Andalucía

Drogas, delincuencia y marginalidad: la autoradicalización exprés de Yassine Kanjaa

Vista de la entrada de la vivienda de Yassine Kanjaa en Algeciras.

Vista de la entrada de la vivienda de Yassine Kanjaa en Algeciras. / David Arjona · Efe

El proceso siempre es el mismo. El reclutador tiene una capacidad especial para detectar en su entorno a personas vulnerables, social y familiarmente desestructuradas. Se fija en aquellos varones musulmanes que no cuentan con ningún apoyo personal. Le piden discreción tras las primeras conversaciones, y le prometen un atractivo futuro terrenal, además de otro intangible para más adelante. Necesita el profesional de la captación que su objetivo haya roto con sus raíces natales, las de su aldea, y no haya conseguido aún integrarse en el país de acogida. Quieren a un joven sin identidad grupal, que no pertenezca a ningún colectivo o institución, sin vínculos con ONG, que carezca del sentido de pertenencia a un pueblo o patria; solo así aceptará con los brazos abiertos esa nueva idea de nación que le proponen y que se llama igual que la religión de sus padres: el islam.

Yassine Kanjaa empieza a conocer a profesionales de la persuasión, por redes sociales. Le hablan de un islam que es, más bien, un constructo político, un proyecto nacionalista carente de dimensión espiritual. Integrarse en ese proyecto le hace sentir más fuerte. Ya pertenece a la gran comunidad de los musulmanes del mundo, esos que luchan por sobrevivir en todas aquellas regiones del planeta en las que están siendo atacados y masacrados por los enemigos de siempre: los americanos, los judíos, los chiítas, los budistas...

Los que conocían de cerca a Kanjaa, sus compañeros de habitación, han dado testimonio de que visualizaba vídeos de sermones religiosos en su móvil. No es difícil imaginar a qué barbudos escuchaba ni cuáles eran los argumentos, siempre perfectamente hilados y convincentes para una mente débil, que mejor calaron en su conducta.

"Zumbado"

Comenzaron enseguida para él las obligaciones y necesarias imposiciones. Solo cumpliendo con estrictas normas de comportamiento puede Kanjaa sentir que de verdad pertenece a un grupo exclusivo, a una raza superior. Por eso empieza a deshacerse de prendas con marcas occidentales, de las botellas de vino de sus compañeros de hogar, de los vasos que huelen a alcohol y del papel de fumar. Uno de los dos okupas que comparten domicilio con él se marcha de la vivienda "harto del zumbado este". Kanjaa adquiere un machete y un hacha: le han dicho que hay que estar preparado para cuando sea necesario, solo como autodefensa. Por si acaso, duerme con el cuchillo en la mano. Así lo cuentan los siete okupas que comparten las distintas estancias de la vivienda.

No es fácil, cuando de terrorismo yihadista se trata, distinguir entre demencia y radicalización. La discusión es innecesaria: tal vez sean dos caras de una misma cosa: el fanatismo religioso. La nueva doctrina es abrazada por Yassine Kanjaa en el tiempo récord de 45 días, los que pasan entre sus primeros comportamientos anormales (en la Mezquita Abu Baker de La Marina) hasta la fatídica tarde del pasado miércoles en que decide entrar en acción. Una mente sana necesitaría años para asumir semejante doctrina supremacista y, lo más presumible, es que nunca la aceptara. Lo de Kanjaa es un claro proceso de autoradicalización exprés, de libro.

Mientras llega el día del horror, Kanjaa pudo recibir y buscar enlaces de vídeos de un dramatismo inenarrable: es el proceso habitual. Expone su retina a imágenes de supuestos musulmanes torturados, desmembrados, violadas, quemados vivos... Su absoluta falta de criterio le impide cuestionarse la veracidad, la procedencia o la entidad de lo que está viendo. Los vídeos presentan a los musulmanes de la etnia uigur de China sometidos a suplicio, los rohinga de Myanmar expulsados de sus casas solo por practicar el islam, los niños palestinos desmembrados por efecto de las bombas... Le han dicho que él es un soldado, porque es joven y fuerte, y tiene el deber de defender a su comunidad, la Umma. De momento ya tiene algunas armas blancas, un plan y esos vídeos que incendian su corazón. No le ha costado tanto dar con ese contenido audiovisual. En Internet es muy fácil encontrar portales radicales en el idioma que se quiera: Islamqa, por ejemplo, es uno de esos portales, en español, con 11 millones de visitas al mes, que promueve abiertamente la ejecución de los homosexuales y la ablación femenina.

La Policía no advierte nada en ningún momento. De la existencia del piso patera solo se sabe en Comisaría porque Laura, su propietaria, lleva desde 2020 intentado desokuparlo: el futuro asesino no se ve con nadie en persona y, por tanto, no levanta sospecha alguna. Sus primeras rarezas tampoco resultan a los presentes especialmente alarmantes. Su turbo-radicalización tiene lugar entre sombras, basuras y en un tiempo récord.

Llega el miércoles de la rabia. El plan de Kanjaa no tenía fecha todavía, pero esa tarde, cuando se levanta, lo hace con ganas de discutir, y es esa discusión acalorada con una feligresa de San Isidro (en el céntrico barrio de Algeciras) la que precipita los acontecimientos. El plan estaba bien urdido, y los objetivos, pero no el día ni la hora. Esa tarde, la noticia de que un tal Ibrahim, palestino apátrida, había acuchillado a una decena de personas en un tren hacia Hamburgo se cuela en todos los telediarios y portadas. Pudo haber sido uno de los detonantes: acción-reacción. La versión inicial de que ambos ataques estuvieran conectados pierde enseguida toda su fuerza.

Apuntar a unas iglesias y a su personal también tiene una explicación: en su profundo desconocimiento de la realidad social occidental, el presunto terrorista cree que vive rodeado de cristianos, en un sistema confesional. Los líderes de esos cristianos son por tanto, las principales amenazas que percibe. Piensa que los curas son funcionarios, como los imanes de Marruecos, y que maquinan y conspiran para derribar y aplastar al islam. Olvida que lleva muchas semanas alimentándose gracias a Cáritas y a Cruz Roja, cuyos principales destinatarios en Algeciras son, en casi un 80%, inmigrantes marroquíes.

Kanjaa acaba de dirigir sus ataques hacia un colectivo muy concreto. Pero podía haberlo hecho contra cualquiera otro grupo, incluso contra esos musulmanes "blandos", de los que hablan los radicales en sus foros y que, según parece, tienen la verdadera culpa de la “inminente disolución del islam”. Los fundamentalistas detestan que haya quienes se llamen musulmanes y sean, sin embargo, capaces de convivir en paz entre cristianos, agnósticos y ateos. Todo resulta delirante para una mente sana.

Consumidor de drogas

Consumidor de drogas tiempo atrás, y no solo de hachís, Kanjaa podría padecer por eso algún trastorno mental. Los peritos determinarán si, como exige el Código Penal para quedar eximido de responsabilidad, pudiera tener "alterada gravemente la conciencia de la realidad" o no pudiera “comprender la ilicitud del hecho". Desde luego, la psicopatía no es un eximente completo jamás en el Ordenamiento Jurídico Español, ni la permanente ni el brote.

El padre de Kanjaa ha estado internado en Tánger por trastornos psiquiátricos en dos ocasiones. Como Rabat no ofrece pistas sobre su diagnóstico mental, probablemente por protección de datos del paciente, no puede aventurarse que el presunto terrorista del machete padezca una demencia hereditaria.

Nadie reivindica eso que parece un atentado terrorista. Al no haber detrás células ni comunicados del Daesh o Al Qaeda, los expertos le ponen un apodo a Kanjaa: “lobo solitario”. Pero los que más saben dicen que los lobos solitarios no existen y que, siempre, con presencia física o virtual, es un sheijh el que recluta, convence, acompaña en el proceso y, finalmente, mueve a su discípulo a actuar.

Inmediatamente circulan por las redes sociales todo tipo de falsas informaciones. La mayoría son fruto de la urgencia, la precipitación, la confusión de datos, la psicosis o el miedo; pero algunas están maliciosamente creadas: “un grupo de macheteros ha entrado en el asilo y están matando a los ancianos”, “Son en total 35, han dormido en una nave de Palmones y se dirigen al Centro Comercial”, “Han detenido a otros dos en las iglesias de San Roque y Los Barrios” y otros mensajes virilizados tan terribles y personales que no pueden ser reproducidos.

Algeciras es una ciudad tranquila. “Esto no es una guerra de religiones; es una acción aislada de una persona desequilibrada que no vamos a permitir que rompa la armonía que vive la ciudad entre tantas nacionalidades y religiones distintas”, dice José Ignacio Landaluce, el alcalde. De momento, Kanjaa no ha conseguido abrir ninguna brecha en esa convivencia. Ha fracasado.

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