Algecireños en la Guerra de Cuba (XXI)
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En 1897 el algecireño Salvador Castro Somoza, que fue teniente, recibió la laureada de San Fernando, la más alta recompensa en el ejército, con 1.000 pesetas anuales de pensión
Echando la vista atrás y recordando como finalizaba el capítulo anterior de esta serie, la insidiosa prensa norteamericana puesta al servicio de oscuros intereses económicos alentaba negativamente a sus lectores contra España y su presencia principalmente en el Caribe; por su parte, los periódicos nacionales, no sin un gran triunfalismo y patrioterismo sin límites, demostrando un gran desconocimiento del verdadero poderío militar de una nación en alza como era Estados Unidos, trasladaban al incauto lector hispano el mensaje de: simple paseo militar, el más que posible enfrentamiento bélico con la incipiente potencia.
Al mismo tiempo que William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer proseguían con su sensacionalismo periodístico -el primero desde las páginas del New York Journal, y el segundo desde el New York World-, su campaña antiespañola, a miles de kilómetros de distancia en una pequeña ciudad del sur de la península ibérica como era Algeciras, humildes jóvenes carentes de las 1.500 pesetas que les podría librar del servicio militar, serían trasladados al otro lado del mundo, donde muchos dejarían sus vidas y otros su salud y su juventud. También y prosiguiendo el interés que en nuestra ciudad, por razones obvias, despertó el conflicto, tras varios meses desde su inicio -y siguiendo el relato del anterior capítulo-, se hace mención al tan seguido hecho heroico de Baler, que los algecireños siguieron con gran pasión patriótica -como en el resto del país-, a través de los distintos periódicos nacionales que llegaban en ferrocarri hasta la estación ubicada en la calle Ramón Chíes, o su prolongación hasta la banda sur del Río de la Miel, recogiendo los citados medios mediante entregas, lo acontecido en aquel lejano lugar del Pacífico.
Tras los duros enfrentamientos con los rebeldes y tropas yankées, tanto en el mar como en tierra, con un claro balance negativo para los intereses patrios, los gestos heroicos y las muestras de valor de las tropas eran recibidos entre los lectores como si de una gran victoria se tratara; por tanto, no sería de extrañar que esta narración, así como los gestos individuales, como los del soldado Eloy Gonzalo García Cascorro, fuesen comentados, a la menor ocasión, entre los círculos y mentideros propios de Algeciras, tales como los clientes del Café Castillo, situado en la calle de San Quintín, no lejos del apeadero del tren, y por tanto uno de los primeros en hacerse con los periódicos dejados por los viajeros.
Otro tanto ocurriría en el también cercano Café de La Marina, situado en las cercanías del citado apeadero, muy frecuentado principalmente por los viajeros con destino a la vecina y estratégica plaza castrense de Ceuta -siendo por tanto su clientela en su mayoría militares-, así como los trabajadores que diariamente embarcaban para cumplir sus jornadas de trabajo, en la también cercana colonia de Gibraltar; o que decir, del consuelo y añoranza que aquellas patrióticas noticias traerían para las madres, esposas o hijas, de los que se encontraban luchando en Ultramar, clientas estas de la popular y distinguida sombrerería El Capricho, situada en la calle Cánovas del Castillo, propiedad de don Manuel Martín, padre del que sería apreciado pianista Miguel Martín, al que años después se le pondría el nombre de la también popular vía, hasta entonces conocida como calle de la Reina.
Al mismo tiempo que estos hechos acontecían, los algecireños seguían engrosando la lista de los soldados trasladados al frente de Ultramar, tales fueron los casos de los siguientes jóvenes: José Morilla Molina, de profesión zapatero, domiciliado en la calle Castelar (antigua Soria, y siempre Panadería) 32, destinado en el Regimiento de Álava; Fernando Miralles González, de profesión impresor, con domicilio en calle de Las Viudas (hoy, Teniente García de la Torre), 3; o, el marinero Julián Rubio Vivante, domiciliado en la calle Baluarte, 19. Todos ellos, destinados en Cuba, fueron testigos de la criticada -tanto historiográfica como políticamente-, medida de control del general Weyler sobre los campesinos cubanos, a través de campos de reconcentración para impedir el apoyo de estos a los rebeldes, y puesto en marcha en 1895 a través de pequeños poblados cerrados y cercados.
El problema surgió con el aprovisionamiento de alimentos a los allí recluidos, dándose casos de un gran número de muertes entre los más débiles, provocando la repulsa internacional. La dura vida que para los soldados significaba su obligada presencia en Cuba, se hacía un poco más tenue, cuando junto a los nativos consumían el llamado calabunco, bebida consistente en ron casero, acompañado de azúcar sacada a escondidas de los ingenios, y al que los hispanos agregaron la popular hierbabuena.
La necesidad de alimentos era tan imperiosa en la población local, que la prostitución constituía en muchas ocasiones la única salida para subsistir; provocando su práctica un verdadero problema entre los soldados allí destinados. Aquellos reclutas jóvenes y analfabetos, maleducados en el más puro machismo reinante de la época, que al poco de desembarcar habían aprendido nuevas palabras para definir a la mujer como mulata o cuarterona, imberbes áun y faltos de experiencias en el trato con las hijas de Venus, fueron presas fáciles para el contagio de enfermedades venéreas; convirtiéndose por tanto las bajas por gonorrea o sífilis, en un verdadero problema para el desarrollo de las operaciones militares.
Pero volvamos al seguimiento que en nuestros establecimientos y locales algecireños, se hacía por ávidos lectores del gran hecho militar presentado por entregas relacionado con Baler: "La capitulación se verificó el día 2 de junio […], epopeya tan gloriosa y tan propia del valor legendario de los hijos del Cid y de Don Pelayo". Hasta aquí las diferentes entregas -no exentas de mensaje patriotero propio del momento histórico-, que fueron seguidas con entusiasmo por no pocos algecireños, que tomaban la narración como un bálsamo ante el desastre nacional colectivo del que eran testigo, y del que se sentían parte; afectándoles en lo personal, la posible pérdida de un ser querido destinado en Ultramar.
Mientras todos estos hechos se sucedían allende los mares, en nuestra ciudad se recibe para reforzar militarmente la comarca, dada la persistencia de una posible acción yankée sobre la zona, el siguiente contingente: "Llegan hasta Algeciras los alumnos del último curso de la Escuela de Marina de San Fernando, como tropa auxiliar al mando del director coronel de aquella Academia D. Manuel del Valle, teniente coronel subdirector D. Onofre Súnico, y los primeros tenientes y naturales de Algeciras D. José Cardona Juliá y D. Buenaventura García".
La presencia de este refuerzo auxiliar se debió a la marcha de un buen número de soldados al otro lado del Estrecho, dado un cierto conato de levantamiento entre las kábilas cercanas a la ciudad de Ceuta, destacando la actitud beligerante de la llamada Anghera. Afortunadamente, la rápida y contundente respuesta militar acabó con el clima de tensión creado, por lo que la tropa trasladada volvió en un corto plazo de tiempo a sus posiciones en la comarca; regresando los alumnos de la citada Escuela de Marina a su destino en la Isla de León para finalizar su periodo de formación e instrucción militar.
Mientras algunas voces civiles de la zona juzgan como de excesiva la presencia militar en la zona, con el enfado lógico de comerciantes y proveedores, un hecho validará la presencia de la misma, ante posibles actos de ocupación contando con el apoyo logístico de la vecina colonia de Gibraltar, y es que desde Tánger, se comunicó al mando establecido en el Gobierno Militar, con sede en Algeciras, la siguiente información: "A las 11:30 de la noche anterior, cruzó el estrecho una escuadra, cuyo pabellón es hasta hoy desconocido. Los observadores que pudieron verla aseguran que se componía de once ó doce buques y que sus reflectores eléctricos dirigían sus focos á las costas españolas. A la citada escuadra se la denominó la Escuadra Fantasma".
Coincidente con este extraño hecho, por aquellos días se produjo al mismo tiempo, un movimiento de tropas en el Peñón que alarmó a las autoridades militares de la zona, afortunadamente para la tranquilidad de la comarca tan solo se trataba de un movimiento de tropas que embarcaron con dirección a la zona colonial británica del Natal, existente en el sudeste de África. Pero los hechos seguían demostrando que la comarca, era un punto militarmente estratégico, y por tanto digno de contar con las defensas previstas para caso de presencia enemiga en sus costas.
Mientras las fuerzas concentradas en la comarca, bajo el mando del Gobierno Militar, seguían asegurando la tranquilidad de la zona, los algecireños ávidos de conocer lo que en Ultramar se estaba cociendo, al abrir uno de aquellos diarios que llegaban desde Madrid traídos por el tren, se llevaron una gran sorpresa al descubrir que entre aquellos desconocidos héroes -como los soldados que defendieron el sitio de Baler, ó el denominado Cascorro (que antes de ser héroe, como se expresó en un capítulo anterior, fue un vecino más de Algeciras domiciliado en el cuartel de carabineros sito en la calle de la Soledad)-, había un algecireño llamado Salvador Castro Somoza, que había conseguido ¡nada más y nada menos!, que la laureada de San Fernando. De seguro que la noticia, corrió como la pólvora desde la Banda del Río, hasta El Calvario.
Sin duda, vecinos como por ejemplo los del patio de La Cantarería, en el callejón de Jesús, propiedad de José Román del Valle (padre de José Román Cozárnego, a quién hoy está dedicada oficialmente la calle), la completa tripulación del Elvira, vapor que hacia el diario trayecto Algeciras-Gibraltar, al mando del capitán José Nicart Vélez, domiciliado en el número 13 de la calle Ángel, hoy, calle Duque de Almodóvar; o, los humildes jornaleros que trabajaban de sol a sol, en la popular huerta de Andrés Lacárcel, sita entre el Camino de la Estación y el llamado Secano, todos comentarían la gran gesta de aquel desconocido algecireño. Haciéndose toda la población, la misma pregunta ¿quién era este Castro Somoza?.
En 1897: "Tras ser sorteado, fue enviado a Cuba, dos años más tarde, dada su gran valentía demostrada ante el enemigo -expresa con admiración la documentación investigada-, en 1889, fue ascendido a sargento. En 1890 entró en el colegio militar preparatorio de Lugo, y en 1895 obtuvo el empleo de teniente segundo marchándose inmediatamente para Cuba, donde empezó su carrera militar cubriéndose de gloria y mereciendo el bien de la Patria. Conquistando junto al soldado Francisco García Fernández la laureada. Sucediéndose los hechos del siguiente modo -continúa la narración de los expedientes y documentos consultados-. Herido y desangrándose, el teniente Castro no abandonó su puesto de combate. Siguió batiéndose y mandando á los suyos hasta que los enemigos se retiraron, y no consintió que le curasen y le llevaran á una camilla, en tanto que no estuvieron recogidas las municiones, los heridos y los muertos.
En todos los instantes de la lucha no cesó de animar y de alentar á los suyos. La conducta del heroico teniente Castro Somoza en aquel día excedió mucho, como dicen los documentos oficiales, á lo que se exige para la concesión de las más altas recompensas en el ejército, la cruz laureada de San Fernando, con 1.000 pesetas anuales de pensión que por su comportamiento se le concedió". Finalizando los documentos consultados: "Antes de ese hecho, que ilustra su carrera militar y le coloca entre los héroes, el teniente Castro era ya un oficial pundonoroso y modesto".
Si bien este paisano nuestro (el apellido Castro aparece en el censo censitario local -constituido por quienes contribuían fiscalmente-, en las figuras del industrial José de Haro Castro, domiciliado en la calle Catalanes, y del comerciante Manuel Castro Clavijo, vecino de la calle Sagasta o San Antonio), gozó del reconocimiento y admiración de los algecireños, no ocurrió lo mismo con las autoridades civiles del municipio, quienes llevadas -quizás- por prejuicios de clase dada la condición humilde -al parecer-, del héroe, no creyeron conveniente pasar del simple, y no por ello menos importante homenaje del pueblo; pero esa, es...otra historia.
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