Cambio de planes. Antonio Ramognino, el genial artífice de las nuevas bases secretas italianas (II)

LOS ITALIANOS DE LA DÉCIMA

Gracias a la intervención de Camilo Menéndez Tolosa, Antonio y Conchita pudieron llegar al Campo de Gibraltar para hacer un disimulado viaje de reconocimiento

A su regreso a Italia, Ramognino propuso el alistamiento del 'Olterra' y la instalación de la base de operaciones en Villa Carmela

Antonio y Conchita Ramognino en los días de su misión en España.
Antonio y Conchita Ramognino en los días de su misión en España. / E.S.
Alfonso Escuadra

02 de noviembre 2022 - 04:00

Varias circunstancias habían jugado a su favor para que, en la primavera de 1942, la División de Operaciones del Estado Mayor naval decidiese confiarle la misión de estudiar sobre el terreno qué posibilidades había de establecer una base permanente en el Campo de Gibraltar. De entrada, varios miembros de su familia paterna residían en España, donde gozaban de cierto predicamento social y político tras haber prosperado dentro del mundo de la banca y los seguros; unos vínculos que ya le habían hecho visitar la Península en no pocas ocasiones. Incluso, a mediados de los treinta, el recién licenciado Antonio Ramognino había pasado un largo periodo residiendo en Madrid; periodo durante el cual había forjado los dos vínculos que determinarían su existencia y su legado.

En primer lugar, había conocido a María de la Concepción Peris del Corral, una hermosa y simpática estudiante de diecinueve años con la que, tras un noviazgo marcado por los avatares de la contienda civil y apenas dos meses antes de la entrada de Italia en la guerra, se había casado en Barcelona para seguidamente, fijar su residencia en Génova. El segundo era el que había establecido con la comarca del Campo de Gibraltar. Ya que habían sido sus visitas a las poblaciones de la Bahía, las que más adelante le permitirían vislumbrar las enormes posibilidades que su nueva arma tendría si se la pudiese utilizar desde un enclave próximo a sus potenciales objetivos.

Todos estos antecedentes habrían justificado de sobra que, en los primeros días de la primavera de 1942, el Estado Mayor de la Regia Marina le considerase la persona idónea para intentar localizar una futura base secreta para la Decima MAS en el entorno de la colonia. Pero además, había otras dos circunstancias que igualmente aconsejaban su envío a España. En primer lugar, Antonio hablaba fluidamente castellano y en segundo, disponía de un camuflaje perfecto que no iba a tener reparos en utilizar. De hecho, según precisará Borghesse en sus memorias, había sido el propio Ramognino el que, tras ser llamado a Roma, había sugerido la posibilidad de realizar su viaje de reconocimiento en compañía de su joven esposa. De esta forma, su verdadera misión podía quedar oportunamente disimulada bajo la inofensiva apariencia de un viaje de placer similar a los que en tantas ocasiones ya había realizado.

Muchos años después, Conchita confesaría al autor que cuando su marido le había propuesto el tema, no sólo le había dicho que sí, sino que además lo había hecho de forma inmediata y entusiasta; con la "juvenil ilusión" -son sus propias palabras- "de hacer cuanto estuviese en mi mano para ayudarle a culminar el proyecto en el que llevaba tantos años trabajando". Eso no quería decir que, como ella misma se encargó seguidamente de puntualizar, no fuese consciente de que se trataba de un asunto extremadamente arriesgado: "Cuando a Antonio lo mandaron al Campo de Gibraltar -afirmó-, yo lo acompañé como una especie de tapadera, porque un hombre solo siempre levanta más sospechas... En cambio, si va acompañado de su esposa, la cosa resulta más natural. Y allí fuimos... con mucho peligro y con mucho riesgo".

Es posible que, como sugiere Conchita, tras recibir la orden de trasladarse hasta el Campo de Gibraltar, lo que más alentase a Antonio fuese la esperanza de que aquella base estuviese destinada al empleo de su invento. No obstante, la marcha de la guerra imponía otro ritmo y lo cierto era que el uso táctico de aquel original ingenio, conocido luego como battello-R, ni siquiera había entrado aún en fase experimental.

Como recoge Antonio en su diario, la joven pareja hizo el viaje desde Italia en avión aunque luego se sirvieran de un automóvil puesto a su disposición por el Servicio de Información naval. No obstante, un despiste imperdonable a punto estuvo de acabar con la misión aún antes de que esta comenzara. Como dejaría por escrito el propio Antonio, a pesar de la minuciosidad con la que se habían realizado los diferentes preparativos, se le había pasado por alto un pequeño pero decisivo detalle, especialmente en tiempos de guerra.

Conchita Ramogino en la entrada del Hotel Cristina durante su misión secreta de abril de 1942
Conchita Ramogino en la entrada del Hotel Cristina durante su misión secreta de abril de 1942 / E.S.

Como le hicieron ver los agentes de la Guardia Civil nada más llegar al control de fronteras, su pasaporte había caducado y de esa forma no era posible franquearle la entrada en España. Dos investigadores norteamericanos habían escrito en su día que la cosa había podido arreglarse gracias a la intervención de un misterioso coronel español pariente de Conchita. Y efectivamente, había habido un coronel de por medio. Pero tras la investigación realizada para esta obra, se puede concluir que el militar en cuestión no era tío de Conchita sino el marido de una prima hermana del propio Antonio.

No obstante, por encima de este detalle, lo más jugoso del asunto es la identidad de aquel coronel. Se trataba del entonces jefe del Regimiento “Inmemorial nº 1”, futuro Ministro del Ejército y Gobernador Militar del Campo de Gibraltar, Camilo Menéndez Tolosa. Gracias pues a su diligente intervención, el incidente quedaría en una simple amonestación y Antonio y su esposa pudieron entrar finalmente en España. Era el lunes 6 de abril de 1942.

Pasando por Madrid y Sevilla, la pareja alcanzó finalmente las inmediaciones de la colonia. Ya en Algeciras, quedarían alojados en el Hotel Reina Cristina, donde trabajaba un importante núcleo de agentes y colaboradores del servicio de inteligencia naval italiano (SIS). Su cicerone y principal contacto en la zona era Giulio Pistono, un ingeniero retirado que ahora trabajaba para el SIS y más concretamente para la Decima MAS. Con la ayuda inestimable de este agente y sirviéndose de su habitación del hotel como centro de operaciones, en las semanas siguientes, Antonio y su esposa estuvieron recorriendo el puerto de Algeciras y la práctica totalidad del arco de la Bahía como si fuese una pareja de recién casados en viaje de turismo.

De cuando en cuando, Antonio se detenía para fotografiar a su esposa sobre el fondo de aquel espectacular enclave. Así fue como obtuvo la magnífica serie de imágenes que luego utilizaría para ilustrar su informe. A juzgar por sus palabras, Conchita siempre tuvo muy claro cual había sido su papel en aquel reportaje:

"Todas las fotografías -contaría- ... las había hecho mi marido. Antonio decía que yo simplemente era la excusa; la excusa para poder fotografíar el Peñón, el Guadarranque, el Palmones, en fin, todos los lugares estratégicos… y por eso, como se puede ver en las fotos, yo siempre aparezco a un lado, mientras el centro de la imagen lo ocupa el verdadero objetivo que deseaba fotografiar".

Durante aquella misión de reconocimiento y gracias a la inestimable ayuda de Pistono, Antonio pudo visitar una hermosa villa ubicada en Puente Mayorga que por sus características-escribiría luego en su informe- era la única que podía adaptarse a nuestras pretensiones. Sin embargo, esta se encontraba algo más de seiscientos metros de la costa; lo que sin duda, constituía un serio hándicap a la hora de desplegar los medios de asalto.

Esta fue la razón de que Ramognino también se interesara en la que podía ser una ventajosa alternativa. "Durante nuestra estancia en Algeciras -escribió en su diario- habíamos observado que en el puerto se encontraban internados dos buques italianos... (y) en la zona de fondeo frente a la desembocadura del Guadarranque, había un tercero en curso de ser reflotado". La mente ágil de Antonio había captado inmediatamente las posibilidades que estos barcos representaban, no sólo como punto de observación sino como base operativa para el empleo de su barchini: "Fue entonces cuando se me ocurrió la posibilidad de utilizar uno de estos mercantes como base. Coincidiendo con Pistono, me decidí por el “Olterra”... la idea era servirnos de la bodega del vetusto petrolero y abrir en uno de sus costados, bajo la línea de flotación, una apertura de acceso al mar que luego quedaría enmascarada..."

Finalizada su misión de reconocimiento, el lunes 4 de mayo, los Ramognino habían regresado a Italia y poco después, Antonio había presentado el resultado de su trabajo al Estado Mayor de la Marina. Aquel informe proponía básicamente dos posibilidades de cara a la instalación de la perseguida base secreta. La primera de ellas pasaba por el alistamiento del Olterra a la X Flotilla MAS. Mientras la segunda, iba a tener una especial trascendencia para el futuro inmediato del matrimonio. Ya que no sólo determinaría su regreso a España, sino que sería el origen del especial protagonismo que una tranquila villa de Puente Mayorga terminaría alcanzado dentro de lo que fueron las operaciones de los medios de asalto italianos en la Segunda Guerra Mundial. Aquella propiedad tenía por nombre Villa Carmela.

Con la aprobación del Estado Mayor de la Marina a ambas propuestas iba a comenzar el trabajo de verdad. Había que hacerse con ambas bases y acondicionarlas para su empleo. También se habrían de diseñar los nuevos operativos tácticos, seleccionar las unidades, designar los equipos de operadores y escoger los medios de asalto a utilizar. En apenas unas semanas habría de comenzar el traslado hasta aquellos enclaves de ingentes cantidades de material, armamento y equipo y más adelante, de los hombres destinados a ejecutar las nuevas operaciones. Todos ello a través de territorio español y ante las mismas narices de servicio de Inteligencia enemigo.

La Regia Marina tuvo claro desde el principio que aquel cambio de táctica decidido por su Estado Mayor exigía la inmediata organización y puesta en marcha de una importante estructura logística. Algo que, a la postre, iba a requerir el empleo de importantes recursos, la recluta de más agentes y la adquisición o alquiler de nuevas propiedades que terminarían sumándose a las que, hasta entonces, venía empleando su Servicio de Información en España. Sobre el papel, se trataba de un planteamiento tan ambicioso y prometedor en sus posibilidades, como costoso, complicado y peligroso de ejecutar. En los meses siguientes, la Marina italiana iba a tener sobradas ocasiones de estimar si los resultados que se obtendrían estaban a la altura de los esfuerzos desplegados.

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