LA CALAVERA Y LA ROSA. HABLAN LOS ITALIANOS DE LA DÉCIMA

Tesei y Pedretti, alla memoria: La operación B.G. 4 (y II)

  • Los operadores de los 'maiali' no tardaron en comprobar que se había intensificado la presencia de patrulleras

  • El viento de levante fue otro de los obstáculos para las maniobras de aproximación

Tras una breve espera, sobre las once y media de la noche, se recibía por fin el esperado radiomensaje del Estado Mayor de la Regia Marina. En él se confirmaba que, en la rada, se encontraban un total de diecisiete mercantes; pero que, en el interior del puerto, se habían identificado el acorazado HMS Nelson, nuevo buque insignia de la Fuerza H, el portaaviones HMS Ark Royal, los cruceros HMS Sheffield y HMS Hermion, así como siete petroleros y cuatro destructores. En base a esta información, rápidamente se procedió a la distribución de objetivos. Vesco y Catalano iban a ocuparse del acorazado que, según los observadores, aquella noche estaba amarrado en la parte central del South Mole; mientras, el binomio mandado por Visintini debía encargarse del portaaviones; localizado este en los puntos de amarre del Arsenal también en el sector más meridional y en consecuencia más alejado del puerto. No obstante, si por cualquier circunstancia no les fuese posible actuar contra aquellos blancos, estaban autorizados a atacar cualquier otra unidad haciendo primar siempre la entidad del buque.

Finalmente, sobre la una y veinticinco de la mañana del 20 de septiembre y con el submarino en superficie, tuvo lugar el largado de los maiali esta vez sin que se registrase incidencia alguna. Es cierto que, en aquellos momentos, en los talleres de San Bartolomeo en La Spezia ya se estaba fabricando un nuevo tipo de maiali técnicamente muy mejorado. Pero los tres que aquella noche iban a enfilar la entrada Norte del puerto de la Colonia, aunque puestos a punto y afinados en su mecánica, pertenecían al mismo modelo que, con tan poca fortuna, se había utilizado en las misiones anteriores. Para hombres y máquinas, había llegado el momento de enfrentarse a las nuevas medidas de seguridad desplegadas por el enemigo.

En este sentido, los operadores de los tres maiali no tardaron en comprobar hasta qué punto se había intensificado la presencia de lanchas patrulleras. De tal suerte que, tanto Catalano como Vesco o Visintini se vieron obligados a realizar pronunciados cambios de rumbo, a ocultarse entre los mercantes e incluso a ganar profundidad para evitar ser detectados. El otro de los obstáculos importantes al que hubieron de enfrentarse en su maniobra de aproximación, era un viejo conocido de los habitantes del Campo de Gibraltar. Se trataba del familiar viento de Levante que, aquella noche soplaba racheado y con fuerza. Además de dificultar considerablemente la visibilidad hasta el punto de obligar a los operadores a prescindir puntualmente de sus máscaras de buceo, el oleaje afectaba la velocidad y por consiguiente al ritmo del avance; algo que, como iba a quedar patente aquella noche, podía resultar determinante, por la forma en que podía afectar al radio de acción de los artefactos.

Esta fue precisamente la razón de que el Teniente de Navío Catalano se viese obligado a alterar el objetivo que inicialmente se le había asignado. Así lo recogería luego en su informe: "Debido a lo avanzado de la hora y a la gran distancia que aún me separaba de la bocana, me vi obligado a atacar los vapores de la rada. En el viaje de ida, yo había observado tres grandes buques. Me dirigí hacia ellos en superficie y en cuarta velocidad. Una vez llegado a la zona, estudié atentamente la posición de un gran petrolero descargado y decidí atacarlo por su popa. Nuevamente en superficie, me dirigí lentamente hacia él; pero a algunos metros me encontré fondeada -a popa- una lancha patrullera. Me paré y a pesar de la breve distancia a la que me encontraba y de una atenta observación, no conseguí ver si sobre la lancha en cuestión había personal de guardia. Para evitar esta posibilidad y la consiguiente alarma en la plaza, decidí ir a por otro mercante".

Después de que el Cabo Giannoni hubiese fijado la cabeza de combate al nuevo blanco, Catalano se dio cuenta de que se trataba -inesperada ironía- de un barco italiano, concretamente del carguero Pollenzo. Su reacción fue inmediata. Aunque se tratase de un barco capturado, ninguno de aquellos marinos estaba dispuesto a que un buque nacional abriese su lista de hundimientos. De manera que optaron por retirar la carga y repetir la operación con otro navío a pesar de los riesgos que ello implicaba. Poco después, aquellos doscientos kilogramos de alto explosivo eran colocados bajo la quilla del Durham, un enorme navío artillado de 10.900 toneladas. Eran ya algo más de las cinco y cuarto de la mañana cuando finalmente, activaron la espoleta y a lomos de la sección motriz de su maiale, pusieron proa hacia las costas de La Línea.

El Teniente de Navío Vesco también había conseguido alcanzar la entrada Norte. Tal como recogería en su informe, fue entonces cuando comprobó los preocupantes efectos de las cargas antipersonales que el enemigo lanzaba desde los extremos de los muelles: "Cerca de las 3:30, en un fondo de 15 metros, oí y noté -tanto en el casco del maiale como en mi cuerpo- tres explosiones submarinas consecutivas. Como todo continuaba funcionando bien, decidí seguir adelante. A las 3:40, alcanzado un fondo de 13 metros... oí otras dos explosiones, algo más sordas que las precedentes pero de mayor volumen y siempre por la amura de estribor".

La aproximación de la patrullera que vigilaba las entradas le hizo sospechar que había sido descubierto. Fue entonces cuando, ya apenas a cincuenta metros de las barreras, decidió centrar también su ataque en alguno de los buques fondeados en la rada. "A las 4:00 -escribiría- inicié la búsqueda del blanco más apropiado. Una embarcación con luces oscurecidas se movía entre los mercantes. Al final, me decidí por un buque de larga y esbelta silueta que por la altura de su línea de flotación estimé que iba bien cargado: cifré (su desplazamiento) en tres o cuatro mil toneladas. Seguí con la aproximación, haciendo la maniobra contraria a encallar. Esto es, situándome en inmersión bajo el casco y una vez parado, dando aire hasta quedar en contacto con la carena".

El Cabo Antonio Zozzoli, segundo tripulante del 'maiale' del Teniente de Navío Vesco. El Cabo Antonio Zozzoli, segundo tripulante del 'maiale' del Teniente de Navío Vesco.

El Cabo Antonio Zozzoli, segundo tripulante del 'maiale' del Teniente de Navío Vesco.

Esta pertenecía a un buque cisterna, el Fiona Shell de 2.444 toneladas que desde 1925 prestaba servicio en Gibraltar como gasolinera flotante. Tras solucionar un pequeño problema con el autorespirador, Catalano y Zozzoli fijaron la carga a su quilla, justo bajo la chimenea del barco y seguidamente, activaron la espoleta iniciando la prescrita maniobra de evasión.

Como los dos anteriores, el tercero de los maiale, el del Teniente de Navío Visintini y el Cabo Giovanni Magro, también había conseguido alcanzar las proximidades de la entrada Norte sin grandes dificultades. Pero una vez allí, la lidia con las nuevas medidas de seguridad había sido intensa. Así lo contará el propio Visintini: "Viré ligeramente hacia el Sur y poco después, entreví la bocana del puerto. Durante este trayecto, sentí dos explosiones submarinas, pero no me alarmé porque las consideré lejanas. Sin embargo, observé cómo una patrullera procedente del Sur -navegando a una velocidad muy reducida de no más de dos nudos- alcanzaba la entrada Norte. Yo insistí en mi derrota, cuando, en cierto momento, la patrullera se situó muy cerca de donde me encontraba. Navegaba en las aguas situadas entre las barreras y yo mismo cuando bruscamente giró hacia donde estábamos. Entonces me sumergí y sentí una explosión próxima aunque sus efectos no fueron alarmantes. Salí a superficie y... mediante una rápida observación, pude ver que la patrullera se dirigía ya hacia la bocana Sur. Casi me creí liberado. Pero apenas había tenido tiempo de alegrarme, cuando vi que otra patrullera, más pequeña, silenciosa y con las luces de navegación encendidas, se dirigía rápidamente hacia mi posición. Temí haber sido descubierto, lo que me llevó a sumergirme nuevamente. Era mejor morir por los efectos de una explosión que dejarme capturar indefenso en superficie. Y luego estaba el tema del artefacto que, a toda costa, debía ser hundido".

"Pero gracias a Dios no me había detectado. Llegué a sentir claramente el ruido de la hélice pasando sobre mi cabeza. Desde ese momento y durante unos diez minutos, maniobré en superficie y en inmersión, jugando astutamente con la patrullera. Mi intención era permanecer el menor tiempo en inmersión, evitar los efectos de las explosiones y dirigirme a los sectores donde había menos probabilidad de ser localizado. Finalmente, la patrullera se alejó hacia el Sur y yo maniobré para dirigirme hacia las barreras. Eran las 3:45. Elegí cuidadosamente el rumbo y me sumergí navegando en tercera velocidad y a 11 metros de cota. Mantuve el rumbo, la velocidad y la profundidad con la máxima precisión y pasado el tiempo previsto, vi tres cables de acero -que con toda seguridad formaban parte de la red- pasar y rozar contra el casco del maiale. Así fue como me introduje en el puerto de Gibraltar".

Visintini y Magro acababan de unir sus nombres a los de Birindelli y Paccagnini como únicos miembros de la Regia Marina que, hasta ese momento, habían conseguido violar las aguas interiores de la que pasaba por ser una de las bases navales más protegidas del mundo. Pero en aquellos momentos, no había tiempo de pararse a pensar en esas cosas. Lo que se imponía eran ir a por los navíos enemigos.

En relación con ello, se vieron obligados a aceptar el hecho de que el viento de Levante y el forzado abaniqueo con las patrulleras les había dejado sin autonomía suficiente para alcanzar la zona donde se encontraban el Nelson y el Ark Royal. Conscientes de ello, escribiría en su informe: "Salí a superficie y para ver mejor, me quité la máscara. Vi frente a mi un crucero de unas siete mil toneladas y amarrados en el Detached Mole, cuatro grandes petroleros. Eran ya las 4:05 y tras comprobar que no disponía del tiempo necesario para operar en la parte Sur del puerto -que era donde estaban amarrados los blancos prescritos por nuestro comandante- tuve que descartar también al crucero.... porque el lugar donde estaba fondeado se encontraba demasiado expuesto a las explosiones.... y porque esperaba provocar daños mayores atacando uno de los petroleros (incendio de la nafta y del puerto)... (De los cuatro) elegí el segundo a partir del Norte, porque estaba cargado hasta los topes. Se trataba del gigantesco Denby Dale y aunque Visintini hubiese estimado su desplazamiento en unas ocho mil toneladas, en realidad este rondaba casi el doble".

Explosión de intensidad similar a la que producía el estallido de las cabezas de combate de los 'maiale' descritas con precisión por los participantes en B.G. 4. Explosión de intensidad similar a la que producía el estallido de las cabezas de combate de los 'maiale' descritas con precisión por los participantes en B.G. 4.

Explosión de intensidad similar a la que producía el estallido de las cabezas de combate de los 'maiale' descritas con precisión por los participantes en B.G. 4.

No tardaron en comprobar que aquella elección había sido providencial porque, apenas habían iniciado la colocación de la cabeza de combate, cuando la onda expansiva provocada por el estallido de una de las cargas antipersonales, les había estampado contra la quilla del navío. Ambos sabían perfectamente que, de haber detonado sólo unos metros más cerca, sus efectos hubiesen sido fatales. Fue entonces cuando el duro adiestramiento al que Borghese les había sometido demostraría toda su utilidad. Ya que, aún afectados por el impacto, consiguieron completar el trabajo, activar la espoleta y salir del puerto dejando atrás la zona de peligro. Según pudieron ver en sus relojes Panerai, eran poco más de las cuatro y media de la madrugada.

Sorteando de nuevo a las patrulleras se dirigieron hacia el tramo de la costa linense situado al noroeste de la Barriada de La Colonia. Como estaba previsto, a una distancia prudencial y contando con la profundidad adecuada, procedieron a hundir su sección motriz, alcanzando a nado la playa sobre las seis y media. Después de recorrer unos trescientos metros, fueron localizados por el agente del servicio de inteligencia que les esperaba en las cercanías del que, en su día, había sido el lujoso y selecto hotel Príncipe Alfonso. Todos ellos esperaban optimistas un triunfo que haría por fin honor al incombustible empeño del malogrado Tesei y que ningún miembro de la Decima dudaría en atribuirle aunque fuese alla memoria. De pronto, el silencio de la noche quedó roto por un disparo. Instantes después, sus compañeros Vesco y Zozzoli eran detenidos nada más tocar tierra al grito de ¡Alto a la Guardia Civil!.

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