30 años del Instituto de Estudios Campogibraltareños

El asedio hispano-francés a Gibraltar de 1704-1705

Vista del Estrecho de Gibraltar y alrededores, con las trincheras de asedio instaladas en 1704.

Vista del Estrecho de Gibraltar y alrededores, con las trincheras de asedio instaladas en 1704.

Las fuerzas de Hesse-Darmstadt se dispusieron a defender en nombre del archiduque Carlos la fortaleza de Gibraltar. López de Ayala publicó en un pulso entre las enseñas del archiduque Carlos de Austria y de la reina Ana de Inglaterra que ha dejado honda huella en la historiografía posterior, aunque carece de respaldo documental conocido. Desde la publicación de las investigaciones de Hills sabemos que la plaza solo sería considerada posesión inglesa hacia 1710. Entretanto, una vez levantado el primer asedio borbónico, el propio archiduque visitó la ciudad en agosto de 1705, siendo recibido como Carlos III de España.

En aquel verano de principios del XVIII y desde el tómbolo que une el Peñón a Sierra Carbonera, la plaza presentaba unas magníficas líneas defensivas. Sus fortificaciones, a veces injustamente calificadas como débiles, sirvieron para sostener el tenaz asedio borbónico durante siete meses por el marqués de Villadarias y el mariscal de Tessé. La llanura arenosa de 1.200 metros de anchura quedaba reducida ante la ciudad a unos 300 metros, “lo que hace que las tropas de los sitiadores se hallen muy estrechas en aquel paraje, sin contar con que el estero o laguna, que está delante de la explanada, ocupa una buena parte del terreno y aumenta la dificultad de los aproches.”

La naturaleza geográfica del Peñón obligó a los estrategas borbónicos a adoptar un planteamiento ofensivo basado en el ataque terrestre por el frente norte de la plaza. El concurso de la armada era necesario para batir sus defensas por el oeste, pero el peso fundamental del ataque tendría que recaer en la infantería, tras la debida preparación artillera. Por tanto, hubo que recurrir a la aplicación práctica de la tradicional táctica de sitios, que habría de entrar en crisis un siglo después, a partir de la Revolución Francesa. Respondía a un esquema bien conocido. El enorme desarrollo de la poliorcética desde el final del Medievo para contrarrestar los progresos en materia de artillería pirobalística obligó a hacer de las técnicas de asedio todo un arte. Las trincheras y las minas fueron los elementos más singulares de las operaciones de sitio de la Edad Moderna, los mismos que se pusieron en práctica ante la fortaleza del Peñón. Este intento de 1704-1705, como los siguientes de 1727 y 1779-1783, se basaron en la tediosa, disciplinada y ardua tarea de trazar las trincheras y paralelas que facilitasen la aproximación de las fuerzas atacantes a su objetivo con el menor riesgo posible. La naturaleza arenosa del istmo sobre el que se desarrollaron las principales acciones bélicas hacía que no existiesen más prominencias que las dunas para ocultar la aproximación de las tropas españolas y francesas.

Las defensas de Gibraltar en 1704. Las defensas de Gibraltar en 1704.

Las defensas de Gibraltar en 1704. / CC BY-SA 4.0

Los piquetes de zapadores, dirigidos por ingenieros militares, debían construir trincheras compuestas por ramales de comunicación, con traza en zigzag, que desembocaran en paralelas desde las que hacer fuego de artillería contra el objetivo. Mientras que aquellos ramales pretendían con sus quiebros evitar quedar enfilados por los cañones contrarios, las últimas reciben el nombre de su localización en paralelo al frente defensivo del enemigo. En ellas se construían baterías, plazas de armas y almacenes que pudiesen sostener con cierta autonomía el duelo artillero que se trataba de establecer para acallar las piezas enemigas y, a su vez, permitir el progreso de las obras hacia una segunda paralela. Las obras fueron dirigidas por los ingenieros Bernardo Renau Elizagaray y Andrés Tortosa. Se comenzaron a cavar trincheras el 21 de octubre de 1704, abriéndose fuego solo 5 días más tarde.

Los ingenieros marcaban las trazas de cada nuevo ramal sobre el terreno, con cuerdas y piquetas de madera. Esta tarea se efectuaba de noche y totalmente al descubierto, en el arenal, confiando en que el enemigo no lanzase una bengala que los dejase a merced de sus disparos. Sobre las marcas de los ingenieros, los zapadores colocaban fajinas de trazar ante sí, alineadas longitudinalmente con las de los trabajadores que les antecedían y precedían. Eran los primeros elementos del parapeto que los protegería tan rápidamente como fuesen capaces de cavar. A continuación, se procedía a ahondar la trinchera, siendo arrojado el material extraído con zapapicos y palas por encima de las fajinas, hacia el lado de las posiciones enemigas. El parapeto iba creciendo al ritmo que el foso se profundizaba.

Más tarde, garantizada una mínima seguridad, se ampliaban los caminos, especialmente en las trincheras, que es donde habría de desarrollarse una mayor actividad. Para los ramales de aproche bastaba con que pudiese circular un carro de aprovisionamiento o ser empujada una pieza de artillería. Los merlones de las baterías se formaban con toneles y cestones rellenos de tierra. Estos elementos eran frecuentemente desmontados o incendiados por los disparos enemigos, por lo que su reposición se efectuaba con cierta frecuencia.

El método fue sistematizado por el célebre ingeniero francés Vauban en el siglo XVII, con sorprendentes resultados tras su puesta en práctica. De acuerdo con su aplicación ortodoxa, la primera paralela debía establecerse a unos 600 metros de las obras avanzadas enemigas. Sin embargo, la notable proyección hacia el norte que la montaña de Gibraltar permite a las defensas del Frente de Tierra, habría de dificultar el cumplimiento de esta norma. A pesar de que la Torre Redonda o El Pastel avanzaba más de 150 metros su frente defensivo por la cara occidental del tajo hacia las líneas españolas, el general marqués de Villadarias hizo que la primera paralela se abriese a los 600 metros preceptivos del Frente de Tierra. De esta forma, sus posiciones quedaban dentro del alcance de la artillería contraria.

Las trincheras partían de una zona de huertos y molinos de viento situados al norte del istmo, que hasta entonces habían surtido de hortalizas a los gibraltareños. Paulatinamente eran perfeccionadas, dotándolas de banquetas para poder hacer fuego de fusilería por encima de los parapetos, estableciendo las baterías de morteros y cañones y, a retaguardia, los depósitos de trinchera, con los materiales y herramientas para proseguir las obras.

Georg von Hessen-Darmstadt, gobernador de Gibraltar en 1704. Georg von Hessen-Darmstadt, gobernador de Gibraltar en 1704.

Georg von Hessen-Darmstadt, gobernador de Gibraltar en 1704.

A diferencia de los asedios posteriores, este no tuvo que hacer frente a poderosos enclaves británicos desde la parte más alta y avanzada de la montaña, por lo que las obras de aproximación pudieron constreñirse al tercio occidental del istmo. La fortificación sobre el tajo norte ya se inició en este conflicto. Skinner menciona que “durante este asedio dos cañones fueron subidos a la montaña en la llamada Willis’s Battery”. Sin embargo, el emplazamiento no habría de alcanzar renombre hasta el ataque de 1727. En tres meses, y a pesar de la numerosa deserción y de un tiempo infame que retardaba los trabajos, las trincheras españolas llegaron a escalar el pie de monte y se alojaron prácticamente debajo de sus defensas más adelantadas. También pudieron alcanzar la Laguna o Inundation, un terreno pantanoso localizado a 200 metros al norte de sus defensas, posteriormente profundizado y convertido en obstáculo insuperable por los británicos, ya hacia 1727. En el asedio de 1704-1705, las fuerzas atacantes consiguieron sobrepasarlo y acercarse como nunca a las murallas gibraltareñas.

Está por hacer el estudio exhaustivo de las fuerzas que realmente participaron en el asedio. Las cifras habitualmente manejadas de unos 9.000 españoles de Villadarias y 3 o 6.000 franceses al mando inicialmente de Cavannes y después de Tessé parece irreal. El bloqueo naval se encomendó a la escuadra del francés barón de Pointis. El 24 de agosto de 1704 habría de celebrarse la indecisa batalla naval de Málaga o de Vélez-Málaga, como también es conocida, entre la flota hispano-francesa mandada por el Almirante de Francia, conde de Toulouse, y la de Rooke, fondeada en aguas de la Bahía desde la toma del Peñón. Aunque puede considerarse victoria parcial borbónica, al no perseguir a los ingleses ni emplearse contra Gibraltar impidió el aprovechamiento de la ventaja.

Seguidamente, el marqués de Villadarias vio como fracasaban dos intentos de ataque contra Gibraltar: uno por las alturas de la montaña, conducido a través de peligrosos senderos de la cara oriental por un pastor gibraltareño el 11 de noviembre de 1704, y otro por las defensas que preceden a la Puerta de Tierra, cuando se llegó a ocupar momentáneamente El Pastel, en febrero del año siguiente. Nunca volvería a estar tan cerca la recuperación de la plaza. De inmediato se produjo el anunciado relevo del marqués por el mariscal francés René Mans, el famoso conde de Tessé, nueva injerencia personal de Luis XIV en los asuntos de gobierno de su nieto.

Sus planes tampoco dieron resultado, aunque contaba con más recursos que su predecesor, al disponer de numerosas tropas de refresco y contar con la escuadra de bloqueo de Pointis. Sin embargo, la llegada de la poderosa flota de sir John Leake para reforzar Gibraltar, con buques británicos, holandeses y portugueses, dio al traste con los planes del mariscal francés, quien había organizado una gran operación anfibia que no podría llevarse a cabo sin contar con el dominio del mar. Pointis abandonó la bahía de Algeciras en marzo, solo unos días después de haber llegado, siendo alcanzados y derrotados algunos de sus navíos por los aliados, que reforzaron la plaza y acabaron con las posibilidades de que fuera tomada al asalto.

Era común que las guarniciones sitiadas organizasen sigilosas salidas que, al amparo de la oscuridad de la noche, alcanzasen las posiciones avanzadas enemigas para infligirles todo el daño posible en muy reducido espacio de tiempo, antes de que sus fuerzas se repusiesen de la sorpresa y lanzasen un contraataque. Las fuerzas de Hesse llevaron a cabo varias de ellas, con resultados diversos, aunque por lo general sirvieron para ralentizar el progreso de los atrincheramientos enemigos.

El último de Gibraltar, cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau que retrata a Salinas delante del Peñón. El último de Gibraltar, cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau que retrata a Salinas delante del Peñón.

El último de Gibraltar, cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau que retrata a Salinas delante del Peñón. / CC BY-SA 3.0

El dominio del mar por Inglaterra dificultó el trabajo en las trincheras españolas y reabasteció la plaza cuando fue preciso, por lo que la dirección de las operaciones por Tessé no logró ningún resultado efectivo. En abril de 1705, Luis XIV dio por terminado el sitio sin el consenso del rey español, mientras continuaba la Guerra de Sucesión.

Desde el año anterior, la Gran Alianza había decidido tomar Portugal como base para conquistar Madrid, trayendo la guerra a la Península. En los meses siguientes se abría un nuevo frente en el nordeste cuando se sublevaron los territorios de la Corona de Aragón a favor del pretendiente Carlos, que fue proclamado rey en Barcelona, aunque ya fuera coronado en Viena en 1703. En 1706, ocupó temporalmente Madrid. Los aliados vencieron en Ramillies (Flandes) y Turín (Saboya), alcanzándose la peor de las situaciones por las que habría de atravesar la causa borbónica. Desde 1707, la situación se les fue tornando más favorable. El duque de Berwick venció en Almansa a los aliados, también batidos en Lille y Oudenarde (Flandes). Los reinos valenciano y aragonés fueron siendo ocupados por las tropas de Felipe V, que no pudieron evitar la pérdida de enclaves mediterráneos como Orán, Menorca y Cerdeña.

Nuevos contratiempos para Francia ante Marlborough en Flandes en 1708 llevaron al Rey Sol a tener que defender Francia de la invasión aliada, llegando a iniciar conversaciones de paz en 1709 que hubieran dejado solo a su nieto en la guerra. La retirada francesa de la Península permitió que Carlos ocupara de nuevo Madrid al año siguiente, aunque la reacción castellana ocasionó su derrota en Brihuega y Villaviciosa, lo que permitió la conquista del nordeste peninsular. Un cambio de gobierno en Londres y la muerte del emperador José I, que llevó al trono imperial al pretendiente Carlos, determinaron la disolución de la alianza europea y el inicio de las conversaciones que condujeron a la paz de Utrecht, firmada en 1713. La gran vencedora fue Inglaterra, que obtuvo ventajas territoriales (Gibraltar, Menorca y Terranova), comerciales (“asiento de negros” en América) y estratégicas. España perdió, además, sus posesiones europeas (Flandes, Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña) y Sacramento, en América.

La guerra continuó con la resistencia catalana hasta la toma de Barcelona el 11 de septiembre de 1714.

Capítulo de la monografía La montaña inexpugnable, Seis siglos de fortificaciones en Gibraltar (XII-XVIII), IECG, Algeciras, 2007.

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