Del annus horribilis del PSOE… al annus mirabilis de la derecha

El primer año de legislatura se ha caracterizado por las flaquezas de Susana Díaz al frente de la oposición a la Junta, desde donde se crece el PP

Susana Díaz habla con Juanma Moreno en el Parlamento.

Susana Díaz habla con Juanma Moreno en el Parlamento. / J. M. / Efe

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El PSOE empezó 2019 perdiendo el poder… y ha terminado 2019 perdiendo las esperanzas de recuperar el poder. La sentencia de los ERE sentencia al partido a una travesía del desierto incierta.

La paradoja es que, en el trayecto desde enero, cuando tomó posesión el Gobierno de la derecha, ha tenido dos metas volantes de éxito electoral: no ha bajado del rasero de 1,4 millones de votos, que es su red triunfadora, e incluso en abril se aproximó a 1,6 millones.

Los datos, sin embargo, pueden ser engañosos. La suma de PP, Vox y Cs supera a PSOE, AA y Más País. Un empate, si se añadiese a Pacma. Pero, en realidad, no hay bloque en la izquierda.

Susana Díaz se ha visto atrapada en un laberinto, puesto que su supervivencia depende ahora de su mayor enemigo. Ha rendido armas, pero eso no garantiza nada. ¿Quién puede estar seguro con Pedro Sánchez, tal vez el líder más mudable y desleal que se recuerda en la política española?

María Jesús Montero es, según los sanchistas, el relevo. Tenía en contra el calendario, ya que expondrá su ministerio; pero ha añadido el conflicto del plan de ajuste que ella ordena desde Madrid por las cuentas que ella misma dejó en Sevilla, algo que desde San Telmo han sabido retorcer para desacreditarla.

Y además el sanchismo está disperso, desvertebrado, y con dudas sobre Sánchez. ¿Quién no las tendría?

La situación para el PSOE, que en las elecciones municipales volvió a medir sus limitaciones en los espacios urbanos, es mala. De hecho, el balance del año es realmente horrible. Un verdadero annus horribilis.

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La nueva política ha envejecido en 2019 hasta convertirse en material peligrosamente caducable. Cs y Podemos han perdido la aureola renovadora de 2015, cuando sumaban más de millón y medio de votos en las elecciones generales. El 10-N ya no alcanzaban la cota del millón. Su tendencia apunta de una relevancia espectacular hacia la irrelevancia.

Cs está en el poder, y eso siempre redime. Pero no puede ignorar que en primavera se convertía en segunda fuerza andaluza, superando incluso al PP, y en otoño cayó a la quinta plaza. Ese desplome en un semestre no tiene precedentes y evidencia que no cuentan con red.

Marín se llenó de competencias con ínfulas y ahora es un gestor mayor pero un político menor, a la sombra de Elías Bendodo. Lidera un partido en el que, más allá de la fachada siempre sólida del poder institucional, fluyen corrientes de hostilidad, frustración y hasta odios que resistirán lo que tarde en rifarse el poder.

La caída en Podemos no tiene la dimensión catastrófica de Ciudadanos, pero ha convertido a Adelante Andalucía en una fuerza centrifugada en la extrema izquierda. Pilotados por los Anticapis en Andalucía, cultivan una hostilidad implacable hacia el PSOE e incluso tratan de cobrarse la cabeza de Susana Díaz. Han perdido atractivo, aunque introducen en agenda debates interesantes. En 2015, sumaban más de un millón de votos, y cuatro años después apenas la mitad.

Podemos, a diferencia de IU, se opone al pacto de Iglesias con Sánchez. Pero su influencia en el partido es notoriamente limitada. Aunque Teresa Rodríguez quería una marca andaluza propia, desde la que recuperar un discurso andalucista más reivindicativo, se ha plegado disciplinadamente a las órdenes de Madrid. Para la llamada nueva política, el balance del año es frustrante, decepcionante, tristemente pobre: annus tristibilis.

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El partido con más que celebrar es, claro está, el PP. Irónicamente a pesar de sus resultados electorales mediocres. Al final han logrado derribar la hegemonía del PSOE, en el momento más impensable, con el peor resultado. Pero "el poder es el poder", como dice Cersei en Juego de Tronos, cortando las elucubraciones de Beilish con el mensaje de que sólo importa el poder.

Moreno Bonilla y Elías Bendodo eran dos condenados el 2-D, y ahora son los dos tipos más poderosos de Andalucía. Aplican la lógica Lannister dentro de su partido y fuera. Moreno Bonilla se ha convertido en un barón influyente, con un discurso bien modulado, y de mantener el orden se ocupa Elías Bendodo, el Rasputín de San Telmo, un táctico temible pero también un estratega al que asiste la pasión de la verdadera erótica del poder.

El Partido Popular trabaja con la expectativa de las municipales de 1995: una vez instalados en el poder, hacerse duraderos. Claro que en Andalucía siguen teniendo un territorio sociológicamente difícil; pero, a cambio, manejan todos los resortes de la propaganda. Y van a utilizarlos para asfixiar al PSOE y a Susana Díaz, con el propósito de mantenerle un hilo de respiración pero sin aire. Apuestan a la debilidad de la ex presidenta, algo no exento de riesgo.

Pero el partido al que más ha cambiado 2019 es Vox. Esta formación de 8.000 votos aquí en las generales de tres años atrás ha llegado a sumar 800.000. Desconectados de la responsabilidad del poder, manejan sus fetiches ideológicos a destajo, con el contexto propicio de Cataluña. Y el PP va a tener que cuidarlos aunque llegaran al empate en noviembre; porque, hundido Cs, son necesarios. De hecho, Vox le ensancha el espacio al PP hasta la extrema derecha, y eso es lo que les permitió llegar al poder.

Así que para la derecha éste es esa clase de año milagroso o año de las maravillas que acuñó John Dryden en aquel poema. El balance para PP y Vox es milagroso, por la carambola del poder; desde luego maravilloso. Annus mirabilis.

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