sido jefe de Destacamento en La Línea, jefe adjunto en Gerona y Algeciras, y jefe de Brigada Móvil de Andalucía. También ha vivido en Villagarcía de Arosa y Cambados luchando contra los clanes gallegos del narcotráfico.

Entre otras distinciones es Premio de la Organización Mundial de Aduanas del año 2001 a su trayectoria contra el tráfico de drogas y el contrabando.

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