Real Balompédica Linense - Atlético Sanluqueño | La crónica

(1-0) Juampevictoria

  • La Balompédica rompe una racha de dos meses sin ganar en casa con un tanto del tarifeño en el minuto 89’ 

  • Los albinegros juegan en superioridad numérica la última media hora de partido

El albinegro Juampe corre a festejar el decisivo tanto entre un estallido de júbilo.

El albinegro Juampe corre a festejar el decisivo tanto entre un estallido de júbilo.

Juampe Rico, a quien la grada considera con toda la razón del mundo un patrimonio balono, ejerció de chamán de una Balompédica sumida en una profunda crisis de identidad y la trasladó hacia una victoria balsámica. No es solo que marcase el gol del triunfo sobre la imaginaria bocina, es que suyo [y de Tarsi Aguado] fue el único fútbol de un equipo que se las vio y se las deseó para derrotar a un Sanluqueño cogido con alfileres que jugó media hora con un hombre menos. Al final la única verdad es que este bendito deporte pertenece a los futbolistas por encima de tácticas y de conceptos grandilocuentes.

Y la Balona tiene uno que, incluso ahora que afronta el ocaso de su dilatada carrera, cuesta mucho asimilar que empiece los partidos en el banquillo. Responde por Juampe y esta vez se encaminó hacia la caseta al final de las hostilidades respondiendo con aplausos a las reverencias que le hacía su afición. Y esa grada sabe mucho, muchísimo, de este negocio.

La Balona –una Balona sin linenses, por cierto– logró la primera victoria en casa de 2019. Para ser concretos, desde el 16 de diciembre. Un triunfo tranquilizador que exorciza los más que justificados miedos que empezaban a tomar sitio entre los balonos, hartos ya de sufrir año tras año. El primer éxito que el vetusto Municipal contempló sin visera.

Uno de esos resultados a los que se hace un favor no entrando en demasiados análisis. Hay momentos en la liga en que lo único importante es sumar tres puntos. Con cualquier argumento, por cualquier conducto y a cualquier precio. Y la Balona lo hizo este domingo. El resto de los debates, todos legítimos, quedan sepultados, al menos esta vez, por la trascendencia clasificatoria y sobre todo moral del botín.

El equipo de La Línea sintió los grilletes propios de la angustia de sus últimos marcadores y por un Levante que hasta que saltaron al campo Juampe y Tarsi parecía demostrar que era imposible hacer fútbol. Como buen tarifeño se entiende bien con los vientos y se encargó de someterlo luego.

El primer periodo se hizo largo. De esos en los que los aficionados hablan de inminencia de los Oscars, de lo bueno que es Messi, de la final de Copa de baloncesto y de qué pena lo del circo Berlín para poder echar la mañana fuera.

Durante ese desierto de ideas en que se constituyeron los primeros cuarenta y cinco minutos el equipo de casa solo se acercó dos veces con peligro al marco rival. Dos, pero sin lanzar entre los palos. En la primera (22’) el balón se paseó por el área sin encontrar rematador. En el 33’ un disparo preñado de mala leche de Abel Moreno desde la frontal del área se fue una cuarta por encima del marco. Del Atleti, en ataque, no hubo noticias.

El primer cuarto de hora de la segunda parte se desarrollaba por los mismos derroteros. La tertulia se acallaba para tornarse miradas cómplices de preocupación. Un par de imprecisiones se encontraron como banda sonora los tímidos pitos de una afición que parecía avisar de que se le estaba acabando la paciencia. Una declaración de intenciones de lo que podía suceder si el triunfo no llegaba.

En el 61’ el choque empezó a virar. Alberto García, que ya estaba amonestado y además por protestar, fue expulsado después de arrollar a Buba en un salto. El futbolista (y su técnico, que también acabó en la grada) proclamaban su inocencia, pero el árbitro se dejó llevar por la sangre de la camiseta del punta balono, como si actuase de prueba de cargo. Hasta ahí, el partido estaba donde quería el Atleti.

Dos minutos después Roger, que hasta entonces andaba pensando aquello de que hay que saber empatar cuando no se puede ganar, empezó a desabrochar a su equipo. Juampe entró por David Moreno. Y llegó el fútbol. Llegó eso que solo aportan los jugadores diferentes. Y sin Pirulo, la Balona solo tiene a Juampe.

Curiosamente tres más tarde llegó la mejor ocasión de los verdiblancos, que se habían colocado con dos líneas de cuatro y un punta, allí lejos, por si sonaba la flauta. Un saque de esquina se envenenó y si no llega a andar listo Javi Montoya... Mejor no pensarlo.

A partir de ahí la Balona dio un paso adelante. Perdón. A partir de ahí Juampe llevó a la Balona hacia adelante. Por dentro, por fuera. Cuando el tarifeño la tocaba sucedían cosas. Algo inédito en todo el monótono partido. En el 78’ (debió suceder mucho antes) salió Tarsi para hacer de escudero. Y entre ambos, porque hablan el mismo idioma con el balón, se las ingeniaron para arrinconar al enemigo, al que ya le pasaba factura la inferioridad numérica y le faltaban las fuerzas.

La tardía incorporación de Tarsi Aguado también resulta determinante

Los diez últimos minutos fueron un asedio. Desordenado, con más ambición que ideas, pero bueno con ambición que ya es algo que se venía echando en falta. Por eso el público abandonó su mutismo y se unió al esfuerzo. El Atleti sacando balones como buenamente podía. Por dos veces Buba, que no se rindió nunca, casi acabó estorbándose a sí mismo.

Y en el 89’, con el Sanluqueño atrincherado ya en el mismo borde de su área y la Balona jugando con tres centrales, Javi Montoya entregó a Sergio Rodríguez y éste, como buen perro viejo, buscó al que sabe. A Juampe. Pared dentro del área con Buba y el genio de la lámpara balompédica descerrajó un disparo con la derecha (sí, sí con la derecha) para colocarla justo donde dicen los que saben que asoman la cabeza los topos.

Después, estallido de júbilo. De raza. De balonismo. El autor del gol se quitó la camiseta, mitad para celebrar su diana, mitad para reivindicarse cuando se ve obligado a sortear problemas extradeportivos, mitad porque él hace mucho que cotiza como valor indivisible de la centenaria Balona a la que siente como propia. O simplemente porque le dio gana, porque después de hacer ese gol también tiene derecho.

La Balona sumó tres puntos que le estabilizan, que reconducen los temores y que se celebran, por encima de valores futbolísticos, como un grandísimo triunfo. Los linenses comenzaron el domingo sus oraciones balompédicas con un más que justificado “Juampe nuestro que estás en el fútbol”. Y que dure.

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